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I.

Su mente se paralizó por más tiempo del que creyó, lo correcto y apropiado era culpar a una crisis de conciencia que rondaba insistentemente a su poca estabilidad.

«Vas a estar sola con un chico... Y qué chico», se espantó con la mano el pensamiento, como un mal augurio que repelía con miedo. En otras circunstancias ya estaría pidiéndole consejo a su mamá para lo que se pondría, hoy vestiría casual.

Si es que se le podía llamar casual a un vestido rosa de gasa con fresitas por todos lados...

Y antes de ponerse a esperar que la hora restante pasara, recordó la costumbre de su mamá que consistía en llevar algo para picar cuando visitaban a alguien. El inconveniente era que no tenía las horas suficientes para hacer un pastel o cupcakes.

—¿Qué haces aquí, ratoncita? —apareció su madre a sus espaldas, pellizcando sus costillas.

—Es que no quiero llegar a la casa de Alexa con las manos vacías —explicó, a punto de atragantarse por la mentira que salió de sus labios.

Sí, otra mentira, una que ya no le sentaba bien.

La mujer de expresiones cansadas la estudió detenidamente, optando por darle lo que necesitaba—. Revisa en el estante.

El tiempo no corría a su suerte, por eso tomó de prisa el tupper de galletas que hizo con Alicia. Los recuerdos de cómo se divirtió añadiendo arándanos y pistaches a la masa, más todas las pláticas pasadas con su madre vertían un ácido y corrosivo sentimiento de culpa en su corazón, por la falta de confianza de unos segundos atrás.

Abrió la boca para soltar la verdad, deteniéndose por un mensaje de su tutor del momento.

Dan✨:

Sí estoy afuera de tu casa? Me perdí un poco.

Su contestación fue un rápido «Ya salgo ;)», permitiéndose un instante de honestidad con su mamá.

—Ma... —se dirigió a ella, antes de abrir la puerta—, la verdad es que voy con un amigo por unas tutorías, no con Alexa.

—Gracias por la confianza, corazón —acarició su mejilla con cariño—, que te vaya bonito.

Se reconfortó una vez que salió de su casa, asomándose a la calle para buscar a Daniel; encontrándolo a dos casas después de la suya, recargado en un Volkswagen negro.

Pudo ser una gran entrada, si la vecina no le hubiera salpicado los jeans con agua que tiró en la banqueta.

—Mil perdones, joven, no lo vi —palideció la mujer, con ambas manos cubriendo su boca de la impresión. Obviamente no se dio cuenta por estar centrada en la canción de señora dolida que sonaba desde su sala.

Carla no pudo evitar reír, llamando la atención del pelirrojo.

—No hay problema —ni volteó a ver a la pobre señora Guillermina, usando una voz hermética e indiferente que cambió justo cuando sus ojos vibrantes conectaron con los de la castaña—. ¿Lista, ninfa?

—¿No te mojaste mucho? Si quieres puedo entrar a mi casa por una toalla —le dio un vistazo a sus pantalones oscuros un tanto mojados, esperando que no se le fueran a arruinar en caso de que esa agua tuviera cloro.

—Estoy perfecto, pastelito —le dedicó una sonrisa ladeada, ofreciéndole su brazo para guiarla al carro y justo al abrir la puerta del carro le detuvo el paso, inclinándose como si tuviera ansia de añadir algo más—: Me diste hambre con tu vestido de fresas.

Carla no supo cómo reaccionar, fuera de sentir enrojecidas sus mejillas e inmediatamente meterse al vocho con urgencia.

—Q-qué bueno que traje algo para que no me comas —Una vez que el pelirrojo entró de su lado del coche, ella sacudió el recipiente de galletas, capturando la atención del chico con apariencia grunge.

Las estrellas que me detuve a mirarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora