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I.

Sus pasos recorrían ansiosos el camino a casa de David, riéndose del susto que había sentido cuando creyó que su padre iba a negarle el permiso a salir, afortunadamente no tuvo que hacer nada al escucharlo roncar como si no hubiera un mañana. El frio que acompañaba la mañana era mayor al de otros días, haciéndola abrigarse un poco más de lo acostumbrado y con la intención de tener un lindo detalle, quiso llevar consigo el gorro tejido color rojo que le había regalado el chico avellana.

Al llegar a la panadería esperaba encontrar a su novio solo, sin embargo, se llevó una sorpresa al ver que estaba acompañado con su pequeña hermana. Al estar frente a ellos, fue sorprendida por él, que le dio un corto beso en los labios.

La inocente niña, que los miraba desde abajo, quedó asombrada por la belleza de la novia de su hermano, y sin reparos se lo hizo saber.

—¿Eres una princesa? —le preguntó, contemplando a una sonrojada Carla, que en efecto tenía cierto porte elegante con ese abrigo de un suave color rosado.

Di, contrólate —advirtió su hermano mayor, conteniendo en un abrazo a la tierna niña de seis años, que le pisó el pie en modo de berrinche y se metió a la casa, dejándolos solos—. Diana estaba muy emocionada por conocerte, perdona.

—¿Bromeas? Es adorable.

—Tú eres adorable, cerecita —comentó en una especie de contraataque, besando cariñosamente su nariz y guiándola dentro de la panadería, la cual se encontraba vacía.

Ambos subieron por las escaleras, por las que había desaparecido David la primera vez que había estado en el lugar. Al subir se encontró a primeras instancias con Diana sentada en la sala, jugando con dos muñecas, y en el fondo se encontraba la señora de la casa, sirviendo comida en la cocina.

—B-Buen día, señora. Me llamo Carla.

—Cariño, no me digas señora. Soy Laura, mucho gusto —La mujer de cabellos rubios dejó de servir, dirigiéndose a la novia de su hijo y enfundándola en un abrazo cálido.

Laura la hizo sentarse en cuanto sonó la tetera de fondo, los olores del delicioso pavo la tenían distraída de lo que pasaba a su alrededor, hasta que sintió una mano en su rodilla que evocó un cosquilleo. David estaba al lado suyo, con su mano bajo la mesa, intentando atrapar su atención. Podía encontrar un destello de felicidad en su mirada, no obstante, por instinto retiró la mano de ese lugar y entrelazó los dedos para deshacerse de esa sensación tan extraña.

Se volvió rehén de Diana en cuanto la comida desapareció de su plato, la hizo jugar con ella, hasta que el sueño venció su pequeño cuerpo y en cuanto se durmió en el lindo sillón, David la llevó a su cuarto para hablar más en privado.

—Gracias por esto, ahora toda mi familia te ama —tomó las pequeñas manos de ella y las besó con ternura.

—No agradezcas, son una gran familia.

—Aunque no estemos completos... —miró al suelo, con cierta decepción en el rostro y se repuso al percatarse de la preocupación en su cerecita—. Ayer teníamos una charla pendiente ¿No?

Lo miró con sospecha, quería preguntar sobre esa expresión afligida, pero reconocía que no se veía como un sendero seguro.

—No sé cómo decirlo, no sin que me veas de diferente manera —contestó, era claro el temor en su voz. Desde que él la había conocido sabía que era una persona difícil, sin embargo, esto era otro nivel para asimilar.

—¿No me entendiste ayer? Hablaba en serio cuando dije que estaría siempre para ti —El tono en el que le dijo eso, fue justo como cuando habían hablado por teléfono, eso la hacía sentir bastante estúpida por haber dicho una tontería de nuevo.

Las estrellas que me detuve a mirarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora