Epílogo

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Maju

*

Tamborileé mis dedos en aquella barra, mientras disfrutaba de la música de fondo.

A lo largo de los últimos años había conocido decenas de nuevas ciudades, porque si algo tenía Europa era la facilidad de recorrerla y extasiarte con tanta riqueza histórica y cultural. Cuando mamá y yo conocimos Roma, bromeábamos cada cinco minutos porque literalmente, existían anuncios sobre piedras en el suelo que tenían valor histórico.

Me había deslumbrado con Europa. También había concido Machu Picchu el año anterior e incluso el famoso Salar de Uyuni en Bolivia donde habían filmado Star Wars.

No obstante, y aunque yo no había nacido en Argentina, por algún motivo regresar a Buenos Aires se sentía mucho más especial, como una brisa fresca. No sabía que había echado tanto en falta la ciudad hasta que puse un pie en Ezeiza.

Una amable chica me entregó mi café, regalándome una sonrisa en el proceso.

—¿Podrías decirle a Diego que estuve aquí y que me encanta el lugar?

—Será todo un placer.

Ella asintió y procedí a marcharme. No me sorprendía descubrir que Diego se había vuelto todo un emprendedor, a fin de cuentas, sus padres eran dueños de varias confiterías en la ciudad y él siempre estuvo ayudándolos a que el negocio creciera. Ahora Diego Suárez era dueño de un tierno café en el barrio de Caballito y estaba próximo a abrir un segundo en Microcentro.

Aun no me había encontrado con él, apenas tenía un día y medio de haber llegado a Buenos Aires. Mi primera parada fue en casa de Marina y Ricky, que además, este último era la razón de mi regreso a la ciudad de la furia. El padre de Ricky era dueño de algunos medios de comunicación en el país, y estaba enseñándole a su hijo a gerenciar el negocio poco a poco.

En mis últimos dos años de universidad —donde me gradué con excelente récord académico, sorpresivamente—, tuve la oportunidad de trabajar medio tiempo en Antena3, además de manejar con éxito mi canal de YouTube. Esa pequeña experiencia ayudó a que Ricky pensara que yo sería una persona ideal para tener en su equipo y me hizo una propuesta laboral difícil de rechazar.

Al inicio lo dudé, porque una parte de mí se había encariñado con mis amigos del canal allá en España, y, con el pasar de los años, logré consolidar una buena vida en Madrid. Incluso había tenido a Joan, lo cual me pareció imposible al principio porque pensé nunca volvería a estar con alguien después de...

Suspiré al recordarlo y decidí pensar en otra cosa.

Aunque sabía que tenía que prepararme, porque en Buenos Aires, él y yo compartíamos el mismo círculo de amigos. Terminaría viéndolo tarde o temprano.

Caminé hasta una pequeña plaza que estaba cerca del café de Diego. Me senté en uno de los bancos de cemento y disfruté de mi café con calma. La temperatura invernal me brindó la oportunidad de vestir un abrigo púrpura que moría de ganas por estrenar.

Aun con los árboles sin hojas, con el cielo grisáceo siempre amenazador, con las baldosas flojas capaces mojar tus zapatos todo el tiempo, con las risas espontáneas de los peatones, con los autobuses a toda marcha, con sus edificios de tilde europeo, con sus borrachitos cada tantas cuadras, con sus manifestaciones, con ese olor a pizzas y medialunas, con banderas de equipos de fútbol guindadas en algunos locales y departamentos... Con todo eso me sentí de nuevo en casa.

A pesar de que había tenido una linda y divertida vida en Madrid, creo que esta fue la verdadera razón por la regresé a Buenos Aires: por esa extraña magia que tenían sus calles.

Contracorriente © [EN LIBRERÍAS] [Indie Gentes #1] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora