"Te dije más de una vez que te quiero, que te quiero mucho. No te olvides de eso. Yo jamás digo algo en lo que no creo". – Sobre héroes y tumbas, Ernesto Sábato.
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Canción sugerida: Dangerous Woman – Ariana Grande.
Veintiséis horas después de pronunciar el «Sí, quiero», la prensa descubrió a Juliana y a Valentina desembarcando de su jet privado. Gracias a Dios, Juliana había tenido la precaución de llevarse unas gafas de sol bien grandes consigo tras las que poder ocultar el estrés, que ya era evidente en sus ojos. Los periodistas no habían cambiado desde la detención de su padre. Les bloquearon el paso, tomaron fotografías de las dos y les hicieron todo tipo de preguntas.
Valentina la guio hacia el exterior del aeropuerto con un brazo posesivo alrededor de su cintura. Con un poco de suerte, antes de que llevara el fin de semana muchas ya se habrían olvidado del tema, llevándose los focos a otra parte. De no ser así tendría que enfrentarse a los paparazzi ella sola.
Valentina dijo unas palabras, más bien pocas, mientras avanzaban. Cosas como «el amor de mi vida» y «me hizo perder la cabeza». Parecía tan sincera. Si no estuviera al tanto del plan, Juliana le habría creído sin pensárselo dos veces. En una ocasión, Valentina acercó los labios a su oreja y le susurró: «Será peor en Europa, así que saca a esnob que llevas dentro y sonríe».
Sin dejar de sonreír, Juliana se apoyó en ella para montarse en el asiento trasero del coche que les esperaba. La instantánea del momento apareció entre los canales de televisión más importantes y en tres revistas del corazón.
El amigo de Valentina, Christopher, resultó ser toda una sorpresa. Con su cabello castaño oscuro casi negro y su apariencia de surfista era el extremo opuesto a Valentina. Sin embargo, también se mantenía completamente bien vestido, era inteligente, pragmático y tenía un gran sentido del humor. Le dio a Jul su número de celular y la animó a que lo buscara si necesitaba cualquier cosa mientras Valentina estuviera fuera de la ciudad.
Tal y como habían acordado, Valentina le entregó a Juliana una copia de las llaves de su casa, que estaba en la zona más elevada de Malibú y cuyas vistas sobre el mar eran espectaculares. La casa era enorme: mil metros cuadrados en una propiedad de cuatro hectáreas. El servicio incluía cocinera, asistenta y un equipo de jardineros para cuidar de la vivienda que era más una hacienda. Liam, el chófer de Valentina, se ocupaba del personal y vivía en la casa de invitados. Era fuerte y alto, entrenaba mucho y poseía un físico atlético; cualquiera se sentiría intimidado a su lado. Valentina le contó que también hacía las veces de guardaespaldas.
Tras desearle un feliz vuelo a su esposa, Jul regresó a su adosado de alquiler sumida en sus pensamientos. El proceso de búsqueda de una esposa y su ejecución habían sido movimientos muy inteligentes por parte de Valentina. Tanto así que la hizo reír a solas. Ni siquiera una mujer fuerte como ella podía evitar voltear la cabeza para darle una segunda mirada cuando una fortuna como la suya pasaba junto a ella. – No quiero ni saber, ¿Cuánto cuestas? – murmuró, admirando el anillo que brillaba en su dedo y haciéndolo girar.
Tendría que devolverlo en cincuenta y cuatro semanas, pero hasta entonces disfrutaría de él.
La voz de Eva gritó un «Sin comentarios» y luego se oyó un portazo. – Dios mío, ¿Cuánto tiempo vamos a tener que aguantar esto? – Eva, más amiga que empleada, descolgó el bolso de su hombre y lo lanzó sobre la mesa de café.
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