Conectando el equipo

300 9 2
                                    


En alguna parte de la vida llegamos a un punto en donde no entendemos muchos de los propósitos que tenemos. Es como si llegase un día en el que te preguntaras de dónde vienes, a dónde vas y que es lo que estás haciendo con tu vida. Ese día para mí llegó en un momento en el que, sin saber por qué, sentía una fatalidad dentro de mi ser, la cual sólo podía ser explicada a través de un momento que no olvidaría nunca.

"¿Será mi voz? ¿Mi cabello? ¿Mis ojos? ¿Mi rostro?" Pensaba. No encontraba la explicación al por qué alguien a quien le tenía tanto cariño y admiración pudiese sentir por mi exactamente todo lo contrario.

Martin era un chico al cual conocía desde la infancia. Habíamos asistido al mismo colegio durante 2 años y desde que nuestras miradas se cruzaron por primera vez, me había conquistado por completo. Éramos solo unos niños, sin embargo aquel sentimiento puro e inocente existió desde entonces, sin siquiera cruzar palabra alguna, ya que yo era demasiado tímida para acercarme a él y él por su lado, nunca mostró interés alguno en mantener una amistad conmigo. Finalmente, un día el destino nos separó y su familia se lo llevó a vivir a otro estado.

Un día, caminando por la calle como normalmente lo hacía de regreso del colegio, me pareció a lo lejos ver un rostro conocido. Habían pasado muchos años desde la última vez que lo vi, sin embargo no olvidaba ese rostro de niño que a pesar del tiempo no cambiaba. A partir de allí comenzó mi tormento.

Empecé a buscar la forma de acercarme él por medio de amigos en común, la ciudad era pequeña y tenía a muchos conocidos que llevaban buena relación con él. Busqué la forma que ellos pudiesen ayudarme a conocerlo, sin embargo había fracasado en todos y cada uno de los intentos. Todos le hablaban de mí e intentaban acercarnos sin éxito alguno. Era claro: él no quería nada conmigo, pero nunca quise verlo. Me obstiné con estar cerca de él; Tenía que, al menos, conseguir su amistad. Solo que en ese trance no caí en cuenta de que lo único que estaba haciendo era acercarme mucho a una loca obsesión y él lo sentía así. Durante dos años lo intenté, sin embargo hasta ese momento reaccioné acerca del fracaso de mi búsqueda y que en todo ese tiempo solamente había conseguido todo lo contrario.

Una tarde de Noviembre, una de nuestras amigas en común me contó que irían a una cafetería en un centro comercial cercano y me llevó con ellos. Yo me sentía demasiado nerviosa, sentía que aquella era una buena oportunidad para poder estar con él, sin embargo cuando Martin llegó todo se complicó totalmente. En cuanto él vio que yo estaba ahí, no disimuló la mueca de desagrado por mi presencia y previendo lo que podría suceder y las intenciones que tenían nuestros amigos le pidió a su mejor amigo irse. Sin embargo lo convencieron de quedarse, hasta que llegó el momento en el que nos dejaron solos.

"Es ahora o nunca" Pensé y le pregunté su nombre. Sí, no se me ocurrió cosa mejor para iniciar una conversación. A lo que él me respondió de forma bastante seca y sin alguna intención de seguir la charla. Enseguida se levantó del asiento, bastante molesto, dirigiéndose a todos.

— ¿Pueden dejar de hostigarme con esto? ¡No me interesa!

Sin referirse a qué, pude comprender perfectamente a quién y a qué se refería. Salió de allí terriblemente disgustado y nadie supo cómo reaccionar. Yo me puse de pie y me dirigí a la salida.

— Ann, espera... —Exclamó Valentina, una de las chicas.

— Ya entendí perfectamente. Todo este tiempo me aferre a algo que no puede ni quiere ser. Me obsesioné y lastime a alguien a quien quiero mucho. Tengo que acabar con esto, lo que menos deseo es hacerle sentir mal.

Salí de allí totalmente devastada. Al llegar a mi recamara no pude más que llorar amargamente durante mucho tiempo. No entendía que sucedía, por qué nunca se había dado ni siquiera la oportunidad de conocerme y eso dolía y dolía mucho.

Mamá en silencio se sentó a lado mío. No entendía exactamente qué era lo que sucedía, pero lo intuía. A pesar de que ella fue la primera en pedirme que no insistiera con ello, me ofreció con ternura su apoyo, como siempre lo había hecho. No hice más que abrazarla durante mucho tiempo y fue ese abrazo lo único que pudo curarme el alma rota. Tenía que rendirme, aceptar que el anhelo de mi corazón no podía ser y eso era muy, muy difícil, pero tenía que hacerlo pues no quedaba más. Decidí romper todas aquellas cartas que le había escrito y nunca envié, además de las fotos suyas que había conseguido, algo que guardaba como un tesoro. A los pocos días apagué las 16 velitas de mi pastel de cumpleaños pidiendo un solo deseo: comenzar de nuevo. Fue así, que soltando aquella historia de amor fallida, comenzó la verdadera historia de mi vida.

Decidí continuar a pesar del dolor que me causaba ese fracaso. Ya no escribía más para él, pero tenía que sacar lo mejor de ese sentimiento. Tenía que servirme para algo, así que seguí escribiendo, ahora sólo para mí y para compartir algunas cosas en un blog que comencé.

Un día, navegando por Internet, encontré el blog de un chico que escribía cosas con las que me identificaba mucho así que decidí dejarle un comentario acerca de sus escritos. Para mi sorpresa me respondió con su dirección de e-mail para podernos conocer mejor e intercambiar textos, ya que le comenté que yo también escribía. Así que eso fue lo que hice, lo agregue a mis contactos hasta que recibí por fin un mensaje suyo y comenzamos la conversación.

MonitorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora