6. The camping

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EL CAMPAMENTO

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Tocó tierra con los pies. Ron se tropezó contra Harry, que intentó agarrarse de Annie haciéndola caer y aplastándola.

Se le salió el aire al llegar al suelo, teniendo a dos personas sobre ella.

—¡Quítense! ¡Me ahogo! —exclamó como pudo. Ron rápidamente se levantó, seguido de Harry.

—¿Estás bien? —preguntó Harry con preocupación. Annie asintió y tomó la mano del pelinegro para ayudarse a ponerse de pie.

—Desde la colina de Stoatshead a las cinco y siete —anunció una voz.

Habían llegado a lo que, a través de la niebla, parecía un páramo. Delante de ellos había un par de magos cansados y de aspecto malhumorado. Uno de ellos sujetaba un reloj grande de
oro; el otro, un grueso rollo de pergamino y una pluma de ganso.

—Buenos días, Basil —saludó el señor Weasley, cogiendo la bota y entregándosela en mano al mago de la falda, que la echó a una caja grande de trasladores usados que tenía a su lado.

—Hola, Arthur —respondió Basil con voz cansina—. Has librado hoy, ¿eh? Qué bien viven algunos... Nosotros llevamos aquí toda la noche... Será mejor que salgan de ahí: hay un grupo muy numeroso que llega a las cinco y quince del Bosque Negro. Esperen... voy a buscar dónde están... Weasley... Weasley...

Consultó la lista del pergamino.

—Está a unos cuatrocientos metros en aquella dirección. Es el primer prado al que llegan. El que está a cargo del campamento se llama Roberts. Diggory... segundo prado... Pregunta por el señor Payne.

—Gracias, Basil —dijo el señor Weasley, y les hizo a los demás una seña para que lo siguieran.

Se encaminaron por el páramo desierto, incapaces de ver gran cosa a través de la niebla. Después de unos veinte minutos encontraron una casita de piedra junto a una verja.

Se despidieron de los Diggory y se encaminaron a la puerta de la casita. Había un hombre en la entrada, observando las tiendas. Nada más verlo, Annie reconoció que era un muggle, probablemente el único que había por allí. Al oír sus pasos se volvió para mirarlos.

—¡Buenos días! —saludó alegremente el señor Weasley.

—Buenos días —respondió el muggle.

—¿Es usted el señor Roberts?

—¿Es tu pariente? —preguntó Ron.

—No que yo sepa —rió Annie.

—Sí, lo soy. ¿Quiénes son ustedes?

—Los Weasley... Tenemos reservadas dos tiendas desde hace un par de días, según creo.

—Sí —dijo el señor Roberts, consultando una lista que tenía clavada a la puerta con tachuelas—. Tienen una parcela allí arriba, al lado del bosque. ¿Sólo una noche?

—Efectivamente —repuso el señor Weasley.

—Entonces ¿pagarán ahora? —preguntó el señor Roberts.

—¡Ah! Sí, claro... por supuesto... —Se retiró un poco de la casita y le hizo una seña a Harry para que se acercara—. Ayúdame, Harry

El señor -tal vez pariente lejano de Annie- los miraba con intriga.

—¿Son ustedes extranjeros? —inquirió el señor Roberts en el momento en que el señor Weasley volvió con los billetes correctos.

—¿Extranjeros? —repitió el señor Weasley, perplejo.

Annie y el Cáliz de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora