12

47 8 39
                                    

I.

Desconocía el motivo de su nerviosismo, las cosas ya no regresarían a su lugar con él y el único motivo de tocar a su puerta una hora antes de la escuela era para tutorías de emergencia... solo eso. Bueno, junto con los deliciosos muffins que se desayunó, eso podría incluirse como parte del empujón.

«Si sale bien puedo pedirle la receta», razonó con su lado inquieto, antes de ser sorprendida por esa voz que tendría que parecerle indiferente.

—No creí que vendrías —David le abrió su puerta, invitándola a subir a su cuarto.

«Yo igual», admitió silenciosamente.

Resultó que tuvo que mover su visita al mirador con Daniel, debido a que el tiempo del receso no era recomendable para estudiar, menos con cierta reina inquieta por la entrega de algunos proyectos.

—Tenemos una hora, es mejor que nos apuremos —sacó con delicadeza su cuaderno de apuntes.

—Eres de las pocas personas que conozco que cose sus libretas aunque no lo haya sido requerido —robó la libreta café de las pequeñas manos de Carla, admirando con una sonrisita que el contenido abarcaba casi todo el cuaderno.

—Es muy estético —se justificó, arrebatándole su valiosa compilación de apuntes—. Y deja de jugar, que el examen es en dos días y tienes que memorizar todo esto.

Agradeció encontrar concentración en los ojos avellana que tenía al frente, así iba directo al punto sin debilitarse por recuerdos que continuaban cazándola cada que se proponía seguir.

Hablar de algo que la entretenía conseguía un estado de euforia, que aumentaba cada que David parecía entenderlo. Se hicieron cuarenta minutos ininterrumpidos y tres temas completamente aprendidos. En secreto se enorgullecía del trabajo en equipo que formaba con él.

—¿Yo hice esto? —David apuntó con emoción las hojas blancas con ejercicios resueltos—. Ya quítale el puesto al amargado, eres mucho mejor.

El instinto defensor de Carla saltó con la fiereza de un gatito.

—Mhm, no creo —sonrió, recordando que casi todas las palabras que usó con el chico avellana eran un resumen de los días preparando el examen con el profesor de voz grave y certera—, de él aprendí todo.

—Matadita.

—Ya se sabe —se encogió de hombros—. Vamos con un último tema.

—¿Sí te gustaron los muffins? —interrumpió con un ánimo casi impaciente por conocer su opinión, inclinándose a ella con sumo interés.

—No creo que eso tenga que ver con el examen, la verdad.

—Tiene que ver con mi concentración —cambió la voz a una que aplicaba cada que negociaba con ella por datos de su vida, cuando no eran nada y todo a la vez—. Dime y seguimos.

Frunció el ceño, aún sin creer el cinismo de su infame trato.

The audacy —soltó en inglés. Con esa forma elegante para evitar decir 'Qué huevos los tuyos'—. Te estoy haciendo un favor y si no quieres seguir aún puedo adelantarme a la escuela.

Tomó sus cosas, intentando hacer que se sintiera un poco culpable de lo que dijo, admitiéndose a sí misma que en el fondo no planeaba abandonar la casa por algo tan absurdo.

Lo inesperado fue la reacción del castaño, tomándola del brazo con un nerviosismo tan marcado, que la obligó a parar... Él temblaba, con la actitud completamente atípica y desconocida en sus meses juntos.

—Me pasé... Perdóname —habló con dificultad, con su frente comenzando a sudar.

«No puede ser...», ese temblor se lo conocía perfectamente.

Las estrellas que me detuve a mirarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora