CAPITULO 5

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De nuevo un hombre, esta vez con el cartel de SIEMENS, sacó al grupo de españoles de la estación central y, con un más que escaso español, los fue nombrando y distribuyendo en autocares.

Inquietas por estar en un país extranjero, Carmen, Loli y Teresa, junto a otras mujeres, subieron al autocar designado. Aunque estaban terriblemente cansadas, no podían dejar de observar con ojos curiosos cuanto había a su alrededor.

Lo poco que vieron a través de la oscuridad de Núremberg parecía bonito, pero se notaba que, tras la segunda guerra mundial, necesitaba renovarse. El autobús salió de la ciudad e hizo su primera parada. Allí, el que hablaba algo de español nombró a algunas personas y éstas se bajaron del autocar porque habían llegado a su destino.

—¿Cómo se llamaba el lugar adonde vamos nosotras? —preguntó Loli.

Carmen, al ver lo que ponía en el papel, finalmente se lo enseñó a su hermana diciendo:

—El nombrecito se las trae.

Ambas rieron. El idioma alemán era una locura.

Poco después, al entrar en un pueblo, Carmen se fijó en un letrero donde ponía las mismas letras que en el papel que ella tenía, BÜCHENBACH, y cuchicheó:

—Creo que ya hemos llegado.

El autobús salió del pueblo y se dirigió hacia una casona enorme. Cuando se paró y las jóvenes bajaron, Carmen murmuró:

—¡Tengo los pies congelados!

—En mi pueblo dicen: «Hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo, y si estás en Albacete, hasta el cuarenta y siete», aunque aquí seguro que no se lo quitan en todo el año —rió Teresa.

—Menudos sabañones nos van a salir por el frío. Vamos, no os paréis —suspiró Loli.

Sin demora, ellas y el resto de las chicas entraron en aquella residencia para señoritas, donde una mujer de aspecto regio y moño tirante las fue distribuyendo por las habitaciones.

Cogidas del brazo, las hermanas y Teresa llegaron a una habitación donde había ocho literas que rápidamente fueron ocupadas. Tras ir al baño, el cual estaba fuera de la habitación, se acostaron muertas de frío. Necesitaban descansar.

Cuando se levantaron, una vez hubieron deshecho el equipaje, las dos hermanas y Teresa bajaron al salón comunitario, donde, incrédulas, vieron que al fondo había un televisor.

—¡Arrea! Sor Angustias dice que este aparato no es nada bueno y que si lo miras mucho te puedes quedar ciego —cuchicheó Teresa.

Todas rieron y Loli preguntó:

—¿Y podremos ver algún programa español?

—Seguro que sí —afirmó Carmen.

Hablaban de ello encantadas cuando otra joven dijo en un español muy peculiar:

—No os emocionéis. Aquí sólo se ven canales alemanes. —Las tres la miraron y, sonriendo, la joven se presentó—: Soy Renata.

Renata era alta, muy alta. Morena, de pelo largo y ondulado, ojos rasgados y oscuros, y vestía de una forma muy moderna. Nada que ver con ellas, que a su lado parecían monjas novicias.

Durante unos segundos, las tres observaron a aquella chica sin hablar, hasta que Carmen se acercó a ella y dijo, también sonriendo:

—Encantada, Renata. ¿De dónde eres?

—Alemana.

—¡¿Alemana?! —exclamaron las tres al unísono.

—Pero ¿los alemanes no son rubios? —preguntó Carmen.

Divertida, ella las miró y aclaró:

—También hay alemanes morenos, como yo. Mi padre era español, concretamente de Murcia, por eso hablo vuestro idioma, aunque no lo sé escribir. ¿Y vosotras de dónde sois?

—Ay, bonica, ¿de Murcia era tu padre? —aplaudió Teresa—. Pero ¡si somos paisanos entonces, que yo soy de Albacete! Por cierto, me llamo Teresa y estoy encantada de conocerte y

Hola te acuerdas de mi ? [PAUSADA]Where stories live. Discover now