El hombre de la casa

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Pasados los comerciales, la escena mostraba a la pareja fuera de la casa.

—¿Qué están haciendo?

—¡Qué se yo vieja, dejá escuchar!

Fernando pasó muchos días queriendo postergar la cosa, pero ya era imposible: tenía que ir al baño y permanecer ahí por un tiempo. Las veces anteriores, entraba un segundo y salía como corrido por fantasmas, pero a esta altura, y las verduras preparadas en el almuerzo, no le era posible postergar sus necesidades básicas.

—¡No pensarás que voy a entrar con vos!

—¡No! ¿Cómo se te ocurre? Pero mirá... yo me ato con esta soga a la cintura y vos la tenés de ahí afuera. Si se hunde el piso, me rescatás antes de que me caiga al río.

—¡Increíble! ¡Dios! ... sos mi castigo. Algo muy malo debo llevar sobre mi espalda para pagar así mis pecados.

—Dale, Letizia, que no aguantó mas.

—Resignación—Mascullaba la chica y sujetaba la soga que le ofrecía su compañero.

La longitud que poseía la cuerda, le permitieron alejarse varios metros y apoyarse contra la puerta-mosquitero de la cocina. Iba contando hasta 150 cuando un tirón, seguido de un grito, la alertaron. Asustada, pensando que las premoniciones de hundimiento se cumplieron, tiró con todas sus fuerzas de la soga y un golpe seco seguido de insultos varios, le indicaron que el náufrago seguía en el lugar.

—¿Qué pasó?

—¿Qué va a pasar?, me tiraste al piso ¡Sos una bruta!

—Pero te escuché gritar.

—Es que me cayó una lagartija del techo y me dio impresión.

—¡Andá! Arreglate solo, mas bruta será tu vieja.

Y se fue a buscar algo para hacer, en lugar de alentar las fobias del tipo.

Un rato después, el avergonzado en cuestión, aparecía con la cabeza gacha sin atreverse a mirarla a los ojos, como cachorro esperando un reto.

—¡Estás vivo! ¡Qué bueno! No te tragó el agua, ¿te lavaste las manos?

—Claro, no soy un nene ¡Podrías dejar de pelearme un rato?

—¿Y si no te peleo, qué hacemos?

Podríamos cultivar algo. Hay muchos cajones con tierra abandonados. No tirés las semillas de zapallo y tomate, las plantamos, y si no sale nada, al menos nos entretenemos. Buscando en la basura, recuperaron las cáscaras de papa. Todo lo orgánico se separaba para formar compost, como abono de la tierra. Lo inorgánico se dejaba en tachos y, cada tanto, por una "módica suma" se la llevaban las lanchas recolectoras de residuos.

Si al finalizar el mes los participantes conservaban algo de los fondos entregados para gastos, se veía cual de ellos era mejor administrador y sumaba puntos extra para el conteo final del concurso; en este sentido, Letizia y Fernando tenían la derrota asegurada desde el minuto cero, ya que nunca se habían ocupado personalmente de administrar un hogar. 

Para las posteriores extracciones de dinero contaban con una tarjeta, a nombre de los dos, de manera que tuvieran que compartir los gastos. Esta tarjeta la usarían en la lancha del banco provincia que estaba a disposición de los isleros para poder hacer sus trámites sin tener que trasladarse al centro y, generalmente, pasaba una o dos veces al mes, según la temporada.

Las mañanas en la isla no eran del todo insoportables, entre la limpieza, la preparación de la comida y algún que otro pequeño arreglo el tiempo pasaba, pero, las tardes, no tenían fin.

La adquisición de varios mazos de cartas, se convirtió en una solución cuando menos momentánea en momentos en que el hastío los llevaba a querer claudicar en su propósito de prevalecer en el concurso. 

Chinchón, escoba de quince y otros juegos inventados pasaron a formar parte de la rutina de este pseudo matrimonio añejo, en su mundo cotidiano, pero alentado en la idea de llegar al final del juego.

Una de esas noches, extrañamente y sin saber cómo, el ritual dejó de ser competencia feroz, para mutar en algo ameno y divertido. Se descubrieron para ellos y para el público, contando anécdotas y riendo sin tensiones.

—No sabés como se enojaba mi abuelo cuando perdía—recordaba Fernando—Era capaz de no hablarte en una semana. Cuando éramos chicos mi abuela nos pedía que lo dejáramos ganar a mis primos y a mí; eso nos enojaba. Con el tiempo, entendimos que el viejo rabiaba  en serio, al punto de no poder dormir. Se tomaba los partidos como un encuentro de honor y así salía herido al perder. Al crecer nos hacíamos los tontos, lamentando no ser buenos jugadores como él, que lucía una cara de satisfacción plena. Era competitivo y "Calentón" pero un tipo bárbaro. Espero que vos no me dejes ganar de lástima.

—¡Ni se te ocurra! Acá está en tela de juicio el honor del género. Te va a costar sangre, sudor y lágrimas poder vencerme.

La verdad, verdadera, era que a esta altura, el intento de llenar las horas, se transformó en algo que ambos disfrutaban.

El ahorcado, el tuti-fruti y el veo veo, ya formaban parte del osado repertorio. La habitual compañía de la radio teñía con un dejo de intimidad la charla distendida.

El hallazgo de un viejo programa, de música ochentosa, aportó su cuota de nostalgia.

—¿Te gusta esta audición?

—Sí. Mis viejos la escuchan siempre.

—¡Mirá, viejo!—protestaba doña Iris—Después que se rio de nosotros por años; ahora escucha lo mismo.

—Así pasa siempre. Acordate de cuando nosotros éramos jóvenes.

—Claro,—Concluyó la mujer—y siguieron mirando con atención lo que hacía su hija.

—¿Bailamos?

—¡No! Gracias.

—¿Por qué no?

—No se me da el baile. El cuerpo no me responde.

—Dale, que no es un misterio del universo ¡Vení que te enseño!

En ese momento sonaba un tema de un adolescente Luis Miguel. Fernando dejó su jugada con las cartas boca abajo y poniéndose de pie, le ofreció su mano a Letizia.

—¿No me vas a decir que tenés miedo a los pisotones?

Ese "Casi desafío" la decidió por fin y agarró, con fuerza, la mano que se le ofrecía.

"Tu la misma de ayer"...

—¿No bailaste en la secundaria?, ¿en el viaje de egresados? En...

—No, ya te dije que ¡No!

La melodía se metía despacito en los oídos, mientras los pies, se movían acompasados y lentos.

—No es muy complicado—opinaba Letizia, feliz, como si hubiera descubierto la pólvora.

—Yo te cuento un secreto: mis amigas me usaban para practicar sus pasos. También soy buen maniquí para probar diseños de ropa. Tendrías que ver lo lindo que me quedan los Straples.

—Me lo imagino—reía la chica y hacía un gesto de escalofríos.

Esa fue la primera noche que bailaron juntos.



El amor no estaba en los planesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora