Capítulo III

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Antes de comenzar con este capítulo, quiero dar las gracias a los que están leyendo y estaban esperando una actualización. 

Perdón por tardarme tanto, pero estoy en exámenes finales del semestre y no he podido encontrar unos minutos libres para actualizar.

Espero les guste el capítulo y lo disfruten. No se olviden de votar y comentar (son una pequeña muestra de que les gusta lo que escribí).

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Miralys nunca se había sentido tan desolada en toda su corta vida, como en esos momentos. Sus peores pesadillas se habían vuelto realidad, su padre estaba faltando a la promesa que le hizo en la misma estatua del dragón, con su sangre. Un juramento de sangre no se podía romper.

Justo en esos momentos se encontraba cortando un par de hojas para prepararle un poco de medicina a Anair y así ayudarle a cicatrizar. Tan perdida en sus pensamientos se encontraba, que no notó que sus ojos se encontraban cargados de lágrimas, hasta que sintió algo tibio deslizarse por su rostro.

‑Señorita, está llorando – escucha a Torvi pronunciar bastante preocupada – ¿Se ha lastimado?

‑No Torvi, mi cuerpo se encuentra en excelentes condiciones – responde y deja las hojas en el cesto que su doncella sujetaba –. Es mi alma la que sufre, me duele ver que mi padre falta a su juramento para venderme al mejor postor.

‑Señorita, no debe de preocuparse por eso – susurra ella con una pequeña sonrisa –. Estoy segura de que el Dragón se encargará de hacer cumplir ese juramento. Nada rompe los juramentos de sangre y usted lo sabe.

Miralys sonrió mientras la nostalgia la invadía – Tienes razón, Torvi. Los juramentos realizados frente al Dragón siempre se cumplen y más si son de sangre.

Se movilizaron hacia el cobertizo que tenía destinado a preparar los tés, píldoras o pastas medicinales. Si algún hombre pensaba que había visto belleza, sin duda alguna, no había observado a Miralys trabajar en su pequeño cobertizo.

Miralys, por si misma, era lo que muchos denominaban una obra de arte. Su belleza era única y exótica, en especial por el color de sus ojos. Pero cuando Torvi observaba a su señora trabajar quedaba maravillada con la habilidad y soltura con que lo practicaba. Sus manos se movían con velocidad y delicadeza, su cuerpo se balanceaba con tranquilidad y sus pies parecían desplazarse por el lugar como si estuviese danzando alegremente mientras su largo cabello recogido en una trenza daba pequeños bandazos cuando cambiaba de dirección de manera abrupta.

Miralys se dirigió a un mueble cargado de bandejas con hierbas secas y rebuscó hasta que negó bastante frustrada.

‑ ¿No que todavía tenía hojas del árbol de rocío?

‑No señorita, el último poco lo utilizó para combatir el veneno... Ya sabe, el de aquel día.

‑Bueno, no importa... Iré a recoger un poco, no tardo Torvi – señala para desatar su cabello y quitarse el pañuelo blanco y el delantal –. Si mi padre pregunta, inventa algo. No quiero verle ahora. Cuida que las hojas no se sequen mucho, si es necesario agrega agua.

‑Sí señorita. Buen viaje.

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Miralys era rápida, se encontraba muy cerca del árbol cuando escuchó pasos que la alertaron y sujetó el cesto con fuerza.

‑ ¿Quién anda allí? – pregunta cautelosa. Nunca la habían atacado en el bosque, pero ahora, como eran festividades muchas cosas se podían encontrar por esas zonas tan tranquilas y profundas del bosque. Su corazón comenzó a palpitar con más velocidad de la habitual y se preparó para correr de ser necesario.

La Sacerdotisa del Dragón (Saga El Imperio del Dragón Negro: Libro I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora