—Cuando nos vayamos, te juro que no habrá mejor bailarina en toda la ciudad. A propósito ¿Dónde vivís?
Letizia se puso tensa, no podía permitir acercamientos que arruinaran sus planes. Si bien estaba desconectada del sistema, su experiencia le hacía intuir que el producto era bien aceptado y se tenía fe como centro de interés, aunque solo fuera para sus padres y conocidos. Ya los imaginaba sentados en el sillón del living de la casa familiar, riendo y discutiendo sobre las tonterías que ella y su compañero no dejaban de cometer y pensaba con cierto recelo:
—Es fácil criticar, cuando no se está en lugar del otro—Mascullaba.
Fernando no entendía de que hablaba y le volvió a preguntar sobre su domicilio, lo que la sacó de sus casillas.
—¡Acá! ¡Ahora vivimos acá! En este momento, es lo que te tiene que importar. Mi vida fuera de acá es mía y no me interesa que la conozcas, ni la pienso compartir con vos.
—No te pongas a la defensiva, era simple curiosidad—Y luego aclaró—. No soy un acosador que te siga para oler tu basura.
—Perdoname, tenés razón. A veces soy algo agresiva.
—Obsesiva, diría yo.
—No exageremos, no te envalentones que no te queda.
El programa de radio llegaba a su fin, con un bolero meloso, y Letizia se soltó del abrazo generado por la danza.
—Es tarde, mañana tenemos un día movido. Cobramos el sueldo y esta vez tenemos que fraccionarlo mejor, si no queremos volver a tomar caldo de cubitos una semana seguida. No se si el gusto a clavo se me irá de la boca.
Los alimentos, traídos a la puerta de su casa, podían resultar muy cómodos de acostumbrarse, pero había que pensar en bajar los gastos, al menos en aquello que pudiera evitarse. La garrafa duraba poco, ya que para bañarse se calentaba el agua en cacerolas para poder entibiar la del barril, que usaban como bañera rudimentaria cubierta por una lona en la esquina del patio próxima a la cocina.
—Si compramos gallinas, tendríamos asegurados los huevos para los panqueques del desayuno y la tortilla del almuerzo—sugirió Fernando, con criterio práctico.
En el mercado del llamado "Puerto de frutas", se podían encontrar artículos varios para la vida cotidiana, verduras, frutas, flores, artesanías, eran promovidas desde los talleres municipales, como una forma de salida laboral de los habitantes de la isla, visitada por mucho turismo en busca de unos días de tranquilidad y aire libre y también aprovechada, como en el caso de ellos, por los estudios cinematográficos para realizar producciones de bajo costo en ambientes naturales.
—Estas cuatro gallinitas son las últimas que me quedan, así que les hago precio—aseguró una vieja de voz áspera, que fumaba un cigarro hecho a hoja de tabaco enroscado.
Según les asegurara la mujer, esas gallinitas blancas serían excelentes "ponedoras" que no se arrepentirían nunca de haber adquirido. Los pollitos, eran casi regalados, pero no convenían por ser muy frágiles y, frecuentemente, morían de frío antes de crecer, si no se contaba con incubadoras especiales. Muy contentos con su adquisición se pavoneaban llevando la jaula, que venía como oferta extra para el traslado de las aves. Mientras paseaban por el mercado, se cruzaron con otros miembros participantes del reality que los miraron despectivamente y siguieron su camino, como los rivales que se consideraban.
—Y a estos ¿Qué bicho los picó?
—No te preocupes, seguro nos envidian por nuestra familia recién adquirida—afirmaba Letizia mientras sacudía la jaula, con el susto de las gallinas.
—Pará. No las asustes que se pueden morir, o lo que es peor, del miedo no poner nunca huevos.
La posibilidad asustó a Letizia, que las dejó quietitas, y les cantó una canción de cuna.
La nueva vida transcurría sin mayores contratiempos, tanto es así que, la falta de disparates a los que estaban acostumbrados los televidentes, los llevó a interesarse por los demás miembros, cuyas novelescas participaciones habían aburrido, por lo estudiadas, en espera de alguna novedad.
Un mes después de la incorporación de las hermosas "gallinitas", estas empezaron a desarrollar grandes crestas y espolones; al llegar para alimentarlos, los dueños eran atacados a espolonazos y picotones. Se trenzaban entre ellos en terribles peleas, lo que los hizo arribar a la conclusión de que se trataba de cuatro gallos y, la vieja de porquería, se estaría riendo de ellos a mas no poder.
—¡Nos vio la cara!
—¿Cómo no te diste cuenta?—Reclamaba Letizia.
—Qué se yo, nunca crie animales.
Estaba claro que si querían comer huevos, deberían comprarlos al lanchero. Por fortuna, algo de lo plantado estaba dando frutos. Las lechugas y acelgas crecieron pronto. Tema aparte fueron los tomates, que de hermosos y perfumados, pasaron a ser almuerzo de las hormigas cortadoras que les dejaron unos frágiles palitos, para que recordaran el lugar adonde estuvieron.
El problema de los gallos, tenía que resolverse. Si no se mataban antes, entre los cuatro, deberían hacerlo ellos, no existía otra solución, mal que le pesara. Como era de suponerse ninguno se animó, primero porque los animales los corrían y picaban, ni bien los veían venir, además la idea de desplumarlos les desagradaba a los dos. En conclusión, se los cambiaron al lanchero por pilas para la radio, repelentes y algunas latas. Era seguro que obtendría buena ganancia de esos ejemplares, ya que erran hermosos y belicosos, lo que hablaba de estirpe que se cotizaba muy bien. Se dieron cuenta, cuando el tipo se retiró frotándose las manos por la satisfacción de la ganancia que se aproximaba.
Cuando el espíritu estaba a punto de doblegarse, debido a los constantes fracasos que se encadenaban, la planta de zapallo les dio la sorpresa: pequeños frutos aparecían por montones detrás de las acolchonadas flores amarillas. No lo advirtieron inmediatamente, por el temor que despertaba la planta en Fernando.
—Esas hojas se ven peludas y peligrosas—esgrimía como justificación a su reticencia.
—¡Pero si tenés una dotación de medicamentos! —Después de pensar unos momentos, ella le disparó con fastidio: ¡a quién se le ocurre venir a un lugar de naturaleza plena con semejante cantidad de complicaciones!
—Con mis problemas, lo mismo daría el jardín de mi casa—respondió Fernando haciendo uso de toda su lógica.
—Paciencia Dios, dame paciencia. Falta menos, falta menos...
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El amor no estaba en los planes
Genel KurguLetizia Robles, es la productora estrella de los estudios "Luna del Plata" dónde se graban los éxitos de audiencia, envidia del mundo del espectáculo. La joven, tiene en sus manos el primer proyecto importante de su carrera; un reality del que depen...