Capítulo 5

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El timbre sonó cinco minutos antes de las diez. Christopher parecía estar deseando ponerse en marcha. Dulce tomó su bolso, abrió la puerta y se quedó de piedra. No estaba preparada para Christopher Pierson con ropa de calle porque, en aquellos tres años, sólo lo había visto con traje de chaqueta.

Llevaba un polo negro, vaqueros negros y una chaqueta negra de cuero. El atuendo y el pelo un poco despeinado le daban un aire de virilidad casi irresistible y sus ojos, por contraste, parecían más azules
que nunca.

— Hola — sonrió él.— Puede que necesites un pañuelo.

— ¿Para qué?

— Para el pelo. Hace una mañana preciosa, así que he bajado la capota del coche.

Un pañuelo... «el pañuelo con estampado de tigre», casi podía oír la voz de Diana.

— Espera un momento — dijo Dulce, corriendo a su habitación.

Dejó a Christopher en la puerta y ni siquiera se le ocurrió invitarlo a entrar pero, aunque había ido a la habitación a toda prisa, cuando salió al pasillo comprobó que estaba mirando alrededor.

— Bonito piso. Tiene los techos altos —comentó apreciativamente.

— Es una construcción de los años treinta — explicó Dulce, nerviosa.

— ¿Es tuyo o de alquiler?

— Es en parte mío y en parte del banco.

—Una buena inversión —aprobó Christopher.

— Sí, lo sé. Aunque lo más importante es que deseaba tener algo mío.

— La mayoría de las mujeres adquieren una propiedad a través del matrimonio —comentó él entonces cínicamente.

«O a través del divorcio», pensó Dulce. Como su ex mujer.

—Sí, pero lo adquieren pagándolo a medias con su pareja, ¿no? —dijo, sin embargo, irritada por el
comentario. —Además, yo no contaba con eso.

— ¿Te gusta ser independiente?

Ella se encogió de hombros.

— Es mejor contar sólo con uno mismo.

— Una buena lección —sonrió Christopher.

¿También él la habría aprendido?
Dulce se mordió la lengua. ¿Por qué le hacía tantas preguntas? Le resultaba raro. Además, sabía que Christopher Pierson siempre hablaba con algún propósito.

Cuando bajaron a la calle comprobó que, efectivamente, era una mañana preciosa. Había algo maravilloso en aquel sol invernal, en el cielo profundamente azul. Mejoraba el ánimo.

— Menos mal que no tenemos que estar encerrados en la oficina.

— Un placer inesperado, sí — asintió Christopher.

— Pensé que tú sólo vivías para el trabajo.

— Me interesan también otras cosas —contestó él con un brillo burlón en sus ojos azules.

El corazón de Dulce empezó a latir apresurado de nuevo. ¿Estaba tonteando con ella?

— Bueno, es verdad que te preocupas mucho de tu madre.

— También me preocupo de otras cosas.

— ¿Por ejemplo?

Christopher soltó una carcajada. Una carcajada. Aquello sí que era inesperado. En tres años, Dulce jamás lo había visto reír a carcajadas. De repente, le pareció mucho más joven, mucho menos amenazador.

Amor de nueve a cincoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora