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Había visto su fotografía en Internet, pero sin duda de eso ya había pasado algún tiempo. Era un sujeto con escaso pelo, ahora ya gris; su rostro robusto estaba cubierto de una piel expuesta bastante al sol. Me sonrió.

— Astrid Watson. — se levantó —. Qué placer me da conocerte. — me extendió la mano y la tomé, recelosa, con mi ceño ligeramente fruncido —. Siéntate, por favor.

La silla rechinó en el suelo cuando así lo hice.

— Señor Schmidt… — empecé.

— Daniel, por favor. — me interrumpió, amable.

— Bien, Daniel. Esa fotografía no debió llegar a usted, es que…

— ¿Cómo que no?

— Es que esa foto era… — luché con mi yo interno para no decir “prohibida” y buscar la palabra adecuada — era…

— ¿Fenomenal? ¿Excelente? ¿Maravillosa? ¿Cautivadora? — me interrumpió de nuevo.

Y a pesar de todo lo que dijo, aquello no se acercaba ni un poco al significado que yo le daba.

Me reí.

— No, es que… — resoplé, frustrándome — Esa foto es personal.

— Piénsalo, sería una bellísima exposición fotográfica. — gesticuló, como imaginándose la escena, ignorando mi comentario. Luego de un segundo, me miró —. Y sin duda sería una gran oportunidad para ti. No me digas que no es lo que quieres. Todo fotógrafo lo quiere. — presionó, y tenía razón.

— ¿Qué fotografía le dió JongIn? — pregunté, quería saber cuál era la imagen que le había fascinado tanto.

Suspiró al verme renuente, luego se levantó de su silla de cuero y fue por una carpeta azul de su archivero. Volvió a sentarse y me dió el folder. El corazón se me expandió por todo el pecho y el estómago se me encogió. Entre mis manos tenía una de mis fotografías, una de tantas imágenes que no había visto hace tiempo. El hermoso rostro de KyungSoo exponía su perfil izquierdo, y las luces de fondo de aquella feria proyectaban un centelleo en sus ojos. Era hermoso.

— No sé si vea lo mismo que yo veo en esa foto — me dijo —. Yo veo una frase de alguna canción romántica, un cuento corto para contarles a mis hijas en las noches. No sé si me doy a entender. — juntó sus manos sobre el escritorio y se inclinó un poco sobre él —. Me gustaría ver todas, por favor.

Entonces lo miré. Saqué el sobre que contenía las demás, y todavía medio vacilante, lo deslicé sobre la madera del escritorio hasta sus manos.

Él me sonrió y luego abrió el sobre, sacando todas las fotografías. Cerré los ojos por un momento, bajando la cabeza. No sabía qué estaba haciendo, o mejor dicho, sí sabía pero no estaba segura de hacerlo. Annie y KyungSoo vinieron a mi cabeza. Si de alguna manera se dieran cuenta, ¿Cuál sería su reacción? ¿lo creerían un abuso o quizá una burla? Sobre todo KyungSoo, él es quien aparece en las fotos y… ¡KyungSoo! Por un momento pude ver una cara de la moneda que no había visto.

Si KyungSoo llegase a saber, ¿Vendría a buscarme? Al menos para reclamarme, enfadarse o cualquier cosa, y yo… lo volvería a ver. No es que eso cambiara las cosas, quizá me odiaba por destruir su relación con Annie y más aún por publicarlo sin derecho alguno pero… era tanto el anhelo de saber de él que de cierta manera se había convertido en una necesidad. ¿Llegaría la noticia hasta Corea o donde sea que KyungSoo se encontrara? Miré al señor Schmidt y de pronto lo ví como una esperanza.

Él había terminado de ver todas mis fotografías y la sonrisa en su rostro me decía que le habían gustado. Repentinamente la idea de exponerlas no me resultaba tan descabellada.

— Vaya... — dijo admirando la última imagen —. Son fantásticas. Es como si te contaran una historia.

— Tienen una historia, no hay fotografía que no la tenga. — admití.

— Me gusta, estoy encantado con su trabajo, señorita Watson. Sería un honor para nosotros exponer estas fotografías. ¿Qué dice usted?

Y entonces mi mente había cambiado por completo, mi perspectiva ya no era la misma que hace unas horas.

— Hagámoslo. — acepté, llenando mi cabeza de la imagen de KyungSoo, ignorando si estaba bien o mal.

La sonrisa de Daniel se volvió más intensa, acentuándose en su moreno y arrugado rostro, luego me extendió la mano.

— Hagámoslo. — repitió.

Estaba loca, severamente loca. Había aceptado la propuesta y ahora no podía echarme para atrás. Y es que alguna parte de mi cabeza, quizá la más loca, tenía la ridícula esperanza de que aquella exposición, de alguna manera me acercaría a KyungSoo.

Tenía que llamar a Daniel para darle el nombre de la exposición, me había dado sólo un día para pensarlo, ya que todo se llevaría acabo en un mes, a finales de enero.

M. de P. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora