CAPITULO 3

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La invadían un montón de sentimientos contradictorios, mientras varias personas acompañaban al hombre que en el compartimento de al lado cantaba aquella bonita canción de Antonio Molina. Tan pronto como ésta acabó, reprimió las lágrimas con disimulo justo cuando su hermana se despertaba.

—¿Qué te pasa? ¿No has dormido nada? —le preguntó.

Carmen asintió con la cabeza, pero no pudo decir nada. No podía. Si lo hacía, lloraría, y Loli cuchicheó divertida:

—¡Qué tonta el bolo eres!

Esa expresión tan de Toledo, lugar donde vivieron varios años antes de mudarse a Madrid, las hizo reír y Carmen, cerrando los ojos, murmuró:

—Anda y duérmete otra vez.

Ambas hermanas se apoyaron de nuevo la una en la otra, pero cuando más cómodas estaban, el tren paró bruscamente.

—Vamos... vamos, Manolito —apremió una mujer del compartimento a su hijo—. Coge la maleta y el botijo, que hay que bajarse. Hemos llegado a Hendaya.

Sin tiempo que perder, Carmen despertó a su hermana:

—Loli, ya hemos salido de España.

Carmen y Loli se miraron y, emocionadas, se cogieron de la mano. A veces habían oído hablar a los más viejos del sentimiento de pena y tristeza que tenías al abandonar tu tierra y tus raíces, y en ese momento, ellas, unas jóvenes veinteañeras, lo estaban teniendo.

Sin tiempo que perder, las dos jóvenes cogieron sus maletas de cartón y bajaron del tren tras aquella mujer. Agarradas del brazo y sin separarse, como les habían prometido a sus padres, siguieron a la enorme multitud. De pronto, un hombre pasó por su lado y las empujó. Loli casi se cayó y Carmen, al ver aquello, gritó:

—¡Eh, tú, atontado! A ver si miras por dónde pisas.

—¡Mari Carmen! Recuerda lo que te ha dicho papá —gruñó Loli, al ver que el hombre las miraba con gesto serio.

Su hermana, sin importarle la mirada de él, la miró y suspiró:

—Vale... vale... Tienes razón.

Olvidado el incidente, se informaron de la vía por la que salía el siguiente tren. Aún quedaban unas horas y los encargados de los emigrantes, para mantener al grupo de españoles que viajaba a Alemania unido, los hicieron entrar en un comedor, donde les ofrecieron un caldo humeante que les calentó el cuerpo y el corazón.

El buen humor reinaba en la sala, y como era 8 de diciembre, la fecha en que en aquella época se celebraba el día de la Madre, felicitaron a todas las madres que allí había.

Una vez acabaron de comer, gentes de Andalucía, de Extremadura, de Castilla y de otras partes de España hablaban entre sí como si fueran una gran familia y, para matar el tiempo y las penas, empezaron a cantar, entre risas y aplausos, la canción Francisco Alegre de la grandísima Juanita Reina.

—¡Que frío hace! —se lamentó Carmen tiritando.

—¡Muchismo! Hace muchismo frío —respondió una voz detrás de ellas.

Carmen y Loli se dieron la vuelta y se encontraron con una joven de pelo claro, chaqueta de punto negra y ojillos vivarachos, que les preguntó:

—¿Vais a Núremberg? —Las hermanas asintieron y ella, contenta, dijo—: Ay, qué ilusión. ¡Yo también!

Carmen miró a la muchacha que tenían delante y le preguntó:

—¿Vas contratada por la Siemens? —Ella asintió y Carmen dijo—: ¡Nosotras también!

La desconocida se echó a sus brazos, las besuqueó haciéndolas sonreír y, cuando se separó de ellas, preguntó:

—¿Me puedo sentar con vosotras?

—Claro, mujer —afirmó Loli, encantada.

—Ay, qué ilusión ¡qué ilusión! —repetía—. Ya me veía viajando yo sola hasta esas tierras sin hablar con nadie y muerta de aburrimiento, pero cuando os he visto, he pensado: «Esas muchachas parecen bonicas y agradables». Y sí, ¡he acertado!

Hola te acuerdas de mi ? [PAUSADA]Where stories live. Discover now