Primera Sesión Parte 1

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Era un día soleado. En concreto, era el segundo día de la festividad del matrimonio de los antiguos reyes de Isoa. Las calles se llenaban de vida, especialmente las de la capital sur, Aejin. Todos los poblados acogen estas festividades con gozo e intentan aportar lo mejor que tienen para que tanto extranjeros como residentes estén cómodos. Todos excepto los poblados en pro del actual rey Benaer.

A medida que el sol entraba por su cabaña, Arroyo se despejó. Dejó su cama estirada con la esperanza de que se secase antes de su vuelta, aunque de nada le iba a servir, y salió a la playa a disfrutar de las olas de verano. Todo parecía en calma: las mariposas azules radiantes jugueteaban por la orilla, las gaviotas revoloteaban por todo el poblado y los faes habían empezado su labor. Se quedó unos segundos observando la majestuosidad de esos dragones y comenzó a desvestirse, dejando su piel azulada al descubierto. Acarició con suavidad las cicatrices circulares que le cubrían y se metió al mar.
Pasó largos minutos dejándose llevar por la corriente hasta que una tela flotante llamó su atención.
-Ya están tirando basura al mar... - se quejó. Comenzó a bucear en dirección a la blanca tela de seda, cuando diferenció que en realidad se trataba de una niña.
Apretó el ritmo y la cogió por debajo de los brazos, arrastrándola hasta que logró llegar a la orilla. Allí se fijó mejor en ella: una elfa de unos quince años, con un tono de piel muy pálido y una larga cabellera verdosa. Por su suerte, simplemente estaba inconsciente.
Apartó los cabellos mojados de su cara y la cargó en volandas hasta el poblado. Al poco de subir, encontró a su viejo amigo Roy, un viejo y gordo pescador con pata de palo y piel morena.
-Arroyo, ¡cuánto tiempo! - exclamó con voz profunda y ronca, acercándose todo lo deprisa que su cojera le permitía y enseñando una sonrisa no demasiado blanca.
-Eh, Roy, mira qué pez me tocó -sonrió Arroyo, levantando ligeramente a la niña.
-Vaya, sí que es un salmón grand... ¡Madre Santa, eso no es un pez!
Con expresión aterrada, Roy se ofreció a llevar a la niña hasta el curandero Nish. A decir verdad, Arroyo era bastante más fuerte que Roy, pero este no quería abandonar su espíritu joven.
Con la niña en buenas manos, Arroyo decidió volver a la playa y comenzar a trabajar. Entró a su cabaña, ignorando el rastro de agua que dejaba a su paso, y cogió su vieja caña. Volvió a salir en dirección al muelle y echó el anzuelo. Pocos minutos después, sintió que algo picó. Tiró fuerte para sacarlo, pero por desgracia su caña se partió. Un extremo se fue flotando mar adentro y el otro quedó plasmado en la mirada de Arroyo. Decidió clavarlo en la arena y preparó su mochila. Su próximo objetivo era conseguir otra caña y sabiendo que hoy el pueblo estaría ocupado con el pescado, posiblemente tendría que ir hasta la ciudad.

Subió de nuevo al pequeño pueblo y vio a Roy saliendo con la niña de la casa de Nish. Les saludó en la lejanía y aceleró el paso hacia ellos.
-Ya veo que está todo bien - dijo sonriente.
-Así es - Roy echó un vistazo rápido a la elfa que tenía cogida de la mano.- Dice que tiene que ir a la ciudad. No sé bien cómo llevarla...
Ambos se quedaron unos segundos dubitativos, hasta que Roy se golpeó suavemente la cabeza.
-Oye, escucha. Tengo un amigo carreante que se llama Tom. Se supone que está en El Paso. Va hacia Aejin. Si decís que vais de mi parte tal vez nos haga un favor a todos.

Sin vacilar, Arroyo agradeció a Roy y agarró la mano de la niña. Preguntó su nombre, a lo que respondió casi susurrando que se llama Mialee.

El camino hacia El Paso era corto y estaba bien marcado. Las piedras que lo forman se veían viejas y desgastadas, sobretodo con marcas de carros y brotes de malas hierbas sobresaliendo entre ellas. A su alrededor se extendían las Praderas Apolíceas y los campos de cultivos de algunas familias.
Durante el camino la charla fue escasa. Arroyo bromeó sobre la situación en la que se encontró a la niña y esta le informó de que estaba planeado ir hasta ese pueblo en barco para informar de la llegada del Bardo, pero se cayó al mar y se golpeó la cabeza. Con una mirada un poco confusa, Arroyo descubrió los ojos de Mialee que hasta entonces estaban escondidos. Tenía rasgos de elfo del bosque, pero el tono violetáceo de sus iris no resultaba otra cosa más que peculiar.

En poco tiempo llegaron a El Paso. La entrada norte estaba llena de casas de agricultores y pequeños ganaderos, mientras que la parte sur albergaba una gran plaza sobre la que se extendían decenas de carros, la mayoría tirados por caballos aunque también había mulas y bueyes. Algunos de los mercaderes eran carreantes, mientras que otros simplemente eran casantes. Arroyo se acercó a un mercader con aspecto imponente, ocupado en desempacar su mercancía.
-Eh... ¿Tom?
-No - respondió. Su tono era seco y firme. Señaló a un carro lejano con los objetos ya recogidos. - Tom es aquel muchacho.
-Gracias.

A medida que se acercaban, vieron con más claridad el aspecto de Tom. Era un muchacho a inicios de la veintena, de cabellos anaranjados y revueltos y ojos oscuros. No parecía ni grande ni fuerte, pero manejaba con buena mano todas las cajas que guardaba.
-¿Eres Tom? - preguntó Arroyo. El chico se volvió mostrando un par de marcados hoyuelos.
-El mismo.
-Somos amigos de Roy. Nos dijo que ibas a la ciudad...
-Hay que ver con Roy... Este hombre me las cuela por donde quiere, pero menos mal que os ha mandado él. Anda subid, que le debo muchos favores. Haceros hueco sin problema.

Mialee esbozó una suave sonrisa cuya causa era la voz nasal de Tom y subieron al carro. A pesar de ser espacioso, estaba lleno de barriles con olor a pescado fresco, cajas de semillas y sacos de trigo y pan. Arroyo hizo un hueco a un lado y Mialee se sentó junto a él. Se quedó un rato observando su pelo. Con el tono azulado y el movimiento ondeante que tenía, estaba convencida de que llevaba el mar en la cabeza. Sin embargo no se sorprendió; era bastante común en los genasi tener cabellos elementales.
El viaje fue tranquilo y durante mucho tiempo silencioso. A mitad de camino Mialee explicó su misión actual y pidió ayuda a Arroyo. En resumidas cuentas, le contó que el Bardo es considerado ingrato por el rey, va a recitar la leyenda de las almas perdidas y deben impedirlo.

Arroyo quedó pensativo, hundido en su confusión. Y por si fuera no estuviera ya incómodo con la situación, Mialee señaló que no tenía zapatos y le dolían los pies. Preguntó si podía apoyarse en Arroyo unos instantes, a lo que este asintió y se transformó, delante de sus ojos, en un ratón de ojos lilas que ascendió rápidamente por su hombro.

Aproximadamente media hora después, Tom avisó de que estaban llegando a Aejin.
En la lejanía, la ciudad parecía una gran fortificación en una colina. A medida que se acercaban, los muros que se levantaban sobre ellos resultaban no ser tan seguros como pensaron, sino que parecían un elemento decorativo. Las piedras estaban perfectamente colocadas, pero posiblemente no resistieran un ataque más o menos fuerte. La entrada era un gran agujero rectangular de hasta cinco metros de alto protegida por dos guardias. El carro paró unos instantes y reanudó su paso en cuanto Tom entregó los papeles correspondientes.
El interior era inmenso. Estaba dividido en tres zonas, separadas por alturas y muros. La primera, a ras de suelo, era una explanada de tierra y piedrecitas. Arroyo calculó que podría albergar hasta doscientos carros. La parte de la derecha estaba formada por un gran mercado, en el que los puestos eran los mismos carros. La parte central era una pista de llegada de faes. En ese momento había un wyvern marrón, cuidado por una decena de mozos que sacaban las mercancías de las cestas que colgaban de su espalda. La izquierda estaba ocupada por un establo del que salían cabezas de caballos y burros y al que llevaban los animales de todos los carreantes.
Tom dejó su carro junto a los demás y Mialee volvió a transformarse en niña. Con expresión de decepción y el cuerpo mojado, suspiró. Debía haber contado con eso antes de subirse a un genasi de agua.
-Bien... ¿Ahora dónde vamos? -preguntó Arroyo, apartándose el flequillo de los ojos y dejándolo ondear a sus anchas.
-La leyenda se leerá en la Casa de Cultura. Deberíamos esperar allí - respondió Mialee, susurrante.
Con paso ligero, emprendieron la marcha hacia el segundo nivel de la ciudad. Subieron las escaleras hacia el muro y evitaron la mirada amenazante de los guardias.

Almas perdidas (actual campaña de d&d) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora