En la recta final

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Luego de todo lo acontecido, solo quedaba esperar. Letizia caía en la cuenta de que los días que faltaban serían los últimos que compartiría con este hombre que la sacaba de quicio y, aun así, se había vuelto imprescindible en su vida. El camino de regreso fue en silencio, como si las palabras que querían salir de su boca murieran para quedar sepultadas en el  pecho. Fernando comenzó a pelar las verduras, mientras Letizia le cebaba mate, parecían dos autómatas realizando una tarea mil veces repetida. Ella fue la que rompió el hielo mientras preparaba la segunda ronda de mate.

—Falta poco—afirmó, como si necesitara conformarlo.

—¿Viste? Por fin volveremos a nuestras vidas, dejaré de fastidiarte con mi presencia... no tengo a qué volver —soltó de golpe, como si se tratara de una confidencia, asombrando a su interlocutora.

—¡Qué decís! Si llegamos a ganar, vas a tener millones de razones para ser feliz.

—¿Y vos? Tenés una gran carrera, seguro una gran familia, aunque no me lo contaras y ... sos hermosa.

—¿Qué dijiste?

—Nada que no sepas.

¡Hermosa! ¡Hermosa! Las palabras retumbaban en sus oídos, pero a pesar del escalofrío que la recorría, decidió arremeter contra el motivo de su turbación, dejándolo descolocado frente al público, no podía permitir que descubrieran su vulnerabilidad.

—¡No digas pavadas! Ni yo soy linda, ni vos sos interesante. Somos dos desgracias que coincidieron en tiempo y lugar, por burla de los cielos.

Fernando,  ya esperaba una respuesta semejante. Aprendió a conocerla y sabía que cualquier cosa que amenazara su coraza la haría saltar como leche hervida, entonces, no perdió tiempo en contestarle ni recriminarle sus palabras, por el contrario, le ofrecía su mirada compasiva, lo que lejos de serenarla, la irritaba más.

—No me mires con cara de lástima.

—¿Qué decís? No tengo ganas de pelear con vos. ¿Por qué no comemos?

Al fin, el aroma de la cocina, contribuyó a pacificarla, se daba cuenta que era tarde y no tenía más que unos mates nadándole en la panza.

—Dale.

Mientras esto sucedía, la gente fuera de esa casa,  se daba cuenta de lo que pasaba: estos dos compañeros, que se llevaban a los ponchazos, no querían separarse.

—¡Qué lindo sería viejo! —soñaba doña Iris en voz alta, es un buen chico y se nota que ella lo quiere. ¿Te imaginás los nietos corriendo por la casa? Ya sería tiempo, antes de que no nos acordemos de nuestros nombres. Extraño la risa de los niños, repetía melancólicamente, mientras la voz se le cortaba entre hipos.

—Bueno vieja, está bien, pero eso tiene que decidirlo ella, nosotros no podemos hacer nada  —afirmaba resignado su marido—. Mirá, mirá, a ver que pasa.

En la casa, Letizia recogía los platos, cuando ya no pudo callar lo que hacía días pugnaba por salir.

—¿Por qué tenés una libreta, en la que me analizás como rata de laboratorio?

Al oír esto, Fernando se puso pálido y quedó boquiabierto de la sorpresa, luego se recompuso y trató de hilvanar una explicación.

—Era un intento para entenderte, para tratar de llevarnos bien y hacer de esto una experiencia agradable.

La explicación no la conformó, pero prefirió dar por finalizado el tema. Mientras se encargaba de los platos, vio que la sobrina del lanchero se acercaba con una gran sonrisa y se dirigía directamente a Fernando, quien se entretenía barriendo el patio.

—Hola, sé que pronto te vas y te quería invitar a casa, voy a preparar mi famoso pollo a la sal, ¿podrás?

Letizia temblaba de la bronca y, para hacer notar que no era transparente, tiró un vaso al piso, el que estalló contra los ladrillos. Fernando supo al momento que no fue un accidente, pero sonreía secretamente advirtiendo los celos que se apoderaban de la muchacha.

—Te agradezco mucho, pero no podemos hacer actividades por separado. Si Letizia está de acuerdo, no tengo problemas en ir con mucho gusto.

Ahora era la joven, la que miraba con fastidio a su rival.

—Claro. Vos también estás invitada Letizia.

—Gracias, pero no me siento bien, creo que no estoy recuperada del todo.

—Bueno, entonces tendrás que disculparnos. Si Letizia no está bien, no podemos ir—concluyó Fernando dando por terminado el tema.

—Espero que te mejores pronto—afirmó falsamente la despechada muchacha—y luego a Fernando:  a lo mejor, cuando esto termine...

—Claro.

La cara de Letizia, estaba desencajada por completo, casi lloraba de las ganas de arrancar todos los pelos de la cabeza lugareña.

—Creí que estabas mejor.

—Sí, pero tu amiga no me gusta.

—Es muy simpática.

—¡Con vos! A mi me odia.

—No digas eso ¿Por qué te va a odiar?

Letizia no estaba segura, de si él era así de ingenuo, o representaba el papel de tonto para pasarla mejor, así que, fastidiada, dio un portazo y se fue a escuchar la radio. En este tenor de enojo fueron transcurriendo los días y a medida que el final se aproximaba, Letizia no podía controlar su desesperación; se había enamorado de ese hombre y creía que él esperaba ganar para salir disparado a la búsqueda de aquella que lo abandonara un año atrás. Esa seguridad, hacía que se mostrara mas huraña e irascible que de costumbre; estaba molesta con ella misma, más que con el motivo de sus desvaríos. Ya no era una niña soñando con príncipes encantados, era una mujer inteligente y capaz con el sentido común nublado por la emoción,  con la cual no tenía idea de como lidiar, sobre todo por el hecho de que en la posición que estaba, debía hacer todo lo contrario, si quería llegar al final del programa.

El amor no estaba en los planesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora