Capitulo 10

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Rachel cerró los ojos.
—Por favor, no me hagas esto Reid. Ya te dije por teléfono todo lo que tenía que decirte. Esto ya es suficientemente difícil para que además vengas a plantearme problemas en el último momento.
—Quizá el hecho de que te resulte difícil quiera decir algo.
—¿Cómo qué?
—Como que no deberías irte.
Rachel sacudió la cabeza.
—No tengo otra opción.
—Sí la tienes. Pero has decidido no utilizarla.
—Te refieres a ti.
—Sí.
—Pues no, no quiero utilizarla.
—¿Por qué?
—Porque no quiero nada tuyo. No estoy... El bebé no está en venta.
—Nunca he pretendido nada parecido. Pero hay otras formas de hacerlo,
Rachel. No te estoy ofreciendo dinero, sino ayuda. Así que no hace falta que vuelvas con tu padre con el rabo entre las piernas.
—¿Qué sabes tú de todo eso?
—No sé nada, sólo me lo imagino.
—Has estado investigándome, ¿verdad?
—Sí, lo he hecho. Para ti las cosas no han sido nada fáciles, ¿verdad, Rachel?
Rachel sintió un nudo en la garganta, y tuvo que hacer un enorme esfuerzo para contener las lágrimas.
—¿Por qué me estás haciendo esto? —le preguntó a Reid.
—Porque quiero que te quedes.
—Lo que quieres decir es que quieres al niño.
—Algo parecido.
—No a mí.
Reid apretó los labios y la miró a los ojos. Todavía estaban flotando aquellas palabras en el aire cuando volvió a sonar el telefonillo.
—Ya están aquí los de la mudanza —pasó por delante de Reid para ir a abrirles
el portal.
—Cancela la cita.
—No puedo.
—Claro que puedes.
—No.
Reid se acercó a ella y la agarró por los hombros.
—Dame una oportunidad para hablar contigo fuera de aquí.
—El avión...
—De acuerdo. Tengo el coche abajo. Te llevaré al aeropuerto. Si no he sido capaz de convencerte antes de que salga el avión, me encargaré personalmente de que te lleven todo esto a Ohio.
—¿Por qué estás haciendo todo esto?
—Se nos está acabando el tiempo, Rachel. Sólo tengo estas dos horas para convencerte de que te quedes. Concédeme por lo menos eso, ¿de acuerdo?
En ese momento llamaron a la puerta, librándola de responder.
Reid miró a Rachel a los ojos, le hizo ponerse á un lado de la puerta y la abrió. Como no protestó, Reid decidió tomar su silencio por consentimiento.
—Ya no les necesitamos —le dijo al hombre que estaba esperando en el vestíbulo.
—¿Qué? Nos han llamado para que viniéramos a recoger...
—Sí, pero esa llamada ha sido cancelada —contestó Reid. Sacó la billetera y le entregó un billete—. Por las molestias causadas.
El hombre miró el billete y después a Reid.
—Usted sabrá lo que quiere —se volvió y se dirigió hacia el ascensor hablando consigo mismo.
Reid cerró la puerta y miró a Rachel.
—Ya está hecho —dijo la joven—. Si se las hubieran llevado hoy, las cajas iban a tardar una semana en llegar a Ohio. Ahora quién sabe cuándo volveré a verlas.
—Te prometo que las tendrás en menos de una semana, aunque tenga que alquilar una furgoneta y llevártelas yo mismo.
Rachel desvió la mirada, incapaz de resistir la intensidad de la de Reid. Parecía estar viendo mucho más de lo que ella estaba mostrando a sus ojos. Parecía estar viendo cosas que Rachel ni siquiera se había reconocido a sí misma. No se había dado cuenta de lo frágil que era hasta que había aparecido Reid. Hasta ese momento pensaba que estaba llevándolo todo perfectamente. La llamada a su padre había salido estupendamente, con Sally había sido capaz de hablar de forma amistosa, y en la voz de su padre se adivinaba una calurosa bienvenida. Pensaba que ya se había reconciliado con la decisión de volver a casa. Incluso se había convencido a sí misma de que sería divertido volver a estar en su antigua habitación. Pero no contaba con que aparecería Reid y conseguiría desenterrar todas las reservas que se había esforzado en ocultar con tanto esmero.
—Tengo que irme —dijo, sintiéndose repentinamente atrapada.
Reid levantó las dos maletas de Rachel.
—Te llevaré al aeropuerto.
La joven asintió, lo siguió hasta la puerta, salió y miró la llave que tenía en la mano. Estaba a punto de metérsela en el bolsillo cuando cambió de opinión.
—Toma —le dijo a Reid—. Quédatela. La necesitarás para venir a por mis cosas.
—Me la quedaré, pero no la voy a necesitar.
—Pareces estar muy seguro de que vas a salirte con la tuya.
Reid apoyó la mano en su espalda y la condujo hacia el ascensor.
—Siempre lo hago.
—Esta vez no lo vas a conseguir.
Reid se inclinó hacia ella; sus rostros estaban tan cerca que la joven podía contar todas las arrugas que surcaban sus ojos.
—Rachel, no seas ingenua. Esta vez estoy dispuesto a conseguirlo sea como sea.
Salieron fuera del edificio, donde les estaba esperando un chófer en la limosina de Reid. Mientras se dirigían al aeropuerto de La Guardia, Rachel estudió a Reid por el rabillo del ojo. Ya llevaban cerca de quince minutos en el coche y todavía no había dicho una sola palabra.
Por lo que sabía sobre él, era una persona que lo tenía todo. Era rico, atractivo, inteligente, y a pesar de sus sospechas iniciales, respetuoso. Los periódicos y las revistas daban cuenta de todas las mujeres con las que salía, sin dejar nunca de mencionar que no parecía tener el menor interés por continuar su relación con ninguna de ellas.
Rachel se puso a mirar por la ventanilla. No debería haberle dicho lo del bebé, se dijo, aunque cuando lo había hecho en lo que había pensado era en que Reid tenía derecho a saberlo. Pero en ningún momento se le había ocurrido pensar que pudiera querer involucrarse de ninguna manera en su futuro.
Reid tenía fama de ser un hombre frío y distante en sus relaciones. Trudy le había dicho que posiblemente eso tenía que ver con el hecho de que hubiera sido un hijo ilegítimo y hubiera crecido en un orfanato, y probablemente su amiga tenía razón. Todo indicaba que Reid debía de haber sido siempre un solitario, una persona que evitaba los compromisos y se crecía con los desafíos, más que con los éxitos. El bebé era su último reto, pero Rachel estaba convencida de que le iba hacer una oferta económica que ella rechazaría, y así conseguiría que Reid saliera
definitivamente de su vida. Pero ése no había sido el caso. Incluso a Trudy, que creía conocerlo tan bien, había conseguido convencerla con aquella persecución implacable.
¿Qué querría aquel hombre de ella? Rachel no podía permitirse tener ningún tipo de relación con él. Presentía que sería su ruina. Pero había algo que la seducía de él, algo que parecía llamarla con fuerza. Cuando estaba cerca de Reid, se sentía como hechizaba. Actuaba de forma
diferente, era como si perdiera el control de sus sentidos. Reid podía ser encantador, y también muy convincente. Posiblemente, ese fuera el motivo que la había impulsado a irse con él el día de la fiesta. Con alcohol o sin él, tenía que reconocer que era extremadamente sensible a sus encantos. Eso significaba que Reid podía llegar a hacerle mucho daño, y Rachel ya había sufrido demasiado durante los últimos años. Sabía que tenía que luchar contra aquella atracción con cada fibra de su ser, porque si no lo hacía, no iba a poder soportar el dolor de las heridas. Y aquella vez no estaba sola, tenía que cuidar también del bebé.
—¿Por qué crees que ha pasado todo esto? —le preguntó de pronto Reid.
—No sé. Supongo que ha sido un error...
—No, no utilices esa palabra. Hay muchas razones para explicarlo, pero no podemos hablar de un error.
—De acuerdo, no ha sido un error. ¿Entonces qué ha sido?
—He estado pensando mucho en ello, le he dado vueltas una y otra vez, pero la respuesta siempre es la misma.
—¿Y cuál es?
—Que quizá fuera necesario que ocurriera.
—¿Te refieres al bebé?
—Sí. Pero a ti también, y a mí.
—¿De verdad lo crees, Reid? Yo no.
—Entonces dime por qué piensas que nos ha ocurrido todo esto.
—No sé —se encogió de hombros—. Esas cosas pasan. No es la primera vez que ocurre. Supongo que ha sido un accidente.
—No, no pudo ser un accidente. Me puse un preservativo.
—¿Sí?
—Sí.
—Entonces no me sorprende que al principio te costara creerme.
—Pero ahora te creo.
—¿Por qué? ¿Porque has descubierto lo aburrida que es mi vida?
—No. Había cambiado de opinión antes de conocerte. Lo sentía en el corazón.
—¿Y para ti eso es suficiente?
—Si me conocieras, sabrías que es lo único que necesito para juzgar algo.
—Pero no te conozco en absoluto.
Los ojos de Reid resplandecieron como esmeraldas.
—Ya sabes lo más importante sobre mí.
—¿Y qué es? —preguntó Rachel, que empezaba a encontrar divertidas aquellas
frases enigmáticas.
—Que quiero que tú y el niño forméis parte de mi vida. Y que haré todo lo que
esté en mi poder para conseguirlo.
—¿Aunque yo no quiera?
—Ah, pero esa es la pregunta más importante. ¿Te has preguntado a ti misma
lo que quieres, Rachel?
—Sí, lo sé. Quiero quedarme sola, viendo nacer y crecer a mi hijo.
—¿Y volver a casa, a vivir con tu padre y su esposa?
—De acuerdo, no voy a estar sola, pero es lo único sensato que puedo hacer.
—Mi opción es más sensata.
—Es una opción buena para ti, pero no para mí.
—Puede ser buena para los dos. Pero sobre todo, es la mejor para el niño. Dos padres son mejor que uno.
—Las mujeres siempre han criado solas a sus hijos, Reid.
—Pero eso no quiere decir que esté bien.
—¿Entonces qué sugieres? —le preguntó Rachel, mirándolo a los ojos—. ¿Instalarme en un apartamento? ¿Conseguirme una niñera para el bebé?
—Al principio era eso lo que pensaba, pero ya no.
—¿Entonces?
—Tengo una casa en Connecticut. Nunca la he utilizado, no había vuelto allí desde hacía años. La verdad es que no había vuelto a acordarme de ella hasta que me la recordó Charlotte. Por cierto, creo que no sabes que tienes una ferviente admiradora en ella.
—Es una mujer muy amable.
—Sí, y también muy sensata. En cualquier caso, en cuanto me comentó lo de la casa empecé a pensar que sería un lugar mucho más adecuado para un niño que un apartamento en Manhattan —la miró—. Creo que te gustaría.
Reid paró el coche en el aeropuerto, y Rachel se quedó mirándolo fijamente. Sin decir nada, Reid salió, le abrió la puerta y la agarró de la muñeca para ayudarla a salir.
—¿Qué te parece?
—Es una oferta muy generosa, Reid, pero no, creo que no funcionaría.
—¿Por qué no?
—No puedo aceptar la caridad de nadie —contestó con gesto desafiante, después de habérselo pensado durante algunos segundos.
Reid la miró con expresión sombría.
—Lo que quieres decir es que no estás dispuesta a aceptar mi caridad. Rachel sacudió la cabeza. Estaban ya en uno de los mostradores del vestíbulo de salidas.
—No voy a vivir de la caridad de nadie. Voy a volver a mi casa con mi padre.
—Con tu padre y su espesa.
Rachel lo miro horrorizada. Aquel hombre lo sabía todo sobre ella.
—Sí, con mi padre y su esposa.
Rachel le enseñó a uno de los encargados del aeropuerto su billete, y esperó hasta que facturó su equipaje y le entregó los tickets correspondientes. Reid se pasó la mano por el pelo. Nunca había conocido a una mujer tan exasperante. ¿Qué demonios le pasaba? ¿No entendía que lo que le proponía era lo mejor para ellos y para el niño? ¿Cómo podía querer volver a una casa en la que iba a encontrarse con una situación imposible para ella? Pero no iba a darse por vencido. Rachel se volvió y le tendió la mano.
—Gracias Reid por el viaje y por la oferta, pero tengo que irme.
Reid le estrechó la mano, pero no la dejó marcharse.
—Todavía no he terminado.
—Claro que has terminado —respondió Rachel y se dirigió rápidamente hacia la puerta de entrada de la terminal. Reid alcanzó a Rachel cuando estaba a punto de atravesar el detector de metales. Adelantó sin ninguna contemplación a un montón de gente que había detrás de ella y la agarró del brazo.
—Reid... —empezó a decir la joven cuando se volvió.
—Lo sé. No te lo he explicado demasiado bien. Lo que estoy intentando decirte es que la casa es suficientemente grande para que la compartamos cómodamente. Quiero estar cerca de ti para ver crecer a ese niño, Rachel. No quiero mandarte un cheque por correo una vez al mes y verlo únicamente los fines de semana.
—¿Qué estás diciendo, Reid? ¿Que quieres vivir conmigo y con el niño?
—De alguna manera, sí.
—¿De qué manera?
—De cualquiera que tú me lo permitas.
—Espero que no estés pensando que puedo llegar a convertirme en la amante de un millonario.
—No quiero que seas mi amante, Rachel. Lo que estoy diciendo es que no quiero que me haga falta concertar una cita para ver a mi hijo. Quiero estar siempre a su lado y sólo hay una forma aceptable de hacerlo.
—¿Y cuál es?
—Lo que quiero, Rachel, es que seas mi esposa.
Rachel se quedó boquiabierta.
—Estás completamente loco.
Los murmullos de la gente que esperaba detrás de ellos eran cada vez más altos
e insistentes, pero la joven los ignoró mientras se dirigía a su puerta de embarque,
seguida por Reid.
—No estoy loco. Sé exactamente lo que estoy haciendo.
La joven lo miró por encima del hombro.
—¿De verdad?
—Sí.
Rachel se detuvo.
—Entonces dime por qué quieres casarte conmigo.

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