Cuidando a Letizia

27 13 12
                                    


La tormenta, con su espíritu devastador, dejó paso a un triste escenario. Letizia y Fernando se miraban, huérfanos de consuelo. El río les recordaba una vez más quien mandaba en esas latitudes; como corolario, el viento se retiró dejando que el frío cruel se adueñara del paisaje, silbaba en los oídos y en las maderas sueltas. Algo de toda aquella  agua entró en la casa y, ahora era fácil entender, de dónde provenía ese acre olor a humedad y podredumbre que los recibió recién llegados a la isla. Limpiaron en silencio, resignados a la pérdida, clavaron a groso modo los tablones sueltos y se sentaron a escuchar noticias de la radio local. A pesar de todo, podían considerarse afortunados: muchos de los pobladores perdieron techos y animales. Letizia comenzó a estornudar, al principio lo le dio importancia, hacía años que no se enfermaba y pensó que sería pasajero, pensaba que era ridículo que Fernando se viera de buen semblante y ella, la fuerte de los dos, se sintiera afiebrada.

—Creo que va a ser mejor que te acuestes, yo te preparo una sopita y mañana seguro que estás mejor.

Ni siquiera tuvo ganas de negarse, se dejó llevar sin voluntad, el cuerpo le pesaba toneladas y la cabeza era un volcán hirviente amenazando estallar.

—Me siento muy mal—reconoció casi desfalleciendo—.Si bien Letizia no acostumbraba quejarse, el agobio de los últimos acontecimientos, no le daba fuerzas para oponerse a su voluntad.

—Ya sé, vos quedate tranquila, yo te ayudo.

Entonces, él se hizo cargo, la ayudó a sentarse en la cama, tratándola con el mismo cuidado que lo haría con un pequeño, le sacó las botas y la arropó con todo lo que encontró a mano.

—Te preparo un té con descongestivo, mientras me ocupo de la sopa.

—Bueno.

Fernando se asombraba por no encontrar resistencia y apuró los tiempos antes de que ella pudiera arrepentirse de ser una buena chica y le tirara algo por la cabeza. La noche fue una larga vigilia, entre escalofríos, estornudos y mudanza de compresas húmedas, que se evaporaban al contacto con la frente de Letizia. Poco tiempo antes del amanecer Fernando cayó rendido de sueño, cuando notó que la fiebre cedía y la chica respiraba tranquila.  Esta situación era justamente lo que siempre había temido, tener una familia, perder horas de sueño por el miedo de sufrir por otra persona; por eso fue que eligió una novia auto suficiente e irascible, que siendo más fuerte que él nunca dependería de su cuidado. "Comodidad" esa era la palabra que definía esa antigua relación. Ella era quien organizaba, decidía y también quien se cansó y lo dejó para que tuviera que preocuparse de sus horarios y su vida diaria. Antes de cerrar los ojos, le dedicó una última mirada a Letizia y se sintió bien atendiéndola y cuidándola. Ella, era la primera persona por la que había hecho algo y la satisfacción le dejó marcada una sonrisa que duró, incluso, cuando ya estaba guardado en las alas del sueño.

Era medio día, cuando al abrir los ojos se encontró abrazado a la muchacha, oyendo su acompasada respiración y dejándose acunar por el cálido aroma de su pelo. Cuándo tomó conciencia de que estaban siendo observados en cada momento, hizo como que recién se despertaba y se levantó rápidamente de la cama, haciendo que Letizia saliera de su adormilamiento. 

—¿Qué hora es? Siento como que pasó un camión por encima.

—Pasó el medio día. Creo que ya no tenés fiebre, pero igual quedate acostada que yo te preparo algo. Supongo que tendrás hambre.

—Sí, la verdad tengo hambre y sed.

Letizia lo miraba con cierta desconfianza, le parecía demasiado atento y comedido, pero no iba a desperdiciar la oportunidad  de  ser atendida. Hacía años que nadie la cuidaba, ya sea por su temperamento fuerte y determinado,  o su actitud que repelía la cercanía de otros; lo cierto es que se sintió muy cómoda, sentada en la cama, dejándose inundar por el aroma de la comida casera  que brotaba de la cocina inundando la estancia y la sopa calentita que le suavizaba la aspereza de la garganta. En mitad de sus pensamientos, se plantó de lleno abriendo los ojos, como descubriendo algo que le estuviera velado y dirigiendo la mirada plena de odio miró a Fernando que tomaba su sopa tranquilamente, ajeno a todas las elucubraciones de su compañera.

—¿Por qué estás tan amable? ¿Por qué me atendés así, si yo siempre te trato mal?

Fernando dejó la cuchara desconcertado y contestó lo que le parecía muy obvio.

—Porque va a ser. Porque estás enferma y estamos los dos solos, si no nos cuidamos entre nosotros ¿quién lo va a hacer?

Letizia no estaba convencida de la contestación, ella siempre prefería la defensiva por las dudas, así nunca se decepcionaría, una lógica algo pesimista para su edad, pero que seguía aplicando. Después de un rato retomó el ataque:

—¿Vos no habrás sacado partido de mi debilidad?

Las risotadas de Fernando debieron despertar a los pájaros de toda la isla, pero consiguieron enojar todavía  mas a Letizia, que le tiró el plato— que por suerte  ya estaba vacío y que él ya había aprendido a esquivar, por cuestión de supervivencia—, por la cabeza.

—¡Mujer loca! No podés aceptar que alguien se preocupe por vos. No, no te toqué ni un pelo de tu peluca zanahoria, si fuese así, ya tendríamos a los productores buscándonos para descalificarnos ¿No te acordás que estamos vigilados todo el tiempo?

Claro. Ella se había metido tanto en su papel de chica de isla, que por un momento olvidó el motivo que los reuniera en ese lugar. Por un breve instante, se dejó llevar por la cotideaneidad de las acciones y olvidó quien era y qué hacía en ese lugar.

—Perdoná—se disculpó con Fernando—. Debe ser la fiebre.

—Bueno, pero ya no te sirve la excusa, no tenés fiebre—respondió exasperado, mientras se llevaba los platos a lavar y miraba a la muchacha, no dando crédito, a que, a pesar de toda su agresividad, no podía negar que ella le gustaba mucho más de lo que quisiera reconocer.


El amor no estaba en los planesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora