— Ah, ahí está Christopher —dijo Nancy entonces.
Estaba fuera, al lado de la piscina, hablando con un hombre.
— Menos mal que habíamos quedado con el arquitecto a las once. No podía haber llegado en mejor momento.
Eso no garantizaba que hubiese echado a Tara con cajas destempladas, pensó Dulce.
— ¿Puedo preguntarte una cosa? — sonrió Nancy entonces.
— Sí, claro.
— ¿Por qué Tara no te ha reconocido?
Dulce enrojeció hasta la raíz del pelo.
— Seguramente... porque he cambiado un poco mi aspecto.
— ¿Y por qué lo has hecho?
— Fue durante mis vacaciones. Mis hermanas me convencieron de que necesitaba un cambio de imagen.
— Pues no sé cómo eras antes, pero a mí me pareces muy guapa.
— Gracias.
— ¿Quieres té?
— Sí, por favor.
— Así que volviste a la oficina el lunes con una nueva imagen — dijo Nancy.
— Sí.
—¿Y Christopher se dio cuenta?
— Sí. Y no le gustó.
— ¿No le gustaba tu aspecto?
— No le gustaba que fuese diferente, creo. Pero se acostumbrará.
— ¿Azúcar?
— Sí, gracias.
Era un alivio que Nancy entendiese la situación. Habría sido horriblemente incómodo acompañarla en el viaje si pensaba que era la amante de su hijo.
— Ah, aquí viene — anunció Nancy entonces.
Mortificada por el calor que sentía en la cara, Dulce se concentró en el té. Si comía algo tendría la boca llena y Christopher se vería obligado a hablar sólo con su madre, pensó. Era una táctica cobarde, pero en aquel momento no se sentía con fuerzas para hablar con él. Además, si tenía alguna mancha de carmín...
¡Pero eso no era asunto suyo!
Por qué se sentía tan violenta era algo que ni sabía ni quería saber.Oyó el ruido de una puerta corredera tras ella y fue como si, de repente, una corriente eléctrica inundara el aire.
— Dulce...
Ella apretó los dientes.
— ¿Sí?
— ¿Te encuentras bien?
Dulce se volvió. Christopher no tenía ninguna mancha de carmín y su expresión era muy seria.
— ¿Por qué no iba a estar bien?
— No sabía que Tara iba a ponerse tan grosera. Lo siento.
— Le he asegurado a tu madre que lo que ha dicho no es cierto. Y no me he dado por ofendida.
— No habrías creído esa estupidez, ¿verdad, mamá?
— No, claro que no.
— Muy bien. Voy a hablar con Sanders.
— ¿No quieres un té? —preguntó Nancy.
—Lo tomaré más tarde.
Después, salió del invernadero y volvió a dejarlas solas. El incidente con Tara se daba por acabado y, desde luego, Dulce no pensaba volver a comentarlo.
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Amor de nueve a cinco
Hayran KurguDulce Hart se enorgullecía de ser una buena secretaria: eficiente y casi invisible para su jefe. Sus hermanas, sin embargo, estaban hartas de que le gustara pasar desapercibida, así que decidieron transformarla y, aunque ella no lo reconociera, est...