23. Ron is stupid

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RON ES ESTÚPIDO

Harry permaneció sentado, consciente de que todos cuantos estaban en el Gran Comedor lo miraban. Se sentía aturdido, atontado. Debía de estar soñando. O no había oído bien.

Annie ni siquiera podía describir cómo se sentía. No podía ser verdad aquello.

Harry se volvió hacia ellos.

—Yo no puse mi nombre —dijo Harry, totalmente confuso—. Ustedes lo saben.

Uno y otro le devolvieron la misma mirada de aturdimiento. En la mesa de los profesores, Dumbledore se irguió e hizo un gesto afirmativo a la profesora McGonagall.

—¡Harry Potter! —llamó—. ¡Harry! ¡Levántate y ven aquí, por favor!

—Ve —dijo suavemente Annie con una mirada que no pudo descifrar. Harry se puso en pie, se pisó el dobladillo de la túnica y se tambaleó un poco. Avanzó por el hueco que había entre las mesas de Gryffindor y Hufflepuff.

—Bueno... cruza la puerta, Harry —dijo Dumbledore, sin sonreír. Harry pasó por la mesa de profesores y Annie lo perdió de vista.

(...)

Annie se había quedado esperándolo en el Gran Comedor. Estaba angustiada, es más, aterrorizada, pero aún así, lo apoyaría en todo momento.

Escuchó una puerta abrirse y se puso de pie rápidamente. Observó a Cedric Diggory y a Harry hablar.

Annie se acercó rápidamente, Cedric fue el primero en verla.

—¿Hola? —saludó un poco dudoso.

—Hola —respondió Annie con una pequeña sonrisa. Harry levantó la vista rápidamente y sonrió un poco, aparentemente aliviado.

—Ann.. —murmuró.

—¿Quién es? —preguntó Cedric algo confundido.

—Annie Roberts —se presentó la castaña mientras caminaban.

—O sea —comentó Cedric con una sutil sonrisa hacia Harry— ¡que volvemos a jugar el uno contra el otro!

—Eso parece —repuso Harry. No se le ocurría nada que decir. En su cabeza reinaba una confusión total, como si le hubieran robado el cerebro.

—Bueno, cuéntame —le dijo Cedric cuando entraban en el vestíbulo, pálidamente iluminado por las antorchas—. ¿Cómo hiciste para dejar tu nombre?

—No lo hice —le contestó Harry levantando la mirada hacia él—. Yo no lo puse. He dicho la verdad.

—Ah... bien —respondió Cedric. Era evidente que no le creía—. Bueno... hasta mañana, pues.

Se separó de ellos y se perdió de vista en camino a las mazmorras.

—Annie yo... —comenzó Harry.

—Te creo que tu no pusiste tu nombre en el cáliz —lo cortó suavemente la castaña— pero aún así no evita que esté preocupada por ti.

El azabache suspiró—. Nunca tendré un año normal.

—Tendremos —corrigió Annie con una sonrisa que fue correspondida.

Avanzaron al retrato de la Dama Gorda.

Fue también sorprendente ver que la Señora Gorda no estaba sola dentro de su marco: la bruja del rostro arrugado -la que se había metido en el cuadro de su vecino cuando él había entrado en la sala donde aguardaban los campeones- se hallaba en aquel momento sentada, muy orgullosa, al lado de la Señora Gorda.

Annie y el Cáliz de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora