Capitulo 11

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—Porque eso resolverá nuestros problemas.
—Querrás decir que eso solucionará tus problemas, no los míos.
—¿En quién estás pensando, Rachel? ¿En ti o en el niño?
—En ambos. Estoy dispuesta a sacrificarme por mi hijo, pero no a sacrificar totalmente mi vida y mis sentimientos. Si yo no soy feliz, el niño tampoco lo será.
—¿Y crees que serías desgraciada si te casaras conmigo?
Rachel soltó una carcajada y asintió.
—Sí, lo sé. No nos conocemos, Reid, pertenecemos a mundos completamente diferentes. Yo nunca encajaría en el tuyo. Es posible que no estés haciendo esto por egoísmo, pero créeme, ese niño es mucho más importante para mí que cualquier mísero acuerdo.
—Esto no tiene nada que ver con el egoísmo.
—Reid, por favor, déjalo. No quiero vivir contigo. No quiero casarme contigo.
Me siento halagada, de verdad, pero sé que no funcionaría. Ni siquiera nos conocemos. Siento desilusionarte, pero no puedes hacer nada para evitar que me vaya.
Rachel se volvió para que Reid no pudiera ver sus ojos llenos de lágrimas. Reid era tan fuerte, tan apremiante... Estaba acostumbrado a salirse siempre con la suya. ¡Hasta había sido capaz de proponerle que se casaran! Aunque en el fondo, Rachel estaba convencida de que no se casaría con ella por nada del mundo. No podía, no debía dejarse atrapar por él. Reid la agarró del brazo cuando el asistente de vuelo la urgió a caminar.
—Rachel, dame otra oportunidad.
—No, piensa en ello, Reid, y pregúntate a ti mismo si me ofrecerías matrimonio si no estuviera embarazada —Reid abrió la boca para contestar, pero Rachel se lo impidió—. No, piensa primero en lo que te he preguntado. Y piensa también en otra cosa: lo que ocurrió entre nosotros fue un error. Tienes que aceptarlo. Se liberó de la mano de Reid y casi corrió hacia la entrada del avión.
Reid permaneció de espaldas al avión mientras se cerraba la puerta. Caminó después hacia el enorme ventanal y observó cómo parpadeaban las luces del aparato mientras se alejaba de la terminal. No podía aceptarlo. No tenía ninguna necesidad de pensar sobre ello. Reid no creía en los errores. Desde que podía recordar, siempre le habían estado repitiendo que él era un error. No lo había aceptado nunca y no iba a empezar a hacerlo ahora, pensó.
No, Rachel estaba equivocada. Aquello no había sido un error. Reid James nunca lo permitiría.
Rachel se sentó a la mesa, enfrente de una sonriente Sally.
—¿Qué piensas hacer mañana, Rachel? —le preguntó Sally, mientras le pasaba una fuente de judías.
—Será mejor que empieces a buscar trabajo —contestó Al Morgan, antes de que ella pudiera responder.
—Pensaba hacerlo, papá.
—No es tan fácil como tú te crees —continuó Al—. Aquí hay más desempleo que en la ciudad. No creas que vas a encontrar lo que quieres nada más llegar.
—Algo encontraré.
—Eso espero.
—Estoy seguro de que lo encontrará —repuso Sally, palmeando la mano a su esposo.
Ambos intercambiaron una mirada y sonrieron a Rachel. La sonrisa de su padre era algo extraña; quizá lo fuera la de los dos. Rachel se dijo a sí misma que eso era lo preocupante. Antes de volver a casa, sabía que iba a ser difícil para todos, pero llevaba menos de una semana y ya tenía los nervios destrozados.
Durante su estancia en Nueva York, había olvidado cuánto le gustaba discutir a su padre, discutir era parte integrante de su personalidad. Siempre tenía algo que decir sobre cualquier tema, y siempre pretendía tener la última palabra. Guando la madre de Rachel estaba sana, había sido capaz de contenerlo, y durante el tiempo que había estado enferma, su padre prácticamente había abandonado a las dos mujeres de su vida.
Así que en realidad Rachel casi no había tenido que tratar con él durante los últimos años, y desde que había vuelto a casa, los recuerdos más difíciles de su infancia parecían haber resucitado de nuevo. Estaba pensando en ello cuando sintió una nausea que le hizo dejar el tenedor en el plato.
—¿No vas a comer nada más? —le preguntó Sally.
—No, gracias. No tengo mucho apetito.
—No has comido casi nada, y estás en los huesos.
—En eso se parece a mí.
Rachel arrastró la silla hacia atrás y se disculpó.
—Creo que voy a darme una ducha —se levantó.
—No gastes todo el agua caliente —fue lo último que le dijo su padre antes de
que dejara la habitación.
Rachel se agarró a la barandilla de la escalera y cerró los ojos con fuerza.
Aquello iba a ser más duro de lo que pensaba. Los días que había pasado en su casa le habían parecido semanas, anhelaba la tranquilidad y la intimidad de su pequeño apartamento. Había procurado mantenerse al margen de la vida de su padre y de Sally, pero la casa era pequeña, y se oía todo en todas las habitaciones. Una noche, los había estado oyendo susurrar en el vestíbulo, y no hacía falta ser un genio para saber que estaban hablando de ella. Y eso que todavía no les había contado nada.Ellos tenían la impresión de que había vuelto a casa porque había perdido su
trabajo, y hasta entonces, Rachel les había dejado que así lo creyeran. Pensaba
haberles dado la noticia sobre el bebé nada más llegar, pero la bienvenida de su
padre había sido tan cariñosa que no había querido hacer ni decir nada que pudiera
estropearla.
Desde entonces, no había encontrado el momento ideal para decírselo, aunque
el día anterior, mientras estaba ayudando a Sally con la lavadora, ésta había
mostrado su buena voluntad, entablando con ella una pequeña conversación «de
mujeres», y había estado a punto de decírselo, pero justo cuando se disponía a
hacerlo había sonado el teléfono. Sorprendentemente, a Rachel le gustaba Sally. No se lo esperaba. De hecho, esperaba que le disgustara profundamente la mujer que había ocupado el lugar de su madre. Pero Sally era una persona dulce, sin ninguna malicia. Había hecho todo lo posible para que Rachel se sintiera en su casa. Pero por mucho que Sally lo intentara, ella se sentía como una intrusa. La casa había cambiado mucho, y en los dos años que llevaba fuera de ella, la vida de Rachel también había experimentado muchos cambios. Se había hecho más independiente y había aprendido a aceptarse mucho más de lo que se aceptaba antes de vivir sola.
Rachel subió lentamente la escalera, recogió su bata y su ropa interior y se metió en el baño. Cerró la puerta con cerrojo, abrió la ducha y se miró en el espejo mientras se desnudaba.
Su cuerpo no había cambiado todavía, pero ella sentía que pronto lo haría. Sus senos estaban más llenos, más sensibles, y la suave curva de su vientre no descendía cuando soltaba la respiración. Se abrazó a sí misma, dejando que el vapor la rodeara como si se hubiera convertido en los brazos de un amante.
Inmediatamente apareció el rostro de Reid en su mente.
Pensaba continuamente en él, y ninguno de sus argumentos conseguía ahuyentar los sentimientos que habían nacido en su interior hacia él durante el corto período de tiempo que habían pasado juntos. Rachel había intentado sacarse a Reid de la cabeza, pero su corazón no se lo permitía.
A veces se encontraba a sí misma deseando saber de él algo más que los pocos datos que aparecían en un artículo que le había dado Trudy. En él se explicaba su escalada a la cima del mundo de los negocios, pero no se decía nada del hombre, de lo que pensaba y lo que encerraba en el interior de su alma.
Eso era lo que le intrigaba a Rachel. La persona que se ocultaba tras su fachada de hombre público y que en un impulso había sido capaz de pedirle que se casara con él para conseguir lo que quería.
Rachel había tenido tiempo de pensar en su propuesta. ¿Qué habría pasado si hubiera aceptado? Probablemente se hubiera desmayado, o quizá le hubiera seguido el juego hasta que hubiera conseguido tenerla atrapada en Nueva York. A Rachel le resultaba imposible creer que hubiera hablado en serio.
Una llamada a la puerta la sacó de su ensueño.

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