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Todo pareció pasar muy rápido, ni siquiera habían llegado a tomar nada, y de alguna manera estaban ahí.

Solos. Desarreglados. Completamente conscientes.

Rodrigo no pudo evitar sorprenderse al sentir que el más joven lo empujaba, con suavidad pero de forma decidida, hasta encontrar una pared.

Y no pudo evitar sorprenderse por la forma tan gentil, casi cuidadosa del otro chico de apoyarlo contra esta, apartándose unos segundos para mirarlo con ojos curiosos.

No podía describirlos de otra forma.

—¿Cuántos años tenías? —preguntó en voz baja.

Rod sonrió.

—¿No debería ser yo el que te pregunte eso?

—Vos ya lo sabés, idiota, es mi cumpleaños.

Matías lo miraba tan fijo que era casi intimidante, por más que estuviera riendo.

—Veintiuno.

Se quedó en silencio, concentrando toda su atención en la sonrisa del otro chico, luego en la sensación de esos labios en su mejilla, debajo de su oreja, en su cuello, y contra sus propios labios otra vez.

Por un instante, como si estuviera despertando, sus sentidos, que antes estaban opacados por completo, volvieron a funcionar y pudo escuchar la música ahogada viniendo del salón, ver y sentir el lugar donde estaba y la persona con quien estaba.

Pudo observar ese momento desde lejos, sin dejarse llevar por las emociones. Y fue maravilloso porque, aun analizándolo fríamente, se dio cuenta de que estaba totalmente de acuerdo con lo que estaba haciendo.

no lo leas, tiene hantavirusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora