Capitulo 9

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Debía analizar sus opciones. No la conocía mucho, pero por lo que le había dicho, acercarse de forma autoritaria no serviría de nada. Habría que recurrir a la persuasión, y quizá a cierta dosis de realismo y lógica. Pero Rachel también tenía un lado tierno. Aunque ella no recordara nada de lo sucedido, él lo recordaba perfectamente.Reid se llevó el dedo índice a la boca mientras pensaba en el curso que iban a tomar los acontecimientos. De pronto, sonó el teléfono.

—¿Sí?

—Soy Mazelli. Tengo algo para usted.

—Hable rápido.

—En primer lugar, ya tengo su nombre. Esa mujer ha dejado de ser un misterio.

—Continúe —le pidió, pensando que no podía estar menos de acuerdo con él.

—Tiene treinta años y el pasado típico de una persona de una ciudad pequeña.Su madre murió hace dos años, estuvo enferma durante mucho tiempo. Rachel fue la que la atendió hasta el final. Su padre volvió a casarse.

—¿Cuándo?

—Dos meses después de que su esposa muriera.

—Interesante.

—Sí, un auténtico rompecorazones.

—¿Algo más?

—Estuvo comprometida con Tom Walcott. Un vendedor de seguros. Él rompió

el compromiso y se casó con otra mujer. Tiene un niño —Mazelli hizo una pausa—. Al parecer, la abandonó alrededor de las fechas de la muerte de su madre.

—Otra persona adorable —comentó Reid.

—Se vino después a Nueva York —continuó Mazelli—. Estuvo trabajando para Modas Forster durante un año y medio y después la despidieron. Actualmente trabaja de vez en cuando en un restaurante —como Reid continuaba en silencio, Mazelli añadió—. Esa mujer lo ha tenido que pasar mal.

—Eso parece. ¿Algo más?

—Sólo lo normal, la dirección, el número de teléfono, su situación económica... Una cosa más. Ha comprado un billete de avión para Ohio.

—¿Para cuándo?

—Para el último viernes de agosto.

Reid marcó el calendario que tenía encima del escritorio.

—Gracias, Mazelli.

—Llámeme cuando quiera.

—Lo haré.

Reid colgó el teléfono y se quedó mirando fijamente la dirección que había escrito en el bloc que tenía encima del escritorio. Arrancó la hoja de papel, la dobló y se la metió en el bolsillo de la camisa. Agarró la chaqueta del respaldo de la silla, se la puso y se enderezó inconscientemente la corbata mientras se dirigía hacia la puerta. Rachel se iba a finales de mes. Eso no le dejaba mucho tiempo. Pero él estabaacostumbrado a trabajar bajo presión, y de hecho no había nada que lo incentivara más.

Le dejó una nota a Charlotte indicándole que no iría al día siguiente, y que era posible que faltara a la oficina otro día más. Lo invadió una deliciosa sensación de regocijo al darse cuenta de que por fin había encontrado lo que había estado buscando: una buena razón para olvidarse de los negocios, un nuevo desafío.

Ya tenía nuevas razones para vivir. El bebé... y Rachel.

Todo estaba empaquetado. Rachel revisó las escasas cajas que había en la casa y se deprimió todavía más de lo que ya estaba. Cuando había llegado por vez primera

a Nueva York había alquilado un mobiliario funcional y barato que pudiera servirle durante algún tiempo. Pero al final el alquiler había durado más tiempo del que en principio pretendía y nunca había tenido oportunidad de comprar nada de valor.

La agencia que le había alquilado los muebles se los había llevado ya, dejando solamente las cajas con sus objetos personales. Y allí estaba ella, sentada en una caja en medio de un apartamento vacío, esperando que llegaran los encargados de la mudanza. Había pensado pasar la última noche en Nueva York con Trudy, pero había tenido que adelantar la fecha de partida. Iba a tener que marcharse esa misma mañana para poder acoplarse a los horarios de su padre. De modo que ella y Trudy habían compartido una llorosa despedida telefónica esa misma mañana.

Más que a cualquier otra cosa, Rachel iba a echar de menos a su amiga. Trudy representaba lo mejor de aquella ciudad que Rachel había llegado a considerar suya.

No habría podido sobrevivir sin ella. Sonrió al recordar las últimas palabras de su amiga: «No lo olvides. Aquí siempre tendrás una casa».

Pero sabía que nunca volvería, ni siquiera de visita. No sería capaz de soportarlo. Se le encogió el estómago al darse cuenta de que al cabo de unas horas estaría otra vez en casa de su padre.

Era curioso que durante los dos años que había estado lejos, hubiera dejado de considerar suya o de su madre la casa en la que había crecido y hubiera llegado a convertirla en la casa de su padre y su esposa. Había sido muy difícil decidirse a llamar.

Rachel sacudió la cabeza para salir de su ensimismamiento y miró el reloj.

Todavía le quedaba algún tiempo, pero no mucho. Tampoco importaba, si los encargados de la mudanza no llegaban antes de que ella se fuera, el portero se encargaría de recibirlos.

En ese momento sonó el telefonillo. Con un suspiro de alivio, se levantó a abrir y dejó la puerta de la casa abierta para que entraran. Dio una última vuelta por el estudio para comprobar que no había dejado nada sin embalar. Estaba inclinada encima de una caja cuando llamaron a la puerta.

—Entren. Ya está todo listo.

—¿Rachel?

Rachel volvió la cabeza al oír aquella voz. Reid estaba en el marco de la puerta, vestido con unos vaqueros y una camisa azul de manga corta.

—¡Reid! ¿Qué estás haciendo aquí?

—¿Puedo entrar?

—Sí, por supuesto —se enderezó y se pasó la mano por el pelo—. Ha sido un día muy movido —le dijo con una tímida sonrisa.

—Ya lo veo —cerró la puerta tras él y avanzó—. Al parecer he llegado en el momento crucial.

—¿En el momento crucial para qué?

—Para convencerte de que no te vayas.

Cuando Trudy le había llamado para advertirle que Rachel iba a irse ese mismo día en vez del viernes, como había planeado en un principio, Reid se había vestido rápidamente y había pedido su coche. Aunque sabía que si no la encontraba podría seguirla hasta Ohio, el sentido común le decía que tendría más oportunidades de convencerla si hablaba con ella antes de que se subiera al avión. Una vez que estuviera en su casa, sería mucho más difícil hacerla volver. Más difícil, pero no imposible.

Rachel sonrió.

—Me temo que ya es demasiado tarde. Mi avión sale dentro de dos horas.

—El avión puede irse sin ti, Rachel.

—Pero no va a hacerlo.

—Me gustaría que, por lo menos, me escucharas antes de marcharte.

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