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El cielo se encontraba gris, cómo si estuviese al tanto de todo lo que pasaba en el mundo, vuelto caos.

O al menos, a mi vista negativa del momento, lo era. Sólo observaba detenidamente el paisaje que tenía en frente, absorta, cómo si del misterio de la Mona Lisa se tratase.
Calles con un tráfico aceptable, rodeadas de edificaciones sobrias y rascacielos sin un fin claro debido a la neblina.
Árboles sacudiéndose en una danza delicadamente sorda, acompañados de las apenas perceptibles gotas que, desde el inicio del día caían descoordinadas de aquellas nubes cargadas de sentimientos indescifrables.

¿Qué estaba haciendo ahí?
Ni la más remota idea. Mi mente se puso en blanco.

Mis pies se habían movido solos hasta el lugar, porque es verdad, mi mente estaba explorando la infinidad del cosmos, en lugar de prestar atención a lo que acontecía cruzando la calle.

Varios destellos provenientes de los flashes del tumulto de fotógrafos y camarógrafos que se había formado minutos antes se topaban con mis ojos, los mismos que se encontraban fijos en el cuerpo inerte que yacía sobre el frío y duro pavimento, ahora bañado en un carmesí latente.

No sabía si mi sentir era por el hecho de que aquella persona sobre el suelo era por quién venía a despedirme, pues no volvería en un largo tiempo y no pude externarlo, o por haber presenciado cómo una luz fue extinta cruelmente del mundo.

Mi cuerpo se quedó estático a unos cuantos metros de la escena del crimen. Sólo pude observar mientras pasaban los minutos y la lluvia se intensificaba en minoría.
Hasta que mis fosas me exigieron oxígeno fue que caí en cuenta del nudo que se instaló en mi pecho.

Sostuve mi paraguas con más firmeza y pase mi mano derecha por mi nariz, otro detalle, mis mejillas se encontraban húmedas, en exceso.

Poco a poco mis sentidos fueron despertando, a lo lejos, el murmullo de la gente y los claxons de autos sonando aleatoriamente llegaron a ser insoportables; mientras tanto los oficiales de policía rodeaban la zona y la detective forense por fin hizo acto de aparición junto con su equipo; mi respiración entrecortada, mis pies adormecidos en los ya algo desgastados botines de piel en tacón, mi piel erizada bajo el conjunto negro que casualmente había sido un regalo de la víctima y los leves temblores de mi cuerpo, recubierto por el gran gaban de solapa gris. Ya no sabía si de verdad el clima estaba helado o era la tensión del momento haciendo efecto en mí.

Después de salir del transe, capté la aproximación de un oficial, por detrás de él venía la detective.

¿Cuánto tiempo llevaba parada allí, expectante?
No lo sabía, quizás una media hora, o más.

Dubitativos me hicieron una serie de preguntas, pues otro testigo afirmó haberme visto con la víctima en repetidas ocasiones.

¿No era evidente nuestra relación?

Al terminar de responder, todo encajaba.
Caso resuelto, según las autoridades.

Que vil mentira.

Momentos después retiraron el cuerpo, limpiaron la zona y todos se largaron; continuando con su rutinataria vida.

Por mi lado, me llevaron a la estación de policía para asegurarse de que cada detalle estuviera en su lugar, firmé algunos papeles y pude irme de aquel sitio al cuál deseaba no volver a entrar. El ambiente era denso, mis respetos a aquellos que están los siete días de la semana allí dentro.

Fuera del lugar me esperaba el chófer del fallecido, junto a otro tumulto de ahora paparrazzis tratando de sacar información de lo ocurrido y del incierto futuro. Con ayuda de un par de oficiales se hicieron a un lado.
Me encontré con una mirada llena de pena observándome con intensidad, él originario de la misma abrió con suma sutileza la recién pulida puerta del ejecutivo negro para que pudiese entrar.

Una vez en marcha no fue necesario hablar para informarle de mi destino, mi vuelo había salido horas atrás, tendría que atrasar el viaje.

—Por favor, asegúrate de posponer todas las reuniones y eventos del resto de la semana e informa a la empresa que para antes de que termine el mes necesito los cortes de cada departamento, obviamente detallados—.

—De acuerdo— Me miró por el espejo retrovisor, con ganas de decir todo y nada a la vez, pero calló.

Suspiré pesadamente y por quinta vez en el día pasé mi mano por debajo de mi nariz, aspiré aire tratando de cesar la humedad en ella y miré por la ventana. La lluvia había parado, pero en el cielo se evidenciaba la aproximación de la tormenta.

Redirigí mi mirada, posándola así sobre el semáforo, ahora en rojo, que deslumbraba hasta el asiento trasero en el que me encontraba.

—Si la prensa llama, sólo diles que el viernes tendrán lo que buscan— Era miércoles por la tarde, a la mañana siguiente el velorio; para el viernes ya todo mundo estaría enterado y a los días consecutivos sería un triste recuerdo. Tiempo suficiente para reactivar todo.

Entendido—. Esta vez chocamos miradas, de nuevo a través del retrovisor.
Pero...¿Se encuentra bien?— habló, claramente preocupado.

¿Era necesario responder?

Aparté la mirada y asentí lentamente, parecía más una inclinación de disculpa.
Lo estaré— levanté la mirada y ahora él fue quién la apartó.

Eso lo — el semáforo cambio a verde y seguimos avanzando.

Quería despejarme un poco, saqué mi teléfono de el bolsillo izquierdo de mi abrigo y lo encendí. Mala idea.

La recién refrescada pantalla abierta en la sección de noticias del buscador más eficaz del momento se mostró ante mí.

Había olvidado que por la mañana entré a buscar información del clima, después de eso no toqué el teléfono en todo el día.
Ahora como si de un virus se tratase, infinidad de artículos relacionados con el reciente suceso aparecían.
Desde títulos disparatados a elocuentes e irónicos.

No pude evitar leer. Segundo error del día.

"LA MUERTE DE UN MAGNATE: ¿Qué le espera a la prestigiosa compañía, ahora al mando de su única heredera?"

-J.

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⏰ Última actualización: Apr 08 ⏰

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