Prólogo: |Horns|"Tiene una marca negra en su alma"

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Sus ojos rojos se repletaron de una belleza extraña, sus largos y lisos cabellos jade destacaban por sobre todo lo demás, su mirada afilada pero verdosa le entregaban una extraña sensación cálida, no estaba bien... Katsuki nunca había deseado tanto odiar y follar a una persona como en ese momento, como con ese Omega. Como con un Red Sparrow.

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Cuando la madre de Izuku dió a luz, la tormenta rusa golpeaba las murallas del castillo que usaban los Red Sparrows para tener a sus niños prodigio. Cada grito de la mujer significó una victoria cuando la coronación se dio frente a tres enfermeras, un infante sano de casi cuatro kilos nació a la par de truenos y relámpagos en la noche oscura. Un bebé con cabellos tan verdes como el pasto tierno y unos ojos plomos que con el tiempo se revelarían verdosos, profundos y fríos. Fue alimentando con la mejor nodriza del lugar y cuando apenas alcanzó a caminar, un erudito y un entrenador físico fueron las únicas caras que vio por años. Mientras caía, más rápido se levantaba del polvo y más fuerte respondía a sus maestros. Aprendió más rápido que sus demás compañeros, entendió más rápido la ciencia del mundo y sus instructores cambiaron a medida del tiempo. Apenas cumplió ocho años, su particularidad se presentó. Tarde pero una de las más fuertes del castillo; grandiosos y firmes látigos como el hierro salían de sus manos. Tan silenciosos como el bambú y tan elásticos como el grafeno.

El gran Izuku recibió una educación diferencial y su don se potenció a la luz de los fríos ojos de sus maestros. Nunca conoció a sus padres, tampoco le importó mucho su existencia. Su corazón solamente latía por la victoria, el poder y la ganancia de su país. La supremacía quería marcar con su sangre y sin duda sería capaz de destacar por sobre los demás de su especie. A los doce años era el mejor Omega de su selección. Los Red Sparrows estaban maravillados y esperaban con ansías el momento que cumpliera su mayoría de edad para probar sus habilidades en el competitivo mundo ruso.

Cuando cumplió catorce años, su celo se presentó y un Omega también lo hizo en su habitación. Durante toda la noche fornicaron para aplacar el deseo de sus pieles sensibles, con juguetes e implementos que después iba a conocer muy bien. Porque a Izuku no le gustaban los alfas, los odiaba y no entendía porque ellos regían el mundo. Su pequeño mundo en Red Sparrow eran omegas, fuertes y hechos con lágrimas saladas y barrotes de hierro. Eran más fuertes que cualquier hombre que presumiera su tamaño viril, y a la sombra de ello nació el repudio hacia la especie. Eso y su completa negación a mantener relaciones personales con ellos.

Poco después de su primer celo, una mujer lo entrenó en las habilidades del placer. Le enseñó que todos poseían una debilidad y que él debía convertirse en las suyas, él debía diseñar fetiches en sus cabezas para hacerlos dudar y hablar, para hacerlos débiles ante la carne más fuerte. Y mientras más aprendía sobre el cuerpo de un alfa, más odiaba la supremacía genética que poseían pero al mismo tiempo entendió que todos eran débiles. Simples pollas andantes que caían con incentivos, así que se convirtió en el mejor. Y a los diecisiete, a las puertas de su mayoría de edad, hizo su primera misión. Sacarle información a través del sexo a un alfa que le doblegaba la edad. Izuku lo hizo, tan bien que el hombre se volvió un informante primordial de los Red Sparrows.

Izuku era el mejor, el favorito de la asociación y servía gustosamente a su patria.

Cuando el placer tocaba su puerta, prefería omegas y betas. Nunca alfas, su repulsión hacia ellos nunca le permitió gemir con gusto y así concebir el éxtasis en su cuerpo por opción propia, así que cuando no estaba sirviendo a su país, gastaba sus noches en un pequeño departamento otorgado por los Red Sparrows. Fornicando con pequeños betas y omegas, personas que serían incapaz de embarazar su cuerpo. Porque tarde o temprano su país iba a necesitar su útero, y agradecido iba a cumplir la misma misión de su madre. Tal como ella lo hizo en antaño; si debía doblegar su odio y acostarse con un alfa puro para tener cachorros prodigio, los tendría con tal de enorgullecer y enaltecer el nombre de su nación. De su Rusia querida. Porque todo lo que conoció mientras crecía con crudos inviernos y rompehielos en los ríos, fue grandeza. El dolor no se comparaba con el orgullo que su nombre portaba cada vez que alguien lo llamaba. Su voluntad era roja y la sangre de su cuerpo lo agradecía.

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