Nuestra querida Ayano sueña con estar junto a senpai por el resto de su vida y darle el amor que no logro sentir hasta que lo conocio. Esta completamente convencida de que el es el hombre con el que pasara la eternidad hasta que la muerte los separe...
Que extraño. Juraba haber dejado su cepillo en el lavamanos, pero ahí no estaba y ya lo había buscado en todos los rincones donde se le podía ocurrir. En su habitación, en su escritorio o en el altar de senpai. En la cocina, por el mesón o en la nevera por accidente. Incluso en la sala, por la televisión o debajo de los muebles. Pero era una búsqueda inútil; había perdido su cepillo.
Sin más remedio, solo ocupo el enjuague bucal y se dirigió hacia su cuarto. Antes de dormir, iba a intentar hablar con esos cuatro demonios. No sabía cómo lo haría, pero el fantasma le había planteado cosas acerca de su familia que nunca había pensado. La familia Aishi no era como otros árboles genealógicos, eso era claro, pero nunca pensó que entre las cosas que los hacían diferentes estaban el poder hablar con espíritus o seres del más allá.
Apago las luces y se colocó en pose india sobre su cama. Cerró sus ojos y, sin saber cómo era hacer esas extrañas invocaciones, solo empezó a pensar en los cuatro seres. Recordaba cualquier detalle, lo que fuera para encontrarlos.
Veamos, el primero tenía humo que salía de sus manos, tampoco tenía rostro y parecía ser algo engreído. Luego, la demonio de la lujuria; de cabello largo y de color morado fuerte, casi desnuda y siempre hablaba con cierto tono coqueto, era más amable con ella. El tercero era un ente con la boca muy abierta y brazos casi inexistentes; era malhumorado y cascarrabias. La última era una chica de colores monocromos que parecía estarse desintegrando; se reía de casi todo y de vez en cuando hacia bromas.
Esos eran sus demonios, los de su familia. Abriría los ojos y ellos estarían ahí. Frente a ella.
Lentamente fue abriendo sus ojos, pero lo único que encontró fue la oscuridad de su habitación. Tal vez estaba tan oscuro como en aquel extraño lugar en donde solía aparecer, pero no veía nada de ellos cuatro. Además de que no sentía que flotara en la nada.
—No sirvo para esto— renegó mientras se tallaba los ojos con las mangas de su pijama. Tratar de ver sin luz le estaba arruinando la vista.
Se colocó bajo la sabana y se acurruco en su almohada. Ya pensaría en otra cosa para volver a verlos. Tal vez, podría volver al club de ocultismo y buscar en esos cientos de libros que tenían. Algo tendría que tener algo que le dijera...como entrar al más allá...
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—Ayano-chan— escucho de una voz dulce y aterciopelada.
— ¡Baby killer, despierta!— dijo otra voz, está más juguetona y chillona que la primera.
Abrió sus ojos con pesadez, parpadeo unas cuantas veces antes de darse cuenta de que estaba frente a ambas mujeres. Miro hacia sus pies y se encontró en su lugar, flotando en la nada. ¿Eso que había hecho de verdad había funcionado?
— ¿No estoy soñando? ¿Las invoque? — pregunto mientras intentaba caminar hacia ellas, nunca antes había notado que estaba fija en ese lugar. Como si hubiera caído en papel atrapa moscas.