Capítulo II: |The Kill|"¿Qué estás esperando? No estoy huyendo de ti"

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Nació durante el invierno, las ventanas eran golpeadas por los fuertes vientos, los truenos rompían el silencio y los relámpagos agrietaban los cielos. Las cicatrices de su cuerpo nunca se convirtieron en una vergüenza, todo era una muestra de su talento. De su braveza imparable.

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Los entrenamientos en Rusia eran cada día más crueles, más firmes y tomando de su espíritu la más mínima muestra de humanidad. Debía ser un arma del gobierno, una súplica de heroísmo perfectamente combinada con poder, patriotismo y superación. Y uno de los entrenamientos más fuertes que debía superar era el silencio de la hoja. Su maestra Lilia cada día lo despertaba antes del alba, sin comer y sin bañarse. Los enemigos lo iban a romper si esperaba por comida, o por un baño caliente. Debía ser rápido, espontáneo y mostrarse tan sucio como había quedado de la noche anterior. En uno de los confines más recónditos del castillo, en una habitación fría y con grietas en las paredes, Izuku se sentaba al centro. De rodillas en el piso de piedra y con las manos extendidas en aire para recibir el cuchillo, tenía que evitarlo. Tenía que ser más rápido y tomarlo entre sus manos para ganar. Oírlo en el momento... Era la única forma en que podría comer su desayuno y obtener su preciado baño. Era un juego de supervivencia.

—Estira tus manos Izuku, tienes que sentir la hoja llegar. Romper el silencio de la habitación—sus ojos estaban perfectamente ciegos, una venda sobre ellos se aseguraba de hacerlo muy bien. Mantuvo su respiración al mínimo y escuchó, los pasos de su maestra en el suelo, la mosca agonizando en el suelo y todo lo que se movía. Hasta el sanador en una esquina, frío y expectante. La hoja de la cuchilla rompió el silencio pero fue muy lento para agarrarla, el filo atravesó la piel de su antebrazo izquierdo—. Muy lento, otra vez.

Se sentó nuevamente en el centro de la habitación, la sangre caía y ahora había otro sonido en sus oídos. El tintinear de sus dientes, el dolor y la sensación de frío subiendo por sus pies. Su maestra paseó, con la cuchilla en sus manos y el movimiento se dió. Izuku nuevamente sintió la hoja en su cuerpo, esta vez atravesó su espalda, justamente detrás de su corazón. Inmediatamente el sanador se acercó y empezó a sellar sus heridas mientras su maestra le quitaba la venda. Una vez que él hombre se fue, Izuku no pudo levantar la vista del suelo. Estaba avergonzado, su cabeza se sentía pesada y los pensamientos del fracaso no lo dejaban en paz, su maestra arrojó la cuchilla lejos y golpeó a su pupilo hasta el cansancio. Dejándolo agónico en el suelo, con dos costillas rotas. El sanador se acercó para terminar su trabajo pero ella lo detuvo, su pupilo era un Sparrow y debía aprender la lección a través del dolor.

—Ni siquiera un cuchillo en tu corazón debería detenerte, poder es poder y tienes que aprender que el dolor será parte de ello. Memoriza este dolor Izuku, mañana vendrás aquí con tus huesos rotos y haremos lo mismo cada día, no te sanaré, no tomarás agua y tampoco te alimentaras. No arreglaré nada de ti hasta que evites la hoja, aprende de ella... Es la única que te salvará de ese dolor y de la misma muerte—Izuku quedó en el suelo, respirando con irregularidad. Su cuerpo ardía y apenas podía mantenerse en pie, pero fue arrastrándose por el suelo hasta la cuchilla. La tomó entre sus dedos y escuchó como el metal cobraba vida en sus oídos, como vibraba, lamió su superficie y aprendió de ella. La vio como su única salida. Tal como lo había dicho Lilia.

Al otro día y mucho antes del alba, él ya estaba en la habitación. Lilia notó que Izuku poseía unas vendas provenientes de las sábanas de su cama, unas que él mismo se había puesto en el pecho y asintió orgullosa cuando vio sus ojos vendados. No dijo ninguna palabra, simplemente tomó la hoja del suelo entre sus manos y la movió por el aire. Izuku la esquivó a la primera, no la agarró pero era un avance abismal, afirmando que sus huesos estaban rotos y se quejaba en cada movimiento. Nuevamente la movió, solamente que está vez su pupilo la tomó entre sus manos, desgarrando la carne de los mismos y finalmente le quitó la hoja para librar la venda y atacar. Lilia luchó con bravura, hasta que la hoja se alojó en su estómago y perdió ante los ojos verde jade. Sonrió a su pupilo con orgullo y ambos fueron sanados en segundos; horas después de su victoria, Izuku despertó en la enfermería del castillo, solo pero con una bandeja de comida caliente a su lado. Sus costillas y heridas estaban sanas y el suero en su brazo solamente eran para disminuir el dolor y nutrir su cuerpo. Estaba feliz, había aprendido a escuchar las hojas en el aire, como el filo cortaba el silencio y se acomodaba en el ambiente para acabar.

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