Capítulo III: |Lost On You|"Todo lo que siempre quise fuiste tú"

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Sus ojos ámbar eran ambivalentes, a veces podía ver una vulnerabilidad tan grande que poseía empatía por sus acciones crueles, otras veces sentía que lo estaba retando. Luego miraba a Katsuki, y su corazón se detenía. ¿Qué había ocurrido entre ambos para emanar ese dolor tan desesperante?

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Denki tembló, su cuerpo no le obedeció como normalmente lo haría y tuvo que caminar a rastras por los pasillos de la UA. Probablemente venían alfas tras sus feromonas, como lobos ciegos, siguiendo su instinto más primitivo. Por un instante, al ver la cabellera rubia frente a sus ojos ámbar, pensó que tendría una oportunidad de escapar para salir ileso de esa situación; porque eran amigos y los amigos se protegían entre ellos. Pero Katsuki mordió su labio hasta obtener la sangre y salió corriendo, lo ignoró y no fue capaz de ayudarlo. Kaminari sonrió dolorido, en ese momento se dió cuenta que Katsuki era su alfa y lo estaba rechazando un segundo antes de siquiera pedirlo. Un Omega siendo rechazado por su destinado era igual que una persona con años de dolor, con una estaca presionando tan fuerte que su voz no salía limpia. Tal era su dolor que no le importaba si alguien lo hallaba en ese estado y usaba su cuerpo para su placer personal. Estaba roto, pendiendo en un fino hilo de orgullo. Uno que no debería negarse. Los alfas no deberían rechazar a sus omegas, no deberían ignorar el dolor cuando un lazo irrompible los unía hasta el final de sus días.

Hasta la muerte.

Se arrodilló en el suelo, las lágrimas caían y sus pantalones estaban empapados con su lubricante natural. No había necesidad cuando el alivio de su alfa no existía. Unos zapatos perfectamente lustrados se posaron en frente suyo, alzó la vista y halló los ojos índigo. Su corazón dió un vuelco y deseó arrastrarse por su cuerpo para encontrar el alivio, algo momentáneo para olvidar. ¿Qué tanto puede hacer si al cerrar los ojos lo ve a él? Su cuerpo, los labios que se le enmarcaban en cada mala palabra que decía. Katsuki era egoísta, era un hombre que se limitaba a sus propios problemas para encontrar la paz. Para hallarse tranquilo consigo mismo en un mundo donde no existía tal concepto. Shinso lo llevó hasta su habitación, lo arropó y le dió agua para minimizar la fiebre. Detestando sus prioridades físicas, se arrojó a la entrepierna de Shinso y le pidió con la mirada una medida de tiempo. Un momento de su vida para detener todo, para romperlo y hacerle sentir mínimamente bien. Algo que Katsuki no fue capaz de hacer aunque su instinto lloraba por hacerlo.

—Lo siento Kaminari, no soy capaz de hacerlo—dos alfas lo habían rechazado en menos de un día. Y estaba en celo, su cuerpo los llamaba pero ellos corrían. ¿Era defectuoso? ¿Tan asqueroso era?

No se lo preguntó, simplemente se quedó en un extremo de la habitación mientras Shinso lo protegía. De esos alfas que una vez que lo miraban a los ojos, huían despavoridos. Esperó horas tras horas hasta la llegada de un doctor a las habitaciones de la UA, y el diagnóstico ya lo sabía. No podía quedarse más tiempo porque había mentido, mencionaron cárcel una vez que cumpliera la mayoría de edad pero sabía lo que eso significaba, una violación masiva en un rincón ciego. Le aterró la idea de ser una muñeca de trapo encerrada en cuatro paredes y huyó donde sea que estuviera a salvo, vivió en las calles mientras usaba su particularidad para robar, para protegerse y para sentirse seguro en un mundo donde nadie le tendía la mano, ni siquiera su propio alfa.  

Los años pasaron y los delitos bajo su nombre llenaron hojas interminables, tantas que ya no le importaba seguir haciéndolo. Había abandonado a su familia por ser una desgracia a su apellido, había dejado de estudiar porque no podía convertirse en un héroe siendo una incubadora andante. Se limitó a las sombras de las calles, se limitó a internarse en el crimen. Se volvió lo que menos quería ser, un villano a tiempo completo. Los meses llegaron y su cuerpo fue cambiando con ellos, los recuerdos de sus músculos fueron reemplazados por caderas curvas. Por labios rosados y un aroma a rosas, mientras más tiempo pasaba, más su cuerpo mutaba al de un Omega adulto. A los veintiuno, los celos eran insoportables y su pequeño departamento que había comprado ilegalmente ya no era seguro. Sus vecinos susurraban a sus espaldas, hacían planes en sus cabezas y pensaban crímenes tan sanguinarios que cualquier líder del crimen organizado sentiría repulsión. No quería hacerles daño, pero tuvo que hacerlo. Los acabo, uno por uno una vez que intentaron aprovecharse de su vida, de su limitación física. No sabía qué hacer, así que lo llamó.

Red OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora