- Lo que tú necesitas es un hombre de los que se casan, Dulce. -
La voz de su madre interrumpió el aluvión de sugerencias de sus tres hermanas. Todas ellas casadas con el hombre de sueños. Aparentemente, eso las cualificaba para darle consejos que ella debía seguir sin rechistar al no haber conseguido que su novio... ex novio, sentara la cabeza.
Según Brendan, ella intentaba controlarlo lodo, su relación lo ahogaba y necesitaba «espacio». Tanto espacio que estaba en Nepal, a miles de kilómetros de Sidney, intentando encontrarse a sí mismo en el Himalaya, meditando en un monasterio budista. Cualquier cosa menos vivir con una mujer que, según él, intentaba controlarlo todo.
Era humillante tener que admitir esa derrota ante su familia, pero no podía faltar al cumpleaños de su padre, de modo que se vio obligada a explicar la ausencia de Brendan. Las cinco: su madre, sus tres hermanas y ella, estaban en la cocina fregando los platos mientras los hombres de la familia se relajaban en el jardín y hacían como que cuidaban de los niños. Dulce sabía que debía enfrentarse con la situación y seguir adelante, pero se sentía tan vacía, tan rota. Tres años con Brendan tirados por la ventana.
— ¿Y cómo sabe una cuáles son los hombres que se casan? — le espetó a su madre.
¡Gran error! Naturalmente, sus listísimas hermanas tenían la respuesta y se quitaban la palabra unas a otras.
— Para empezar, tiene que ser un hombre con un trabajo fijo — dijo su hermana mayor, Jayne, parando un momento de guardar fiambreras en la nevera. — Debe ser alguien dispuesto a mantener a su familia.
Jayne tenía treinta y cuatro años, estaba casada con un contable y era madre de dos niñas.
— Alguien que tenga buena relación con su familia — contribuyó Sue. — Eso es muy importante.
Sue tenía treinta y dos años. Estaba casada con un abogado de buena familia y tenía gemelos.
Dulce, en silencio, puso dos ceros a Brendan porque nunca había tenido trabajo fijo, prefiriendo trabajos eventuales en la industria turística, ni podía decirse que tuviera una buena relación familiar porque era huérfano y había vivido con diferentes familias de acogida desde muy pequeño. Pero ella ganaba dinero suficiente por los dos y habría podido mantener una familia si Brendan hubiese querido ser «amo de casa», algo no tan raro en nuestros días. La forma de vida tradicional no tenía por qué ser la única, pero Jayne y Sue no querían ni oír hablar de ello.
— ¿Y tu jefe?
La pregunta de su hermana pequeña, Diana, hizo que Dulce dejara de darle vueltas a su fracaso.
— ¿Qué pasa con mi jefe?
Diana, que tenía veintiocho años, se había casado con su jefe, el propietario de una cadena de boutiques en la que ella trabajaba como diseñadora.
— Todo el mundo sabe que Christopher Pierson es multimillonario. ¿No acaba de divorciarse?
— Sí, pero...
— Lleva mucho tiempo separado de su mujer y ella aparece todas las semanas en las revistas, yendo de una fiesta a otra. Yo diría que Christopher Pierson es un buen partido — declaró Diana, mirando a Dulce como si fuera tonta por no haberse dado cuenta antes.
— ¡Por favor! Como que se va a fijar en mí... — replicó Dulce.
Ella sabía que no tenía los atributos necesarios para atraer a un hombre de ese estilo. Aunque, secretamente, siempre le había gustado.
— Claro que se fijará si tú quieres... Él tiene treinta y dos años, tú treinta... después de todo, eres su secretaria y depende de ti para muchas cosas.
ESTÁS LEYENDO
Amor de nueve a cinco
FanfictionDulce Hart se enorgullecía de ser una buena secretaria: eficiente y casi invisible para su jefe. Sus hermanas, sin embargo, estaban hartas de que le gustara pasar desapercibida, así que decidieron transformarla y, aunque ella no lo reconociera, est...