Capitulo 6

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Reid se alejó del sofá y se acercó lentamente al escritorio. Tenía el aspecto inconfundible de un hombre acostumbrado a salirse siempre con la suya. Abrió una pitillera de oro y sacó un cigarrillo.

—¿Quieres un cigarro? —le preguntó a Rachel, pero inmediatamente añadió—:

No. Lo olvidaba, no fumas. Intentaste fumarte un cigarro cuando tenías dieciséis años, pero te pusiste malísima. Rachel sintió un escalofrío. Por lo visto, le había hablado a Reid sobre ella.

Conocía algunos detalles de su vida, cuando la única información que tenía Rachel sobre él la había conseguido a través de Trudy o de las noticias que aparecían en los periódicos. Sólo tenía información de segunda mano. Sintió una oleada de debilidad que le hizo tambalearse ligeramente.

—Me gustaría sentarme —dijo con un hilo de voz, y se acercó a la silla que

había frente al escritorio de Reid.

—¿Te apetece tomar un café o un té?

—Un té me vendría maravillosamente.

Reid presionó el botón del intercomunicador y le pidió a Charlotte que lellevara el té.

—No tienes buen aspecto —le dijo a Rachel, con voz preocupada.

—Estoy estupendamente. Sólo un poco mareada —levantó la mirada—.

Supongo que en estas circunstancias es algo normal.

Reid asintió con la cabeza y encendió el cigarrillo. En ese momento entró Charlotte llevando una taza de té en una bandeja. Había utilizado el servicio de porcelana China, reservado para los invitados importantes, como dignatarios extranjeros y personajes de alto rango. Reid miró a su secretaria con una mirada interrogante, y ella esbozó una sonrisa que indicaba que sabía lo que tenía que saber.Maldita Trudy. Como no cortara aquello de raíz, la noticia se extendería

 rápidamente por todo el edificio.

—Gracias —dijo Rachel, aceptando la taza de té.

—No tiene por qué darlas —le contestó Charlotte con cariño—. Si necesita algo

más, sólo tienes que llamarme.

—Esto será todo, Charlotte.

Charlotte les dirigió una sonrisa antes de marcharse y Reid hizo un ligero movimiento de cabeza para advertirle que mantuviera la boca cerrada antes de volver a prestar atención a la mujer que estaba frente a él. Intentó conjurar la noche que había pasado con ella, aquella vez desde un punto

de vista más pragmático, sin el ardor y los confusos sentimientos que se apoderaban de él cada vez que pensaba en Rachel.

El día que la había conocido había sido infernal. A las cinco de la tarde tenía un terrible dolor de cabeza, y lo último que le apetecía era tener que asistir a la fiesta de presentación de aquel perfume. Pero había cedido y al final había decidido asistir. El lugar estaba al límite de su capacidad, y Reid había tenido que recorrerlo varias veces, estrechando manos y haciendo comentarios amables. La tentación de marcharse era demasiado grande para combatirla, y estaba a punto de hacerlo cuando había aparecido Rachel.

Como en una vieja película de amor, la multitud parecía haber desaparecido mientras sus ojos se encontraban. Sin pensarlo dos veces, Reid había caminado hacia ella. Rachel le había sonreído, y en ese preciso instante había desaparecido por completo el dolor de cabeza. Habían empezado a hablar, y Rachel había conseguido hacerle reír. En mejores circunstancias, no era nada fácil, y aquella noche podría haber sido considerado un auténtico milagro. Reid le había preguntado que si le apetecía ir a dar un paseo para tomar un poco de aire fresco, y ella había aceptado encantada. Moviéndose lentamente entre la multitud, habían conseguido salir sin que nadie lo advirtiera. Sin proponérselo, habían terminado cerca de casa de Reid, y éste la había invitado a pasar a tomar una copa. Los recuerdos se avivaron cuando vio a Rachel bebiendo el té y mirándolo

sobre el borde de la taza. Volvieron entonces los confusos sentimientos de aquella noche. A Reid le resultaba imposible recordar el resto de lo ocurrido sin ellos. Habían estado hablando como si se conocieran de toda la vida. Cuando Rachel le había hecho un comentario sobre la decoración, se había ofrecido a hacer un recorrido con ella por toda la casa, y habían terminado en su dormitorio. Rachel había empezado a bromear sobre el tamaño de su cama y él le había dicho que la

probara. La joven se había tumbado divertida, deleitándose con la suavidad de las sábanas de seda. Entonces habían vuelto a encontrarse sus miradas, y el mismo fuego que lo

había impulsado a acercarse a ella en la fiesta, lo había llevado hasta el borde de la

cama.

Rachel parecía tan desinhibida que inclinarse hacia ella y besarla le había parecido la cosa más natural del mundo. Y desde ese momento había perdido la noción del tiempo y de todo lo que los

rodeaba. Habían hecho el amor tan libremente, con tanta naturalidad como si hubieran estado haciéndolo durante años. Esa era la razón de que le resultara imposible olvidar aquel momento.

ella. Y si había sido algo tan especial para él, también tenía que haberlo sido. Por eso le resultaba tan difícil creer que lo hubiera olvidado todo. Todavía no podía saber si aquello era una actuación. Y no podría saberlo hasta que no tuviera oportunidad de comprobarlo por sí mismo. Pero conocía a Trudy, y ese era un punto a favor de Rachel. Trudy llevaba mucho tiempo trabajando a su lado, y confiaba plenamente en ella. Pero no era la primera vez que le achacaban una paternidad. Cuando tenía veinte años, le habían hecho responsable de un embarazo, y hasta que no había

podido demostrar que la mujer estaba equivocada y había ganado el caso, se había visto envuelto en una situación muy complicada. Desde entonces, se lo pensaba dos veces antes de acostarse con una mujer. Durante los últimos años, a pesar de que los periódicos se empeñaban en lo contrario, había habido muy pocas mujeres en su vida. De hecho, la mayor parte de aquel tiempo la había pasado solo. Y cuando al fin decidía irse a la cama con alguien era increíblemente cauteloso, casi paranoico, a la hora de utilizar métodos anticonceptivos. Y también lo había sido con Rachel.

Pero los preservativos no siempre funcionaban. Sus propios padres podían atestiguarlo. Y por eso se sentía obligado a concederle a Rachel el beneficio de la duda

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