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Habían pasado apenas unas semanas desde ese fracaso absoluto, aunque se habían sentido como meses, casi como años.

Faltaba muy poco para el cumpleaños de esa persona que dudaba querer volver a ver, pero sabía que su amiga iba a querer llevarlo. Hacía bien, en realidad. Porque a pesar de todo, en algún rincón de su interior todavía existía una esperanza. Un deseo de seguir, de lograr algo que quería por una vez.

Y esa podría ser la oportunidad que necesitaba, si no fuera porque la otra mitad de sí lo tiraba para abajo con una fuerza de titanes.

Tanto, que cuando llegó el día casi le hizo caso y se quedó en su casa. Pero, probablemente gracias a Sofía, se levantó, se vistió, se puso una mochila y salió.

Le debía tanto a esa chica.

Al llegar entraron los dos, pero él se hizo el idiota y corrió a esconderse en alguna otra habitación de la casa.

Desde la cocina, llegó a escuchar el diálogo de los dos.

—No, no. Te vas.

—¿Qué? ¿Por qué?

—No trajiste regalo Sofía, así no se puede.

—¿No te alcanza con mi presencia? Ahre.

Escuchó sus risas y por una fracción de segundo le pareció sentir algo que podría haber descrito como celos. Pero decidió ignorarlo.

—Igual tengo una presencia mucho mejor para vos.

Al escuchar eso, por poco no empezó a temblar. Intentó por todos los medios evitar ese momento, que temía desde su alma y ansiaba vivir con todo su corazón.

Fue inútil. Sin saber como, un momento estaba en la cocina y al siguiente estaba frente a él.

Se miraron a los ojos y desde el primer momento supieron que no iban a poder simplemente ignorar lo que había pasado hacía ya tanto. Ambas miradas practicamente gritaban que ese tema necesitaba un cierre, fuera bueno o malo. No podían pasarlo por alto.

No eso, no ahora, no ellos.

no lo leas, tiene hantavirusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora