Capítulo XXVIII:|I See You|

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Sombras entre los ojos, maldad y dolor desvaneciéndose en el final del crudo invierno. Esperando ver el fuego de tus ojos. 

Izuku vió el exámen del instituto médico legal y hubiera deseado estar ahí para Shindo. Haber luchado para que sus últimos momentos no fueran tan crueles. Lilia lo había dejado casi por completo fracturado en una celda para que muriera desangrado, entre terribles agonías. Cada día se sorprendía más de lo que ella había hecho en el pasado. Cada vez que terminaba de leer un informe se preguntaba porque no había sido así con él, ella era estricta hasta rozar lo sádico pero también era suave en ocasiones. ¿Cómo una persona podía regalar chocolate belga el siete de enero y luego ponerse un traje para hundir un cuerpo en ácido sin siquiera sentir las náuseas subir por su garganta? No entendía su preferencia, nunca lo haría realmente. Por un momento creía que lo entendía pero un párrafo después de relatos, toda ese entendimiento no significaba nada… Como un rompecabezas que nunca terminaba de encajar. Siempre a la expectativa.
Ahora estaba trabajando con más moderación, Annie le había dicho a Viktor Gólubev que pasaba sus noches de descanso en la oficina y él lo visito muy molesto para hablarle sobre las reglas del horario y la conducta. Izuku prefería estar leyendo en su casa que recibir otro sermón de cómo dormir poco era contraproducente para su salud y rendimiento. El doctor también lo había llamado antes del treinta para preguntarle sobre su estado. Las pastillas realmente lo habían ayudado, ya no tenía tantas náuseas y su cabeza estaba más ligera sobre sus hombros. El problema era ahora un leve dolor de espalda.

La silla de su oficina era cómoda pero solo podía estar calmado en su cama y tenía una teoría del porqué. Entre las cosas que trajo de Japón para acabar con la base de Siberia, había un poleron de Katsuki que aún poseía su aroma de alfa. Lo estrechaba entre sus brazos y solo ese aroma lo podía hacer dormir bien, plácidamente para despertar con una sonrisa en el rostro. Era patético porque funcionaba, al menos por el momento porque sabía que algún día dejaría de oler a él... El dolor de cabeza de nuevo se presentó en su cráneo, negó y buscó las pastillas en su pequeña mochila amarilla. Tragó dos mientras bebía agua. No le gustaba ver las pastillas en sus palmas y saber que harían más dócil su vida. Le recordaba cuando Lilia se las entregaba para que durmiera por horas después de una misión difícil. Después de su trauma con el caníbal Will y gracias a la ayuda psicológica, todo lo pasado lucían tan… Extraño. Ajeno y cruel. Ni siquiera era capaz de leer sus propios informes, todo el odio que plasmó en ellos era extraño. Errático. Seguía sintiendo un rencor enorme contra de los alfas crueles pero cuando veía sus propias palabras en la pantalla del computador, su pecho se apretaba. De cierta manera se sorprendía saber que Katsuki había visto más allá de toda esa violencia. Y de tanto pensar en Katsuki, sus dolores de cabeza, su pasado errático y aromas no se dió cuenta que había llegado fin de mes. Solo lo hizo cuando una mañana despertó en su cama y su celular le recordó que ese día tenía la visita con el doctor Ustinov. Suspiró mientras comía su desayuno, sintiendo más fuerte el dolor de cabeza. Podía soportarlo, tenía que hacerlo. Pronto todo dejaría de doler. Pronto podría hacer su vida más normal…

¿Te crees capaz de vivir sin la presencia de Katsuki ahí? ¿Volverás a ser el mismo sádico sin corazón?

—¡Cállate!—golpeó la mesa, su mano tembló al darse cuenta que el cuchillo se había enterrado un poco en su piel—. Mierda.

Una voz en su interior le decía que no podría ser capaz de deshacerse de la huella de Katsuki en su corazón, que quitarse la marca no lo haría todo. Estaba de acuerdo pero tenía seguir adelante, como Katsuki lo estaba haciendo en Japón. Se lavó los dientes, limpió su departamento y a medio día se fue a la consulta del doctor con un enorme abrigo sobre sus hombros. Manejar hasta el lugar y pensar que la marca se iría de su alma para siempre lo hizo en más de una ocasión desviarse hasta su departamento y cancelar la consulta pero se obligó a ser valiente. Entrar al enorme edificio apretando la correa de su abrigo lo hizo temer... Se armó de valor y habló con la recepcionista para ver al doctor Ustinov. Lo derivaron hasta el segundo piso del hermoso lugar y al final de un pasillo elegante vio al doctor. Un hombre regordete de mejillas rosáceas y cabello oscuro. 

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