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Luke

Estaba harto, cansado de escuchar a mi padre y mi madre discutir sobre qué era lo mejor para mí. No sé qué me molestaba más, si mi padre imponiendo sus ideas o mi madre intentando tranquilizarlo y dándole la razón. Solo era una escena patética para mí.

Dejé de observarlos en silencio, y comencé a subir los escalones con pesadez, mis pies dolían, hoy el profesor de educación física, el señor Froud, nos había puesto a hacer unas cincuenta flexiones y nos mando a darle cinco vueltas al campo. Gracias a eso, me di cuenta que me hacía falta ejercitarme más, mi cuerpo había dejado de estar en forma desde hace ya un tiempo y me estaba trayendo algunas consecuencias, como el jodido calambre a mitad de la tercera vuelta.

Al llegar a mi dulce tumba, cerré la puerta detrás mío y dejé la mochila gris sobre el pequeño sofá negro, situado a un lado de la puerta y me eché sobre mi –aún– destendida cama. Ni siquiera me preocupé por desatar las agujetas de mis converse negras, simplemente impliqué algo de fuerza bruta para sacarlas de mis pies, y las lancé por algún lugar del desastre de mi habitación.

Solté un largo y pesado suspiro, mi mirada estaba sobre el techo blanco, supuse que en esto se basaría gran parte de mi tarde.

Los gritos de mis padres ya habían cesado, ahora todo era silencio, o algo así, porque el ruido en mi cabeza nunca me dejaba en paz, provocando que a mi edad ya sufriera de constantes dolores; migraña.

No quería acostumbrarme a esos zumbidos acompañados de fuertes piquetes en mi cabeza, pero ya era tarde, de alguna u otra forma me
acostumbraba a todo lo miserable que vagaba por mi vida.

Quise llamar a Calum, pero recordé que el tenía prácticas de básquetbol justo después de terminar las clases, y yo, bueno, yo era un flojo sin remedio. Con una dysania que me jodía todas las mañanas y mi pesado humor, iba a llegar a las grandes ligas, específicamente en la categoría de "haz enojar a todos hasta que te pateen las bolas".

Era un caso perdido.

Cerré los ojos por un momento y ya sabía lo que venía, la somnolencia estaba en mis venas. Imaginé a mamá entrar en silencio y dejar un suave beso sobre mi frente, pasar sus finos dedos por mi mata de rebeldes cabellos y susurrar un "descansa, mi amor, solo es un día más", deseaba que así lo fuera, solo un asqueroso día más, pero sabía que después de él, vendrían otros miles más o los que falten, hasta que por fin pueda descansar en paz, tres metros bajo tierra.

❄️

14 de enero, 2017

Sentí sus manos frías recorrer mi mandíbula, subiendo por mis mejillas y llegando hasta mis párpados, los cuáles empezó a sobar por cortos segundos.

Nos encontrábamos en su habitación, la paredes eran de un azul claro, casi blanco. Los muebles eran blancos y lo único que resaltaba ahí, era el gran peluche marrón que le había obsequiado por su cumpleaños diecisiete.

— Ya deberías afeitarte esa barba.

Enarqué una de mis cejas y le miré incrédulo.

— ¿Qué hay sobre "necesitas un nuevo look"? —intenté imitar su voz, pero claramente fue un acto fallido.

— No me refería al look de un vagabundo — volcó los ojos y alejó sus manos de mi rostro—. Me causa conflicto — agregó.

Negué un par de veces y rodeé su cintura, para después esconder mi rostro entre el espacio de su cuello y hombro, y comenzar a restregar mi barba sobre su piel, causando que soltará algunos quejidos entre risas.

— Aléjate... ¡basta! —sus pequeñas manos intentaban alejar mi cuerpo del suyo, yo reí entre dientes —, voy a gritar y mi padre va a echarte.

En ese momento, alejé mi rostro de su cuello y le miré perplejo.

— No te atreverías.

— Rétame.

— Eres mala, Winter, muy mala.

Ella negó y de un empujón me dejó contra el colchón, pasó ambas piernas a los costados de mi cuerpo y dejó sus manos sobre mi torso.

— ¿Por qué me dices así?

— ¿Mhm? ¿No te gusta? — Mis manos ahora estaban sobre su cintura, y mi mirada clavada en sus ojos verdes, Winter mordía su labio inferior, su mirada estaba perdida.

— No es eso.

— ¿Entonces? creí que era una buena combinación de tu nombre.

Ella empezó a reír por lo bajo y dio un leve piquete en mi costilla.

— ¡Oye! — le recriminé y sobé el lugar dañado.

— Muy ingenioso, Hemmings.

— A veces eres muy brusca, Lewin— Hice énfasis en su nombre.

— Olvídalo, prefiero Winter — admitió y se dejo caer sobre mi pecho. Llevé mis manos a su cabello cenizo, era suave al tacto y tan lacio, dejando que mis dedos resbalarán en él. Sentí su respiración atravesar mi camisa blanca y sus dedos colarse por debajo de la prenda, ahora tocaban la piel sobre mi cintura.

Su toque era frío, siempre lo era.

what about endings?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora