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Sofía llevaba rato en su cama y dormida, mientras que su amigo, en el colchón de abajo, no hacía más que moverse y darle vueltas a lo único que ocupaba su mente en ese momento.

Esa sensación tan conocida de no estar ni cerca de tener sueño lo estaba asediando y poniendo ya muy nervioso.

Finalmente, decidió levantarse. Recorrió el departamento sin encender la luz, se veía suficiente con la que se colaba por la ventana.

Al reconocer la silueta de su campera sobre una de las sillas, se le ocurrió algo para intentar despejarse. Aunque no fuera lo mejor que podía hacer en ese momento, se abrigó y, sin hacer ruido, salió de la casa de Sofía.

De cualquier manera planeaba regresar muy rápido, así que su amiga no tendría por qué preocuparse. Ni siquiera iba a enterarse.

O esa era la idea hasta que, al doblar en una esquina, se encontró con una figura humana que cualquiera habría reconocido. Especialmente por el pelo de palmera que llevaba.

Una figura que se movía de manera muy torpe, arrastraba los pies y parecía desorientada.

Ahí fue cuando Rodrigo quiso salir corriendo.

no lo leas, tiene hantavirusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora