Capítulo 1

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Eran las tres de la tarde, y los estudiantes de la Universidad Saint Bautilio salían de sus clases. Un intrigante lunes 21 de mayo del 2018, día después del homicidio de uno de los mayores inversionistas de la universidad del cual aún no había sospechosos.

En la parte trasera del campus, se encontraba Ophelia  con sus dos amigas hablando de la noche anterior. Bromeaban y criticaban la decepcionante historia de la peligris.

—¡Lo peor es que se durmió! —chilló Chantal, cubriéndose la boca para ocultar sus dientes diminutos.

—¿Segura que estaban excitados los dos? —cuestionó Ophelia, con su cabello recogido en una cola alta—. Quizá no hubo juego previo —añadió sin levantar la mirada de la pantalla de su móvil.

—No lo creo, Oph... —negó Chantal pensando en su novio—. Ricky y yo siempre hacemos juegos —hizo un pequeño mohín y se acostó en el pasto verde con los brazos estirados por encima de su cabeza—. Me atrevo a decir que él es muy erótico y además da el mejor sexo oral.

La rubia sonrió de medio lado y miró de reojo a su amiga enamorada.

—Eso lo dices porque lo amas, no porque te hayas corrido en su boca mientras te da besitos con su lengua —sacó su lengua fina y comenzó a lamer a la nada.

—Estoy de acuerdo con Ophelia. Cuando una está enamorada siempre verá lo bueno del chico, aunque sea un completo imbécil —afirmó Shasha, pasando sus delgados dedos por su cabello azabache—. Hablando de chicos sin cerebro —hizo una leve pausa—. Miren quiénes vienen ahí —agregó, apartando la mirada de los tres muchachos que se acercaban a ellas.

Los tres usaban un abrigo pesado y ancho. Era difícil notar si eran delgados o tenían buen cuerpo. Damian, el exnovio de Shasha, usaba una gorra de béisbol y su bolso deportivo.

Por otro lado, venían Ricky y Adonis, que parecían ser una copia barata de Damian.

Adonis, el mayor de los tres, había estado enamorado de Ophelia desde la primaria, pero nunca le quiso contar lo que sentía porque sabía que en algún momento ella lo enviaría a la zona de amigos.

Los muchachos que habían llegado se sentaron encima de la mesa.

—¿Vieron lo que le pasó a Jean O’Brien? —preguntó Ricky, sacando su celular del bolsillo.

La respiración de Ophelia se detuvo, pero en su mente contaba del uno hasta el diez, para calmar sus nervios.

Todos en el campus conocían a Jean. Un hombre guapo, magnate y serio. Casado con Hanna Hens. Ophelia lo conocía mejor que todos en la universidad; no solo por ser el inversionista con más capital sino también por cada uno de los fetiches de aquel perverso de 54 años.

La rubia de ojos grises tragó grueso y se atrevió a preguntar con naturalidad:

—¿Qué le pasó?

—Lo mataron ayer en un bar... —contestó Damian—. Dicen que lo envenenaron —exclamó como si aquello fuera lo más excitante—. ¡Te imaginas qué loco sería morirte en un bar lleno de jóvenes cuando eres un maldito anciano! —se mordió los labios fascinado.

Sasha se encogió de hombros restándole importancia al asunto y comentó sin misericordia, mientras se limaba las uñas:

—Seguro era de esos abuelitos calientes. —Todos rieron menos Ophelia, que solo sonrió para disimular—. Además, dicen que era un sugar daddy de muchas chicas de aquí.

Damian levantó una ceja y continuó leyendo los comentarios que aparecían en Facebook.

—Aquí hay chicas que dicen que lo apuñalaron en el pecho. —Se llevó la mano a la boca para gruñir, asqueado—. ¡Oh, qué puta mierda! Miren qué asco, se le ve que le cortaron el cuello. —El italiano estiró su celular, mostrando la foto del muerto.

Los cinco se acercaron al móvil con el morbo de ver aquel cuerpo sin vida. Con sangre en su camisa Gucci, con los ojos abiertos, la boca seca y agrietada. Jean usaba un pantalón de vestir color azul, que por la sangre había quedado negro.

—Le debía dinero a un capo —agregó Adonis cerca de Ophelia, que por cierto se alejó de aquella imagen.

La muchacha estaba asqueada y su rostro era un libro abierto. Aunque siempre le había salido bien mentir.

—¿Estás bien? —le susurró Adonis a la chica que se veía distante—. ¿Te dio asco la foto? —estiró su mano para tocar el hombro de la rubia y frotarlo un poco.

Ella asintió con una sonrisa, aunque por dentro quería salir corriendo del lugar y esconderse.

—Claro que lo estoy —respondió sin dar más explicación—. Me da náuseas que los periódicos y noticieros sean tan amarillistas.

Sin decir nada más, la rubia se levantó tomando sus cosas. No quería ponerse nerviosa delante de sus amigos.

—Nosotras andábamos... —Chantal estaba a punto de contarle a su novio que las tres fueron a ese bar, pero cuando vio a la muchacha levantarse se inquietó—. Cariño, ¿para dónde vas? ¿Quieres ir a vomitar?

Ophelia se devolvió para negar.

—Estoy bien... —se aclaró la garganta—. Ya casi vienen por mí, las veo mañana, ¿vale? Chao, chao.

—Envías un WhatsApp cuando llegues, zorrita —gritó Sasha para que la oyera.

La muchacha continuó caminando rápido, sin volver a ver hacia atrás.

No había persona que no estuviera hablando del suceso de la noche anterior. Sin importar qué puesto tuviera, todos murmuraban y lanzaban falacias sobre el caso. El morbo de que algo malo estaba pasando era emocionante para Saint Bautilio.

El tumulto comenzó a acelerar el corazón de Ophelia, que estaba asustada y no podía caminar bien. Sus piernas parecían pesadas para correr, pero ¿quién corre en la universidad?

Cuando al fin salió del pasillo, llegó a las escaleras de la entrada principal, donde se recostó para respirar profundo e intentar calmar su ataque de ansiedad. Tenía que dominar su culpabilidad, actuar serena, no parecer una criminal. Lo que había hecho solo era para defenderse. Lo único que hizo fue librarse de una granada que pronto iba a explotar.

Su respiración poco a poco se fue calmando, al igual que su corazón, que ya no latía con tanta fuerza. Sus manos habían dejado de temblar y las ganas de vomitar se fueron. Todo iba a estar bien siempre y cuando la policía no se diera cuenta de lo sucedido.

—Señorita Russo. Le pido por favor que no dé ni un paso más...

Maldita sea...

Ophelia #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora