Capitulo VII La Caverna de Cristales

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Ambos caminantes siguieron por alrededor de dos horas la ruta, que lentamente fue empinándose y en un momento se pudo ver las copas de los árboles gigantes. El paisaje era impresionante. Un mar de color verde que se extendía hasta el horizonte. A lo lejos, una enorme cadena montañosa cubierta de nieve y glaciares milenarios contrastaba con el verde intenso del bosque.

Ambos viajeros estaban en silencio ante la vista.

—Es hermoso realmente. —dijo el muchacho.

Uther movió su cabeza afirmativamente.

—¿Qué sientes en este, lugar André?

El muchacho se tomó unos segundos.

—Desde que llegué siento que estoy en una especie de lugar mágico. Entiéndeme, Uther, he tenido encuentros con seres extraños. Casi estoy seguro de que son producto de algún alucinógeno o algo parecido. Pero lo que realmente quiero decir es...

Calló por un momento

»Me cuesta encontrar las palabras.

Hizo otra pausa para organizar sus ideas.

»Hay algo en este sitio que va más allá de todas las visiones o alucinaciones que puedo tener. En sí, el solo hecho de estar acá es sanador, revitalizante. De alguna forma te obliga a ir hacia tu interior. A caminar pausado, a contemplar tu entorno con amor. Hay algo espiritual acá.

—Eso, mi amigo —habló Uther—, es la conexión.

El muchacho lo miró pidiendo más.

»Lo que llamo la conexión no es algo que se pueda explicar simplemente en palabras. Se debe saborear. Hay que vivirlo. Todo lugar donde haya naturaleza es un sitio sagrado donde podemos conectarnos. ¿Con qué?, preguntarás. Bueno, mi buen amigo, eso es personal y tus experiencias no pueden ser comparadas con las mías, por ejemplo. Si te contara lo que he vivido en este lugar, entenderías por qué me quedé realmente a vivir y acepté con honor el tener la posibilidad de cuidar la caverna de los cristales.

»Los momentos que tú has experimentado son los que necesitas para crecer. Aluen está viviendo los momentos que necesita para sanar su dolor. Eso es lo mágico de este lugar, y aunque parezca extraño, no es el único que existe. Hay tantos de estos repartidos por el mundo. Busca un sitio donde haya un solo árbol y ahí podrás hacer la conexión. Busca un sitio donde corra agua pura y ahí estará la conexión. Si estás solo en una montaña y la vista que te ofrezca te hace cerrar los ojos de emoción, estarás en conexión. Estos son ejemplos de los verdaderos templos sagrados. No los edificios suntuosos y helados creados por el hombre. Cuando usamos la naturaleza sin respeto, estamos violando nuestra propia alma y la de este planeta. Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Eso nos hace creadores. Además, somos los guardianes de este planeta. Se nos entregó en préstamo y actualmente lo estamos consumiendo. Este planeta, a nivel galáctico, es una biblioteca viviente, un lugar donde se guardan los códigos genéticos de muchas formas de vida que existen dentro y fuera de este espacio-tiempo. Y nosotros debemos ser el nexo entre su lugar de origen y este planeta para que, por medio de la conexión, accedamos a ese infinito recurso de información universal. Pero olvidamos cómo hacerlo y nos dejamos arrastrar por el miedo, por la ilusión de separación que nos creó la mente-ego.

»Entiende, mi buen muchacho: recuperar esta conexión es de una importancia gigantesca. En algún momento de la historia humana quedaron tan pocos con la capacidad de hacer la conexión que casi nos extinguimos como especie evolutiva. Habría sido catastrófico a nivel universal si esto hubiese pasado. Por eso, la inteligencia primaria que rige este universo envió en distintas épocas lo que llamamos profetas, mesías, salvadores. Llámalos como quieras, pero su misión verdadera fue mantener esta conexión viva y, de alguna forma, pasarla a nuevas mentes.

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