Primera Sesión Parte 2

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El sol resplandecía por la ventana de la posada.
El primero en comenzar el día fue Krusk. Con pereza levantó su pesado cuerpo de la cama y corrió las cortinas. Había oído hablar de una charla en la ciudad sobre objetos mágicos y no pensaba perdérsela. Se acercó a su mochila y antes de revisar que todas sus cosas seguían ahí, sacó un poco de comida envuelta en paños para desayunar. Preparó un bocadillo que fue comiendo mientras bajaba a la calle, imaginando las historias que oirá y acelerando ligeramente el ritmo a medida que dejaba su mente volar.
Por la calle, las personas con las que se cruzaba le miraban con cierto miedo. Su cuerpo verdoso y musculado, vestido con pieles varias dejaba en evidencia su ascendencia semiorca. Y en ese reino los semiorcos no fueron especialmente amables siglos atrás.

Unos minutos después, Vlad decidió levantarse. Al salir de la cama buscó su libro de conjuros, con el que había estado practicando la noche anterior. Él también había oído cosas sobre la conferencia que le esperaba. En concreto, estaba deseoso de conocer todos los misterios que albergaba el reino. Después de revisar sus conjuros una vez más, recogió todas sus cosas y bajó a desayunar.
El ambiente de la taberna de abajo era bastante relajado. Solamente estaba una humana un tanto delgada, de pelo oscuro y con varias runas tatuadas por los brazos. Con aire tranquilo, Vlad se sentó en la barra y pidió un café. Intentando disimular sus orejas semiélficas, acabó su pequeño desayuno y caminó hasta la Casa de Cultura.

El último en encenderse fue Torbreck. A pesar de no necesitarlo, se levantó de la cama dejando un suave chirrido metálico entre las paredes. Se dirigió a la cortina y la movió un poco.
-Hoy la estrella no está tapada...
Torbreck no sabía bien qué hacía ahí. Escuchó rumores de una historia sobre los autómatas y le pareció curioso. Bajando las escaleras, sus pasos se oían retumbando por todos lados. Lentamente paseó hasta la Casa de Cultura bajo la insólita mirada de la población.
-Población actual: 70% elfos, 20% humanos, 10% varios - murmuró para sí.

Krusk y Vlad llegaron más o menos a la par. La Casa de Cultura era un edificio amplio, blanco impoluto, cuya entrada estaba protegida por altas  columnas. La puerta principal estaba abierta, pero una gran masa de gente hacía difícil el paso. Krusk logró hacerse paso entre la multitud y echó una mirada rápida. La sala era amplia y sembrada de sillas delante de un escenario con las cortinas echadas. No había más luz que la que entraba por las ventanas, igualmente tapadas por cortinas oscuras, pero por su suerte no necesitaba mucha luz. Al otro lado de la sala había un par de puertas de madera custodiadas por guardias.
Todos los asientos estaban ocupados, excepto los de la primera fila. Sin pensarlo dos veces, Krusk se sentó en el centro justo delante de escenario. Deseaba conocer todas las posibilidades que Isoa podría ofrecerle.

Vlad, atrapado entre la gente, tuvo peor suerte a la hora de entrar. El ruido de los murmullos le molestaba. En un vistazo rápido, decidió ir hacia una de las puertas del otro lado, aprovechando que un guardia estaba distraído. Con paso firme se acercó.
-Esta debe ser la biblioteca - pensó.
Agarró el pomo plateado de la puerta cuando una mano fría tocó su hombro.
-Lo siento señor, la entrada no está permitida hasta que acabe la actuación.
Justo todo lo que Vlad no quería oír.
Sin más que hacer, se sentó en el lado de la izquierda en los asientos delanteros.

Torbreck fue el más afortunado, al menos para él. No le interesaba sentarse y mucho menos estar con tanta gente, de modo que se quedó de pie en el fondo de la sala, sacó su hacha y simuló ser una estatua mientras hacía un repaso mental de su compostura.

Al mismo tiempo que Torbreck se colocaba, Arroyo y Mialee entraron en la Casa. Sin muchas palabras se sentaron cerca del semiorco.
-Eh...Sé que no nos conocemos, pero tenemos órdenes reales de parar esto - le susurró Arroyo. Krusk se sorprendió, no sólo por lo que dijo sino por quién lo dijo. Repasó con la mirada el cuerpo fuerte y azul de esa misteriosa persona y fijó su mirada en sus ojos azules tan oscuros como las profundidades del mar.
-¿Por qué se supone que haríamos eso?
- El Bardo es un enemigo del rey - añadió Mialee.
- Pero... Se supone que va a hablar de objetos mágicos.
Tras pronunciar estas palabras, Vlad, que tenía la oreja preparada, se acercó con curiosidad a pesar de tener que estar al lado de ese semiorco. Arroyo posó la mirada sobre él un instante. A su vista parecía otro elfo más, con una capa elegante y una bolsa demasiado grande.
-Y no es mentira - siguió Mialee.- Uno de los atractivos de Isoa son las leyendas sobre objetos que antiguos reyes escondieron tras las batallas en el proceso de conquista. Pero el Bardo viene con el propósito de recobrar la memoria del pueblo y a Benaer...digo...a su majestad no le gusta.
-¿Qué se supone que hará? - preguntó mientras sacaba un par de armas de su cinturón.
-Nos dormirá. Es cierto, lo vi el año pasado por ventana - se justificó ante la mirada de desconfianza del semiorco-. Debemos resistir y pararlo.
Krusk revisó todos sus objetos y antes de que nadie pudiera darse cuenta, los aplausos llenaron la sala y la cortina del escenario se abrió. Ante ellos apareció un hombre alto y delgado, vestido con camisa y una capa negra y con una máscara blanca que le cubría media cara. Toda la sala puso los ojos sobre él. Arroyo y Krusk agarraron con fuerza sus armas. El Bardo dio una vuelta y antes de que alguien pudiera evitarlo, todos cayeron en un sueño profundo.

Mientras dormían, una imagen recorrió sus cabezas.
Un fondo negro. Como un vacío infinito. De pronto comenzó a sonar música de aspecto celestial y un foco blanco iluminó un redondel en el centro, donde apareció el Bardo, casi a oscuras por la sombra de la máscara. Comenzó a relatar la leyenda:

<<Hace 50 años, Isoa estaba gobernada por la familia real no legítima. El viejo rey, Lienu el Sabio dejó su poder en manos de su hija segunda Soraede. Esta era una joven a la que siempre le llamó la guerra y la investigación. Aprendió de mano de los mejores generales y exploradores hasta que asumió el trono bajo la recelosa mirada de su hermano mayor, Benaer.
Con la obligación de casarse, Soraede salió de la capital hacia el sur y conoció a un amable curandero devoto de Eldath, Ieren. Él nunca expresó amor por los bienes y las riquezas, a diferencia de por Soraede.
La boda fue una gran celebración de diez días y diez noches, que hoy mismo comenzamos a celebrar en su recuerdo, en las islas Ainat.
Viendo las diferencias entre ellos, decidieron dividir el reino de manera que Ieren se quedó con el sur y lo llenó de cultura y bienestar y Soraede controló el norte y lo convirtió en un asentamiento militar.
El reino creció. La prosperidad llenó sus calles. Y el culmen llegó con el nacimiento de su hija, a la que llamaron como el lugar de su casamiento y posterior crianza, Ainat.
Para facilitar la comunicación entre los centros de los reinos, los reyes partieron en busca de la chamana Wennana, a quien hicieron consejera real. Esta, en compensación, creó un puente de pétalos de narcisos por el que podían pasar todos los carros comerciales.
Pero un desafortunado día, Benaer irrumpió en el salón del palacio y se enfrentó a la familia, tiñendo las alfombras de rojo. Wennana, presente y escondida, guardó las almas de los muertos y corrió al puente donde las liberó, dejando que se refugiaron, y destrozó su creación, dejándose caer al oscuro mar nocturno.
Benaer accedió al trono con el pesar del pueblo sobre sus hombros y sin la menor sospecha de los suyos.
El declive comenzó.
La leyenda sigue siendo escrita.
Y las almas serán rescatadas.
¿Seréis vosotros quienes las salven?>>

Al despertar, el grupo, confundido, se encontró en un mar de aplausos y ovaciones hacia el Bardo, que se estaba yendo de escena.

Almas perdidas (actual campaña de d&d) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora