CAPITULO 4

33 11 1
                                    

Las hermanas se echaron a un lado para que la joven se sentara junto a ellas. Se llamaba Teresa y, como acababa de contarles, viajaba sola. Se había criado en un hospicio regentado por monjas, en un pueblo de Albacete, e iba a Alemania en busca de un futuro más prometedor del que tenía en España.

Teresa hablaba mucho, ¡no paraba! Loli y Carmen se miraron y les entró la risa, pero rápidamente se dieron cuenta de que aquella joven era todo bondad. Se le notaba en los ojos y en la manera tan particular que tenía de expresarse.

—Como os decía, mi padre murió porque una gorrina lo esnucó de un mal golpe contra la puerta de la porqueriza y mi madre, al poco de nacer yo, se fue tras él de un cólico miserere. Según las monjas que me han criado en el hospicio, eso les explicó una mujer que me llevó hasta ellas, y claro, yo me lo creo. ¿Por qué tendría que desconfiar, verdad? —finalizó.

Loli y Carmen, impresionadas por su verborrea, asintieron y la abrazaron. No podían hacer otra cosa.

Las risas eran cada vez más contagiosas, hasta que de pronto, por los altavoces anunciaron que debían subir al tren estacionado en la vía uno con destino a París, donde volverían a cambiar de tren.

Las tres jóvenes pasaron el control de pasaportes y, cargadas con sus maletas, se encaminaron hacia el vagón que les correspondía y acomodaron su equipaje con la ayuda de unos muchachos que habían conocido en el comedor. Por fin se sentaron en los incómodos asientos de madera y se miraron sonriéndose.

El viaje era largo y cansado, pero el calor humano de todos los que allí estaban lo hacía más llevadero y, cuando el tren se puso en marcha, un silencio sepulcral se hizo en todo el vagón.

Atrás quedaba finalmente su tierra, su patria y su familia, y de pronto un hombre, el más cantarín de todos, se arrancó con El emigrante de Juanito Valderrama, y todos se conmovieron al sentirse identificados.

—Ay, chicas, ¡qué tristeza! —murmuró Carmen.

Loli, como la mayor de las tres, pensó que debía ser fuerte y, guiñándoles un ojo, murmuró:

—Algún día regresaremos, y muchísimo mejor de como nos marchamos.

En ese instante, Carmen miró a su hermana y, al ver sus ojos acuosos, le preguntó sonriendo:

—¿Quién es la tonta el bolo ahora?

Para no llorar, Loli contestó:

—Anda, toma un poco de agua.

—Ay, ¡qué bonica eres! —Teresa sonrió.

Con la mano temblorosa, Carmen agarró el botijo blanquecino con un chorrito de anís, propiedad de una pasajera, que su hermana le tendía. No sabía qué le ocurría. Estaba contenta por aquel viaje, nadie la había obligado a emprenderlo, pero al escuchar la letra de aquella canción, se dio cuenta de que aunque su cuerpo anhelaba llegar a su destino, su corazón se había quedado en España.

Una vez acabada la canción, todos los españoles que había en el vagón aplaudieron y, tras los aplausos, un silencio general los animó a descansar.

Cuando por fin el tren llegó a la estación de París, un hombre que sostenía un cartel con la palabra NÚREMBERG los llevó hasta unos autocares. Cruzaron aquella emblemática ciudad hasta llegar a otra estación, donde cogieron el tren que los llevaría definitivamente hasta su destino: Alemania.

Tras otra larga noche de viaje, un frío polar les dio la bienvenida en la estación de Núremberg. Todo estaba nevado y la temperatura era tremendamente baja.

—Madre mía —cuchicheó Loli—. Aquí hace más frío que en Navacerrada.

—¡Muchismo! —afirmó Teresa.

—Ya te digo —asintió Carmen, a la que le castañeteaban los dientes.

Hola te acuerdas de mi ? [PAUSADA]Where stories live. Discover now