Prólogo

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Las figuras se movían en la oscuridad, hacían una especie de danza en el rápido camino que la camioneta seguía; esto es lo que Carla ama de los viajes largos, sin importar lo constantes que son en su vida. Fueron demasiados años viendo como el camión de mudanzas llevaba un pedazo de sus tantos nuevos inicios, y cada vez le importaba en menor escala despedirse de las personas que querían acercarse a ella, tenía casi diecisiete años sin alguna experiencia parecida al amor o la amistad. La alentaba su madre, quién se encargaba de contarle historias dulces de la forma en la que se había convertido en la pareja de su padre, sin duda estaba esperando porque llegara ese momento, aunque lo veía difícil por la falta de personas en su vida.

«Esta vez es para siempre», cinco palabras que su padre usó para causarle un sentimiento de sosiego, después de diez mudanzas durante toda su vida. 

Según el punto de vista de la psicóloga que la atendía, ella debía mantenerse en un ambiente estable, debido al estado de ansiedad y depresión crónica que demostraba en las consultas. Con ese diagnóstico logró hacer dos cosas: Llamar la atención de su padre, y que se lograran establecer en un lugar seguro y lleno de paz que había sido descrito por su mamá, quien era la más animada con la idea de la mudanza. 

Hace mucho que no veía a su padre tan preocupado, básicamente en las vacaciones de verano planearon la mudanza, su nuevo hogar estaba situado en un estado cerca de la capital de México, la zona más segura que pudieron encontrar y en una gran casa color crema, por las fotos inundaba sentimientos de una felicidad próxima. Carla estaba feliz de algún modo, siempre se había posicionado en un segundo plano de los asuntos familiares. Constantemente lo encontraba en entrevistas y conferencias de prensa, no podía decir que era hija del gran escritor "Ángel Molina" por motivos de seguridad, no compartía públicamente su apellido y recibía el nombre de Carla M. Montes, por el apellido de su madre.

En cuanto Ángel Molina recibió la noticia del diagnóstico de su hija dejó la gira de Estados Unidos, tomó el primer avión de New York a su departamento en Florida, Carla no pudo creer que su padre la había abrazado de esa manera, por primera vez lucía vulnerable aquel hombre con barreras impenetrables, como si esos años de no ir a sus festivales y estar casi ausente se hubieran compensado por esa muestra de afecto. Después de casi 17 años de que él le diera un trato un tanto frío, ahora eran vacaciones de verano con nuevos planes y un destino establecido, era nuevo ver a su padre preocupado a esos niveles.

Se tenía que mencionar su siesta durante esas doce horas de camino. Carla no tenía nada de sueño y eran las 5:00 am. Tampoco es que el asiento de la camioneta fuera cómodo, de hecho, le había costado encontrar una posición adecuada y toda la cantidad de dulces que había consumido la mantenían totalmente activa, así que sus inquietos ojos estaban inmersos en las figuras que se movían de forma incesante en la oscuridad, había visto y escuchado tantas anécdotas de terror que la hacían ser desconfiada hasta de simples árboles.

Por otro lado, Ángel Molina se encontraba con la vista fija en el camino, después del vuelo a la capital de México pudo conseguir un coche bastante eficiente, solo faltaban dos horas para llegar a su nuevo hogar. No podía dejar de mirar a su hija por el espejo del retrovisor, deseaba poder regresar el tiempo en el momento que empezó a fallarle tanto, sus hermosos ojos miel seguían tan inocentes y heridos como todas las veces que no pudo ir a cada uno de sus festivales, necesitaba borrarlos estableciéndose en aquel pueblito de México. Miró a su bellísima esposa, quien le apretó la mano que estaba encima de la palanca de velocidades, también a ella le debía; muchas noches de cenas y aniversarios que no pudieron pasar juntos, pero no quería que ningún miembro de su familia pasara hambre. 

Años antes veía su don de escritor como una bendición, aunque ahora dudaba de ello, porque su hija había heredado uno de sus males y eso no le permitiría dormir hasta que pudiera darle una vida feliz como merecía. Esperaba poder recompensar todo el amor que le debía a su hija, porque estaba exhausto de fingir que era un amor distante, cuando cada gira y libro vendido era por ella, "Ocho días" era para su adorada hija, no quería que supiera su pasado porque sabía que era probable que pasara del anhelo por más amor, a odio, por lo que había hecho.

Las estrellas que me detuve a mirarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora