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Un mes había pasado desde que Charlotte descubrió el engaño de su esposo, y en ese tiempo Richard solo había enviado dos notas, una en la que  mostraba preocupación por su joven esposa y la segunda donde justificaba su ausencia debido a las calamidades que habían ocurrido en la Costa y que perjudicaban directamente sus negocios.  Ambas notas fueron quemadas en un arranque de rabia por parte de Charlotte. Consideraba que su marido era un imbécil cara dura que vivía en una burbuja. Los rumores que llegaban eran cada vez peor e incluso se especulaba que la joven con quien se paseaba Richard era su vieja prometida por el gran parecido que tenía. 

Charlotte permanecía recluida en Hope House,  intentó retomar contacto con viejas amistades pero todo era en vano, cada que iba a una fiesta de té era blanco de chismes e incluso de burlas. Creyó que era momento de  volver con sus padres, hace mucho tiempo que no los veía. Dejó de frecuentarlos porque estaba estúpidamente enamorada y no quería realizar ningún viaje sin Richard.

Lo mejor sería empezar a organizar sus cosas e irse a la finca de la familia, el aire fresco alivianaría el peso que traía encima. Además a estas alturas, ya daba por sentado que Richard la había abandonado por estar con su amante, que además de todo no sabía quien era. Muchas personas incluidos los sirvientes quisieron informarle, pero ella se negaba a escuchar. Su corazón aun estaba resentido y sordo. Bajo hacía el jardín, echándose sin ningún cuidado en el cesped, contempló el cielo como cuando era niña. O aquellas tantas veces que Richard se echaba junto a ella y le tomaba la mano. Una lágrima recorrió su mejilla seguida de un grito ahogado ¿Porqué ahora se sentía tan infeliz? ¿Por qué Richard la engañaba, porque había violado el juramento qué se hicieron ? Se puso de lado y tapó su rostro, estaba tan lejos de casa, de sus padres y de todo lo que alguna vez fue su vida.

—Señora ¿Se encuentra bien?— era Clivia a quién no escuchó acercarse, solo cuando prácticamente estaba encima de ella se percató de su presencia.

— Si... estoy bien, me entró una paja al ojo- e hizo una mueca burlona.

Clivia, la miró incrédula, pero no replicó lo que dijo su señora.

—Vine a decirle, que trajeron flores y esta vez la tarjeta viene firmada.

Charlotte giró y posó sus enormes ojos azules en el rostro de su doncella.

—¿Es en serio?

—Si, Señora— haciendo una venía

—Vamos, ayúdame a pararme.

Clivia obedeció ayudándola, mientras que Charlotte se sacudió un poco el vestido para dirigirse al vestíbulo. Como caídas del cielo llegaron aquellas flores, logrando sacarle una sonrisa, abrió la tarjeta y su rostro se iluminó.

"Una bella dama jamás debe llorar, porque sino los poetas como yo, ya no escribiremos al amor sino a la nostalgia. yo me considero un romántico empedernido, por favor no me prive  de ese privilegio."

Robert

Charlotte, se llevó al pecho la nota, consiguió alegrarla de una forma bastante creativa. Y lo inesperado pasó, llamaron a la puerta y el mayordomo fue a responder el llamado.

—buenas tardes— dijo un caballero ante la mirada perspicaz del mayordomo.
— Buenas tardes, caballero— replicó el sirviente.
— Vengo a ver a la señora de la casa— con tono bravucón

— Disculpe caballero, pero sin una tarjeta de invitación no puedo hacerlo pasar.
— La señora de la casa sabe quién soy yo.
— Sin un nombre no puedo dejarlo pasar

Charlotte se percató de la discusión y fue hacia la puerta miró y dijo para sus adentros-— Bastante elocuaz.

—Henry, por favor hágalo pasar.

El joven de ojos azules entró y directamente clavó su mirada en Charlotte quien se mantuvo al lado del florero que contenía las flores por él regaladas, eso hizo que su corazón se acelerara porque finalmente había aceptado un detalle. En cuanto la vio hizo una pequeña reverencia que hizo que Charlotte se sonrojara, y desviara la mirada. Para evitar malentendidos. Charlotte ordeno a los sirvientes prepara té a la par que pedía a Robert que la  acompañara a la biblioteca. Mientras ella iba por delante, la siguió  muy callado, estaba embelesado con su caminar... en sí con toda ella.

—Por favor, pasemos— dijo Charlotte ofreciéndole que tome asiento mientras esperaban el té, sin embargo Robert se excusó porque quería  llevarla de paseo, sacarla de esa casa. Pero al parecer, la pelirroja estaba algo renuente a salir, no quería encontrarse con alguien y menos ser la comidilla de la ciudad.

— Mi bella dama, disculpe mi intromisión pero no soporto verla encerrada en este vejestorio. Fui a todas las veladas con intención de verla y se que mi comportamiento no es digno de un caballero pero sepa usted que haré todo en mi poder por hacerla feliz.

— ¿Está usted demente??? Sabe mejor que nadie mi estatus, lo que yo puedo ofrecerle es una amistad pura y sincera.

— No me interesa en este momento su amistad porque siempre la tuve conmigo— sosteniéndola de las manos.

—¿De que está hablando?— con desconcierto.

—Creo que es hora de que me prestes atención... Charlotte— sus brillantes ojos azules escudriñaron a la pelirroja hasta el punto de incomodarla.

—Le ruego que no me mire así— con un tono suave.

—¿Con deseo? No puedo evitarlo, eres hermosa y sabía que crecerías así.

—¿Nos conocemos?— aún más intrigada.

—Claro que nos conocemos. Tu dijiste que tenías un amigo de nombre Robert, pues ese niño soy yo. Charlotte saltó de la alegría y se colgó del cuello de éste, sus ojos estaban llenos de lágrimas. Sin embargo los ojos de Robert se pusieron oscuros y sombríos.

— volví por ti y no pienso dejarte.

— Oh Robert la vida ha sido injusta, estoy casada y tu eres aún muy joven.

—¿Crees que me importa?— dándole tiernos besos en sus nudillos. El corazón de Charlotte comenzó a latir desbocadamente ¿ Porque tenía esos sentimientos? Si todavía seguía enamorada de su esposo.

Solos en el AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora