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Carla llegó agitada a casa después de eso, puso música a todo volumen en sus audífonos, llenándose de canciones románticas de esa banda británica que tanto amaba, quería que el estremecimiento causado por su primer beso permaneciera ahí durante un rato.

Se encontraba en su rosada nube de dulzura, incluso a la hora silenciosa de la partida de su padre por una junta de la editorial, algo que siempre le provocaba una sensación amarga, ahora no le había dolido tanto. En la hora de la cena no paraba de mirar su celular, quería algún tipo de respuesta del dueño de su primer beso, le parecía raro que después de varias noches de desvelo hablando con él no llegara nada, y necesitaba afirmar, si realmente todo fue real entre ellos, como había surgido en el auditorio.

Fueron horas esperando por un mensaje, hasta que cayó en los brazos del famoso Morfeo. En cuanto despertó le vinieron pequeños fragmentos de un sueño incompleto, un sentimiento de tristeza y ansiedad en la misma línea. También surgieron los buenos momentos con David, podía jurar que aún sentía el contacto de sus labios con los suyos.

—Princesa, ya es hora de desayunar —anunció su madre, sacándola de los miles de escenarios en los que se imaginaba con su novio, que, aunque eran encantadores la habían distraído por diez minutos mientras miraba al zapato tirado en una esquina de la habitación—. Oh, por cierto, necesito que vayas por el pan mientras hago los huevos fritos, por favor.

Aceptó su destino y se arregló lo mejor que pudo, para no parecer más desalineada de lo que ya era. Salió de la casa con los audífonos, corriendo para volver al cálido hogar que tenía, ya que al estar en invierno hacía un frío del demonio.

Se encontró con la terrible sorpresa de que la panadería de siempre se encontraba cerrada, y como aún no conocía del todo el lugar, no sabía a dónde ir. Entre las frías calles del pueblo pudo encontrar su salvación, un lugar que tenía cierto aire hogareño, la hizo recorrer la puerta deslizable para así encontrarse con una gran variedad de pan, y el calor del local que la invitaba a pasar para resguardarse del frío.

—Mami, tenemos un cliente —Una hermosa niña que se encontraba sentada al lado de la caja de cobro, tenía migas de pan en las mejillas y unos ojos parecidos a dos inquietas olivas. Al mirar a la pequeña doncella rubia pudo encontrar una barbilla partida que se le hacía familiar.

—¡Estoy ocupada para atender, dile a tu hermano que lo haga! —gritó una mujer desde la habitación contigua.

La pequeña miró a Carla, haciéndole una seña para que tomara lo que quisiera con las pinzas y la bandeja frente a ella, mientras subía las escaleras buscando al que ella suponía era el hermano mayor.

Comenzó a elegir algunas piezas, había muchos bizcochos que se veían divinos, aunque no podía comprar mucho porque podía volverse duro y su madre ya la había regañado por comprar tanta cantidad. Estaba de espaldas, pero podía escuchar a la adorable hadita y su supuesto hermano bajar, así que apresuró su marcha dirigiéndose a la caja de cobro.

—¿Vienes por la mercancía o por el vendedor? —Podía reconocer esa voz en cualquier lado, estremecedora y ronca, no se casaría nunca de ella. Precisamente había estado pensando en él, durante sus sueños, e incluso fuera de ellos.

David se veía muy bien, excelente, estupendo, incluyendo otros sinónimos que pasaban por la mente de Carla, lucía tierno con la red para cabello en su cabeza, y por lo visto se acababa de levantar, porque llevaba un diferente par de sandalias y el delantal al revés.

—Realmente vengo por pan, aunque la oferta es tentadora —contestó, dándole una sonrisa tímida. Él le hizo una mueca berrinchuda, mientras que se dedicaba a envolver el pan de ella.

Las estrellas que me detuve a mirarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora