2. Eternal Flower

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Con paso lento que guiaban pies fuertes y seguros, siluetas que se movían con parsimonia por campo abierto, siempre intentando buscando caminar bajo de alguna vereda de árboles que diera la suficiente sombra para cubrirlos del sol; en especial a su importante carga que se quejaba por el dolor de vez en vez cada que movía un poco sus brazos para cargarlo en una mejor posición.

En su espalda sintió un poco de humedad, que por el olor metálico suponía que no eran lágrimas (sus heridas debían ser muy profundas). Apresuró un poco su paso para encontrar un lugar donde atender a su amigo.

Basch, décadas atrás, se habría avergonzado de lo mucho que se dedicaba a ver por el bienestar de Roderich —Podría ser en muchos sentidos vulnerable a quién había llevado docenas de veces a espaldas—. Trató innumerables veces aconsejar e instruir a su amigo en las cruentas artes de la batalla, sin muchos resultados; a pesar de las continuas derrotas, esa nación de ojos violetas rara vez dejaba que sus fracasos lo llevaran a las lágrimas. Un rasgo digno de admirar en sus continuas adversidades.

El sol tibió entre nubes y cielos claros le ayudó a ignorar el viento helado que revolvía sus cabellos; se molestó al pensar en lo delgadas que eran las ropas que Roderich solía llevar al campo de batalla con frecuencia.

Tras recorrer un largo tramo, Basch confirmó el significado de esa sensación fría en las ropas que cubrían, aumentando su preocupación; reconoció inmediatamente el olor a sangre.

Cuando llegó a un claro muy cerca de la casa que terminaron compartiendo, gracias a sus raíces celtas en común —vivían juntos por la difusa delimitación de su territorio, y la extensión de las familias que reinaban sus tierras—, con un profundo suspiro, se puso en cuclillas para que Roderich Edelstein (Austria, que todavía se adecuaba a su nombre humano) se bajara de su espalda. Éste le sonrió con admiración y dulzura, como siempre hacía apenas veía el rostro de Basch.

—Sé que el césped está húmedo, espera un segundo —gruñó con total seriedad y cierta irritación en su expresión. Roderich bajó los ojos apenado al saber que estaba siendo nuevamente una carga para su amigo, el fuerte Basch, (quien aún no decidía un nombre completo), y sin saberlo, se convirtió en su protector no declarado.

Basch en realidad se encontraba tan preocupado por la sangre permeando la parte del pecho de la túnica del otro, que fue indemne al efecto de su fuerte carácter en Roderich, y siguió con sus preparaciones para tenderlo.

Sin perder tiempo, se quitó su capa y la extendió sobre el césped con remanentes de las últimas nevadas. Ayudó a levantar a su amigo que, le temblaron un poco las piernas por el dolor, y colocó con cuidado sus manos sobre los pequeños hombros empujándolo con delicadeza para que se sentara sobre la tela. Una vez logrado su objetivo se sentó frente al otro niño con los labios aún fruncidos, claramente furioso.

Era lógico concluir que aquello le resultaría un fastidio a Suiza, una labor que no deseaba (era lo que continuamente preocupaba a Austria); pero la ira de su amigo no se dirigía a sus acciones, mucho menos a él. En realidad, Suiza se encontraba estresado y molesto a causa del daño, el peligro, al que exponía continuamente Austria. ¿Cómo podría estar tranquilo? ¡Si Austria iba sin plan o preparación a la batalla! ¡Odiaba estar tenso todo el tiempo, esperando saber si Roderich estaría en el campo tirado!

—Se supone que nací para pelear, pero siempre tienes que ir por mí, lo siento...—habló en un murmullo Roderich.

El niño de cabello oscuro, y grandes ojos de una rarísima coloración purpúrea, apretó sus labios y juntó sus cejas claramente adolorido de moverse, pero intentó acomodarse sobre la capa que le tendió su protector. Sus palabras causaron que Basch suspirara nuevamente; se sentía cansado de volver a traerlo a cuestas, herido nuevamente. Estar preocupado siempre lo agotaba.

Snow flowers bloom with eternity [SwissAus | Edelweiss] [Hetalia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora