Prólogo

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Aroma a sexo desenfrenado. Luces neón: rosas y moradas; verdes y azules, hipnóticas y extravagantes. Sabor mentolado, sexo arriesgado. Éxtasis y marihuana. Música ruidosa que coordina a sintonía al ritmo rápido de sus corazones despreocupados y excitados. ¿Sera el alcohol o el sabor a la supuesta libertad que vivían la generación Z? Eso que los hacia actuar sin preocupaciones y responsabilidades.

Así era Ophelia Russo, celebrando sus veintiún años. Qué rápido pasaba el tiempo. La cumpleañera festejaba restregando su trasero entre Sasha y Chantal.

Algunos hombres se había acercado para invitarlas a bailar pero ninguna estaba lo suficientemente ebria para aceptar que un Don Nadie las tocara.

Las tres jóvenes se frotaban entre sí, divertidas por el licor y el cigarro que fumaron antes de ingresar a la discoteca. Ophelia besaba el cuello de Sasha con el propósito de excitar a los tipos que estaban en la parte de arriba que no dejaban de mirarlas desde el V.I.P.

—¿Notaron que hay un hombre que nos está mirando? —coqueteó Chantal a sus traviesas amigas.

Las dos chicas se miraron y comenzaron a reír. Era obvio que ya sabían que un hombre de traje las deseaba con la mirada.

—¿Hasta ahora te das cuenta, Chantal? —La voz seductora de Ophelia hizo estremecer a Sasha, que no paraba de morderse el labio inferior.

Los ojos de Ophelia se desviaron hacia arriba para verificar si todavía eran admiradas por el misterioso señor, pero para su mala suerte, él ya no estaba.

«Maldita sea» pensó.

—Nos estaba mirando desde hace diez minutos —agregó Sasha, dando un sorbo a su cerveza.

—Ya no lo veo.—Ophelia arrugó la nariz decepcionada porque ya no tenía a quien  excitar con su show lésbico.

—Creo que se sintió atrapado —Chantal se encogió de hombros, mirando hacia donde observaba la cumpleañera.

—Creo que fuiste tú quien lo espantó —le reprochó Sasha, metiendo un dedo en su bebida—. Iré por más cerveza. ¿Vienes, Oph? —Miró a la rubia que aún buscaba al tipo de traje oscuro.

—Déjalo, Oph. Seguro está masturbándose en el baño —bromeó Chantal, tomando del brazo de Sasha—. ¡Vamos! —Intentó tomar la mano de Ophelia, pero esta insistió en quedarse.

—Vayan ustedes dos. Yo me quedaré bailando—contestó.

Sin mirarlas de nuevo, se adentró al centro de la pista de baile.

Las dos jovencitas ignoraron a su mejor amiga y se marcharon a la barra a pedir más bebida y a buscar algún viejito que estuviera sin compañía para que pagara sus tragos.

Mientras la música seguía, Ophelia se movía suavemente: primero pasaba las manos por su diminuta cintura y luego a los costados de sus largas piernas. Su cabello dorado se pegaba a su espalda desnuda y pálida; su piel estaba exquisitamente húmeda por el calor de la noche.

El alcohol la volvía ligera y atrevida. Se sentía sexy y excitada. Por eso no temía ni pensaba. La rubia se acercó a una mujer cuyo nombre ni siquiera sabía, la tomó de la nuca para acercarla a ella y la besó: suave y húmedo, dejando danzar también sus lenguas cálidas. Ambas sonrieron sin dejar de mover sus caderas.

Los ojos grises de Ophelia se cerraron para gozar de las palabras que decía el coro, aunque este solo fueran ruidos extraños y mezclados. A ella le encantaba sentirse dueña de su cuerpo y de la música.

—Cómo adoro esta canción —susurró para sí misma.

De pronto, una mano grande la rodeó por las caderas y la tiró hacia atrás.

—Y yo adoro ver a zorritas tan guapas como tú... 

Era una voz grave, mezclada con un acento sureño.

Sus ojos se abrieron de par en par, y de sus labios carnosos se escapó una gran sonrisa coqueta.

—Pensé que no ibas a venir —sonrió para sí, sin voltearse.

Por alguna razón Ophelia sabía quien la estaba agarrando con tanta posesión.

—Primero te mato antes de dejarte aquí sola...—El hombre mordió con delicadeza la oreja ajena.

La chica jadeó y echó el trasero hacia atrás para sentir el bulto del pantalón.

—Nos vamos a casa. —su tono demandaba poder sobre la chica —Quiero partirte con ese vestidito puesto mientras me miras...

Ella se giró sobre sus talones con una sonrisa siniestra. Hoy sería el gran día. No había marcha atrás. No más besos forzados, no más orgías, no más humillaciones, enfermedades y golpes... Ella estaba lista para sacarlo de su vida.

—Vale.—asintió, mirando por última vez los ojos del mayor— Pero antes— suspiró—...quiero ver como te mueres, rata asquerosa.

—¡Ah! ¡Maldit...—se quejó, llevándose la diestra a su abdomen donde brotaba sangre.

—Papi —gimoteó al oído como solía hacer cuando follaban—, es hora de irte al infierno, hijo de puta.

Ophelia #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora