Capitulo II. El encierro

29 3 0
                                    

Sin preguntar a nadie su opinión, menos aún la de su esposa, generó una orden judicial para internar a su hijo. Cuando lo fueron a buscar, se puso fúrico con los oficiales de policía que apoyaron a los paramédicos del centro psiquiátrico. Lo tuvieron que reducir y esposar como a un delincuente para llevarlo al centro médico. Lo sedaron fuertemente, y solo cuando consideraron que estaba estable dejaron que su padre lo visitara, luego de una semana.

Al entrar en la pequeña sala de visitas especiales y ver a su hijo demacrado, delgado y vistiendo un mono de un color verde desteñido, solo atinó a levantar levemente la ceja derecha. Este acto era lo único que demostraba que algo le afectaba. Era como hielo la mayor parte del tiempo. Cerebral y medido, jamás perdía el control, aunque fácilmente levantaba la voz y aplacaba con ella cualquier intento de llevarle la contra.

Se sentó frente a su hijo, lo vio por un largo rato y le preguntó: «¿Cómo estás?».

André lo miró con cara cansada y solo le pidió que lo sacara de ahí. Estaba derrotado.

—No puedo hacerlo aún. —replicó el padre— Me tienen que asegurar que no harás alguna tontería si sales de acá. Solo llevas una semana internado y, para ser sincero, te has comportado como un loco. Me dicen que le gritas barbaridades a todo el mundo, buscas pelea con los internos y los médicos no pueden tratarte sin que estés medicado. No quieres mejorar y ante eso no puedo pedir tu salida. —Finalizó con su mirada en otro lado—. Extrañamente no podía mirar a su hijo.

El rostro de André cambió bruscamente. Ahora se convertía en una especie de animal poseído. Su mirada cayó fríamente sobre la de su padre, que apenas pudo mantenerla fija en él.

Y con voz fuerte pero gastada dijo: «¡Sácame de acá o te juro que haré una verdadera locura!».

—Sabes que no puedo —contestó su padre—. Tu madre sufre mucho por ti, llora todos los días pensando en tu salud. No hemos sabido de ti en meses, jamás nos contaste de Luciana y lo importante que era para ti.

—¡NO LA NOMBRES, DESGRACIADO! —Le gritó saltando saliva de su boca.

El padre respiró profundo y le dijo: «Sé que jamás tuvimos una relación que se pueda llamar normal, nunca pude entender tus pensamientos, somos como agua y aceite. Pero eso no significa que no me importes. Me preocupas más de lo crees y a tu madre le hace mal esta situación».

—¡Sácame por el amor de Dios! ¡Me hace daño estar entre estos malditos locos! Si de verdad sientes preocupación por mí, no sigas con esto, padre. ¿¡No entiendes que no estoy loco!? ¡Solo me duele el alma, papá! —Terminó casi sin voz.

Las lágrimas saltaron de sus ojos mientras su padre solo lo veía sin decir nada.

Trató de acariciar su cabeza torpemente, pero André lo evitó con brusquedad.

El padre se levantó, y al abrir la puerta se detuvo unos segundos meditando en algo y luego de unos momentos se volvió a sentar, tomó fuertemente a André de la cabeza y le dijo: «Si de verdad quieres salir de acá, te propongo un trato. No es negociable. Lo tomas o no. ¿Estás de acuerdo?»

André asintió con la cabeza.

—Prométeme que estarás en tratamiento a lo menos un mes. Sigue las indicaciones de los médicos y no hagas tonterías. Si logras cumplir el mes sin fallas, haré que te visite un especialista que conozco y él te ayudará a salir. Pero te repito: sin fallas; y si lo logras, deberás seguir las indicaciones de este especialista que te comenté. ¿lo harás?

—Sí, lo haré. Pero si no cumples...

Ahora era el padre quien miraba con fuerza a su hijo: «Con esto no juego, André. Tú cumple con tu parte, yo prepararé la mía».

Estación KoochDonde viven las historias. Descúbrelo ahora