24 2 0
                                    


Es cierto, todos en algún momento atravesamos las aguas del mar de los remordimientos.
Yo no soy la excepción.

Siempre luchaba con el sufrimiento que una vez me atormentó, y ganaba.

Pero no todo es para siempre.

Pequeños lapsos; de eso se trataba. Minúsculos instantes en dónde la vida me mostraba mi verdadera realidad, una de la cuál mis ojos ocultaban con sueños y anhelos, los que al despertar se quedaban varados en mis recuerdos.
Algunos se guardaban y otros se esfumaban, con eso poco a poco apareció esa realidad.

Una muy cruda y cruel.
Una muy seca y fría.
Una real y verdadera.

Valga la redundancia.

Todo esto me vino a la mente, veía como todos eran felices, reían, cantaban, aplaudían, gritaban; simplemente pasaban bien el rato.
¿Y yo?
Sentada, admirando el paisaje desde las ventanas del gran salón, todo era un gran bullicio, mis oídos empezaban a doler; la música a todo el volumen había cumplido su objetivo.
Las luces de colores se reflejaban por doquier, llamando la atención de los presentes hacia la pista.
Todos convivían, eso me alegraba, pero yo no estaba bien en ese momento; no podía demostrar una sonrisa que, en realidad, no se encontraba en mi rostro desde hace unos días. Varios se acercaban a preguntar si me encontraba bien, yo sólo respondía y daba la excusa de estar descansando los pies. Absurdo.

Volví a recordar el porque de mi estado, y sólo conseguí hundirme más en preguntas sin sentido. De un momento a otro una persona se acercó a mí, y su mano se encontraba extendida a unos centímetros de mi cabeza. Levanté la mirada encontrándome con un chico con una sonrisa tímida y un par de chicas a sus costados, tomándolo cómo una marioneta guiando sus brazos, dirigiéndose ambas con una sonrisa sincera hacia mí.
Los observé por un par de segundos, hasta que la chica de la izquierda habló:
- Hola, me llamo Alessandra, mi amigo quiere bailar contigo ¿Qué dices?.-

Cliché.
Enseguida esa palabra se hizo presente, más no dije nada, sólo volví a mirar al chico; era alto y delgado, su cabello era negro al igual que sus ojos y su piel era intermedia.
Deseaba bailar, pero la vergüenza me ganaba y se me hacía extraño hacerlo, además de que era la primera vez que alguien me invitaba a hacerlo.
Lo miré a los ojos y me volvió a sonreír, dudé un poco en aceptar, pero terminé por ceder. Tomé su mano y nos dirigimos a la pista, nos movíamos lado a lado, nuestros movimientos eran torpes. Obviamente inexpertos.

Yo traté de ayudar, recordé unos pasos y lo guíe, y al poco tiempo, una sonrisa por ambos apareció, se sentía bien. La música ya no era intranquila, sí no, era serena y armoniosa, la pista se llenó de gente, mientras nosotros hacíamos el esfuerzo de seguir el ritmo; la melodía cesó y nos apartamos del lugar, me dirigió a una mesa cercana y me acompañó durante el resto de la noche, hasta el momento de despedirnos. Su compañía no fue una molestia, fue más bien algo entretenida.

Muchos podrán decir que fue una noche de ensueño. Para mí fue una noche normal, donde sucedieron situaciones triviales.

Y por un momento la felicidad fue, de nuevo, parte de mi.

-J.

PensamientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora