Capitulo 5

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—¿Sabe mi nombre?

Raid dio un paso hacia ella.

—Sólo sé que te llamas Rachel, nada más.

Rachel era idéntica a la mujer que Reid recordaba, solo parecía haber cambiado su humor. La primera vez que la había visto, sonreía despreocupadamente, con una tranquilidad absoluta. En ese momento estaba nerviosa, tensa. Pero sus ojos eran los mismos, maravillosamente grises rodeados de una finísima línea más oscura, haciendo una combinación perfecta con su pelo. Sonó el intercomunicador y al momento se oyó la voz de Charlotte.

—Mazelli está al teléfono.

Como si temiera que pudiera desaparecer otra vez, Reid mantenía los ojos fijos en Rachel, mientras se acercaba a su escritorio para descolgar el teléfono.

—No te muevas —le dijo. Tomó el teléfono, contestó y estuvo escuchando en

silencio—. Estupendo, mándeme la cuenta —levantó la mirada hacia Rachel y

después cerró los ojos—. Sí, está bien. Ya no voy a necesitar sus servicios.

Reid colgó el teléfono y se quedó sumido en un silencio sepulcral, mientras miraba fijamente a Rachel, como si estuviera viendo un fantasma.

Trudy intervino intentando aliviar la tensión.

—Quizá sea mejor que os presente. Rachel Morgan, Reid James.

—Hola —dijo Rachel suavemente.

—¿Hola? ¿Eso es lo único que tienes que decirme después de lo que has hecho?

Rachel se volvió hacia Trudy y después volvió a limar a Reid.

—Yo... No entiendo nada. ¿Qué he hecho?

Reid se quedó boquiabierto.

—Esto es una especie de broma, ¿no?

—No —contestó Rachel, sacudiendo suavemente la cabeza.

—¿Te importaría dejarnos solos un momento? —le pidió entonces Reid a

Trudy.

—No sé si debo. Rachel no está acostumbrada a tus arrebatos, Reid. Y ahora mismo tienes aspecto de querer matar a alguien.

—Vete y no te preocupes, Trudy. Ya hace años que dejé de asesinar mujeres.

Trudy sacudió la cabeza y le dirigió una sonrisa.

—Insisto en que debería quedarme.

—No, hay ciertas cosas que necesito decir en privado.

—Creo que sé lo que vas a decir —contestó Trudy.

—¿Lo sabes? —preguntó Reid, arqueando irónicamente una ceja—. Es curioso, porque yo no tengo ni idea.

Su furia era cada vez mayor. Preocupada, Trudy miró a su amiga, y descubrió que estaba temblando.

—No te preocupes —le dijo Rachel a Trudy con voz trémula—. Vete, por favor.

Trudy se dirigió hacia la puerta.

—De acuerdo. Pero me quedaré esperándote al otro lado de la puerta. Si me

necesitas, grita —cuando tenía ya la mano en el pomo de la puerta, se volvió hacia

Reid—. Eso va para los dos.

Cuando Trudy salió, Reid rodeó su escritorio y apoyó la mano en el respaldo de una silla.

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