15

147 16 4
                                    

Miré el reloj y eran las ocho de la mañana. Recordé los planes que tenía con JongDae y salí disparada de la cama para bañarme y vestirme.

Salí entonces a buscarlo pasadas de las nueve treinta, y como siempre, esa bonita sonrisa gatuna en su rostro de ángel me alegró la mañana.

— Hola. — me saludó.

— Hola.

— ¿Lista para irnos?

— Claro.

Enredé mi brazo al suyo y nos encaminamos en su auto. Me abrió la puerta y luego puso el auto en marcha. El motor rugió bajo nosotros y las llantas comenzaron a rodar.

— ¿Por qué ayer hablabas tan bajito? ¿Quién no querías que te escuchara? — preguntó.

Solté una delicada risita tonta y sentí que enrojecí un poco.

— Annie y KyungSoo.

— ¿Por qué? Déjame adivinar, las especulaciones de Annie. — rió.

— Emm… sí, eso.

Me miró, aunque no parecía muy convencido debido a mí vacilar a la hora de responder.
Llegamos a la plaza de San Marcos y bajamos a caminar. Saqué un par de fotografías de cada monumento mientras que la gente andaba de aquí para allá bajo el tenue y apenas visible sol de la ciudad de Venecia.

— Dae... — musité.

— Dime.

— ¿Te ha gustado alguna vez alguien… prohibido? — miré mis pies al caminar, entre tanto que esperaba la respuesta.

— ¿Prohibido?

— Sí, alguien que no te debe de gustar. — vacilé.

— Mmm… — pensó — A los cuatro años me enamoré de mi tía. — rió.

Me reí también.

— Es enserio, JongDae.

— ¿De quién pudiste haberte enamorado, Astrid? ¿De un cura?

— Enamoramiento no, JongDae. Y de un cura tampoco. — lo fulminé con la mirada.

— Bueno, está bien. ¿En quién te pudiste haber fijado?

— Pues…

— ¿KyungSoo?

— ¿¡Qué!? — se me bajó la sangre de la cabeza hasta los pies y sentí como si fuera a tocar el piso.

¿Cómo sabía? ¿Cómo pudo haber adivinado tan fácil? ¿Era tan obvia?

Miré a JongDae temerosa pero entonces me percaté de que no me miraba a mí, sino que su mirada se posaba lejos, observando un punto fijo.

— ¿Es ese KyungSoo? — preguntó, aún mirando a lo lejos.

Seguí el trascurso de su mirada y pude visualizar a unos tantos metros, entre la gente que pasaba de un lado para otro, un cuerpo que me quitaba el aliento. Caí en la cuenta de que mis pensamientos habían funcionado mal y que JongDae no se refería a lo que yo había creído; sino que musitó el nombre de KyungSoo porque a lo lejos lo vió.

— Creo que sí, ¿Qué hace acá? — pregunté.

— A lo mejor salió a pasear como nosotros. Hablémosle. — sugirió.

Me tomó de la mano y me arrastró varios metros entre la gente hasta llegar a las espaldas de KyungSoo, la perfecta y bien trabajada espalda de KyungSoo, que no dejaba de lucir aún con la camisa que traía encima. Parecía como si buscase a alguien, ya que asomaba su cabeza sobre la de los demás.

M. de P. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora