Capitulo IX El Chaman

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El chamán y el puma que los había visitado.

Aquel estaba en cuclillas, sosteniendo su cara con sus manos y los miraba curiosamente con ojos sonrientes. Moreno, de pelo largo, rostro curtido y ojos negro azabache, vestía jeans muy gastados, bototos de cuero con forro de piel y sobre varias capaz de poleras y camisas de varios colores , tenía un enorme poncho de lana con diferentes figuras tribales. Sobre este poncho, un grueso collar de plata del cual colgaba un dije en forma de árbol con múltiples piedras de varios colores. El puma, sentado a su lado majestuosamente, solo participaba con su mirada.

Los jóvenes pronto se percataron de su presencia, pero al verlo supieron quién era.

Él se irguió para caminar a su encuentro. No era muy alto, no pasaba el metro setenta de estatura, pero su caminar era decidido y seguro. Imponía respeto su sola presencia. Al llegar donde los muchachos, les sonrió e hizo un además de sentarse, como pidiendo permiso a los jóvenes. Ambos lo invitaron. El noble animal se acostó a su lado, muy cerca de los jóvenes.

Se sentó junto al fuego. Y respiró profundo al tiempo que extendía sus manos al calor de la fogata.

—¡Es tan agradable el sentir el fuego cuando has tenido frío! ¿Se imaginan lo que sentirá un sediento en el desierto cuando vuelve a beber agua fresca? ¿O un hambriento al comer? ¿o a un desesperanzado cuando alguien le da esperanzas? Piensen en ello, es profundo.

»¿Puedo? —preguntó el chamán, señalando la tetera con agua caliente y la cesta con pan.

—Por supuesto. —respondieron ambos al mismo tiempo.

Sacó de su bolso de tela un pequeño saquito con hierbas, y tomando una taza echó una generosa cantidad. Se sirvió un poco de agua caliente y esperó a que la infusión tomara color. Luego alcanzó un trozo de pan y comió lentamente. Bebió algo del té y les dijo.

—Me conocen como el Chamán Puma Loco, pero mi verdadero nombre es Aiush, que significa «demente» en mi lengua. Cuando niño tenía visiones y ellas me daban terror. Gritaba por las noches y la gente de mi pueblo es muy supersticiosa. Así que pensaron que estaba poseído por los demonios. ¿Por qué? Simple, tuve visiones de desgracias de conocidos y estas ocurrían. Veía problemas y al tiempo se hacían realidad. No tomó mucho tiempo para que mi gente pensara que yo era el causante de tanto infortunio. Así que me desterraron siendo aún un niño. No me mataron por mi madre, quien les rogó que me dejaran vivir. Así, una noche lluviosa ella me dejó al medio de un bosque obscuro y tenebroso. Lloré por mi soledad, lloré por mi madre, quien sufrió mucho por mi culpa. Vagué por ese bosque por varios días y realmente pensé que no viviría mucho. Y me rendí. Al entregarme a la muerte cercana y vencer el miedo que le tenía, de pronto me salvó una bruja. En realidad, era una curandera. Muy vieja, pero con la vitalidad de un muchacho. Me encontró en el bosque y me adoptó como su aprendiz. Ella me enseñó los secretos de los bosques, a conectarme con los maestros y guardianes de la lluvia, las montañas, el viento y el fuego. Pero especialmente de la Luna. Amo la luna con locura, es mi amor de siempre. Está fuera de mi alcance, pero sé que algún día me convertiré en meteorito y la alcanzare allá donde está. —Y rio al decir esto último.

»Con ella pude entender mis visiones y usarlas en beneficio de la gente. Me volví muy conocido, incluso en mi pueblo. Muchos de los que me repudiaron ahora me respetaban y solicitaban mis servicios. Lamentablemente mi madre murió de pena al poco tiempo de mi huida, pero la veo en sueños y sé que está orgullosa. Con el tiempo me hice un joven maduro y me uní a la naturaleza. Cuando la curandera dejó este mundo, volví a quedarme solo. Una noche tuve una fuerte visión de este lugar. Supe que debía partir y así lo hice. Como esa vez que escapé de mi pueblo, fui al encuentro de ese lugar, que me llamaba con fuerza.

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