Capítulo 4

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El martes por la mañana, Dulce apareció en la oficina con un conjunto estampado de leopardo que no hizo nada para calmar su inquietud. Tenía la impresión de que había un gato salvaje rondando por el despacho... Y, para rematar, llevaba unas sandalias de tacón con tiras que se ataban a los tobillos... por primera vez Christopher se fijó en lo finos que eran.

El miércoles eligió de nuevo la falda negra con la abertura en la parte de atrás, pero aquella vez con un jersey de color violeta que, con el pelo rojo, formaba una combinación increíble.

El jueves, la falda de leopardo con un jersey negro y unos pendientes de aro dorados. Christopher se sorprendió a sí mismo con pensamientos eróticos, unos pensamientos que no había tenido en mucho tiempo. Sí, Dulce Hart había dejado a su novio... pero no, mezclar los negocios con el placer nunca era recomendable.

El viernes fue la hecatombe. Apareció con un vestido que llevaba una fila de botones en la parte delantera... pero no iba abrochado del todo y cada vez que se movía mostraba una provocativa
cantidad de pierna. Un cinturón ancho acentuaba su estrecha cintura y, de nuevo, las sandalias. El efecto general era muy sexy, demasiado sexy para una oficina. De hecho, cuanto más pensaba en Dulce, más deseable le parecía.

Pero sería mejor pensar en otra cosa.
Él no estaba preparado para una relación y una aventura con su secretaria sin duda destrozaría una formidable relación profesional. Además, Dulce no parecía más interesada en él que antes, pensó.
Aunque sí sonreía más... o quizá él se había fijado porque llevaba los labios pintados. Y esas sonrisas empezaban a ser insidiosas. Sin darse cuenta, se las devolvía... y él no podía perder el tiempo.

No había nada malo en ser amistoso, desde luego, mientras eso no disminuyese su autoridad. Después de todo, Dulce y él llevaban tres años trabajando en gran armonía y debían seguir haciéndolo.
Por lo tanto, debía mantener las distancias. Las distancias estaban claras en la mente de Dulce cuando entró en su despacho el viernes por la tarde y, con gesto nervioso, abordó el asunto del día siguiente:

— Mañana tenemos que ir a Palm Beach...

— Ah, sí, es verdad. ¿Dónde debo ir a buscarte?

— No tienes que hacerlo si no quieres.

— Así será más fácil —dijo Christopher.

— En serio, puedo ir en tren.

— Pero, si llego a Palm Beach sin ti, tendré una discusión con mi madre — observó él.

—Ah, ya. Lo siento.

— No es culpa tuya. Además, no me importa llevarte, Dulce. Dame tu dirección.

— Podríamos quedar en
alguna parte...

—Tu dirección, por favor —repitió él, impaciente.

— Sería menos problema si...

— ¿No quieres darme tu dirección?

— Vivo en la calle Bondi. Así que tendrías que ir hasta allí para luego volver...

— Sólo tardaré diez minutos, no es nada.

—La verdad, preferiría ir en tren –suspiró Dulce.

—¿Te preocupa que a tu novio le moleste? — preguntó Christopher entonces.

Ella se puso colorada.

— Ya te dije que no tengo novio — contestó por fin.

— No. Se lo dijiste a mi madre.

— Porque es la verdad.

Amor de nueve a cincoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora