5. Innocence

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Austria siempre profesó especial cariño, inocente afecto, desde que Suiza comenzó a formar parte de su vida. Roderich siempre lo quiso mucho, siempre le profesó amor; aunque nacido sin anhelo particular, de esos sin categoría.

Quizás un tanto ajeno a los conceptos humanos (y es que su trabajo como nación, como decían sus reyes, no era ser como uno), nunca supo definir por qué Basch se convirtió en lo más importante para él; no sabía explicar lo doloroso que le fue los cada vez más largos tiempos en que tenían que estar separados.

Austria, una nación, no entendía por qué había nacido con tantos, o más sentimientos, que un humano si le asediaban, si le lastimaban.

A pesar de sus dudas, de su inicial ingenuidad, y de sus dificultades lidiando con emociones de décadas y décadas acumulándose en el cuerpo de algo similar a un niño, una verdad prevalecía, un sentimiento noble le anclaba: quería mucho a Basch, más de lo que él mismo comprendía.

Su vida era sumamente solitaria cuando el suizo no estaba a su lado. Sus regentes lo criaban y preparaban para cosas que no entendía muy bien: algunas ocasiones escuchaba la palabra guerra, tratos políticos; y en los últimos años, con una frecuencia que le aterraba, en los pasillos de esos castillos que le parecían lóbregos, helados, resonaba la palabra matrimonio.

Le criaban, arreglaban, y preparaban: le entrenaban, para uniones de las que él no tendría idea, para guerras que romperían. Las mismas que arrasaron las cosas que mantenía como preciosas en sus memorias, cómo en su presente. Sus lecciones se extendían muchas veces todo el día, asignándole castigos por fallar o saltárselas; los Habsburgo no estaban interesados en ser pacientes, los planes ya estaban en la mesa, con Roderich incluido.

"Tal vez es mi culpa..." Pensó agotado, aunque sintiendo más la tristeza de percibirse cada vez más lejos de Basch. Austria empezó a suponer que la dureza de sus enseñanzas se debía a sus fallos, a su ingenuidad todavía reticente a irse, y por el constante hostigamiento que llevaba sufriendo desde su primer momento en esa tierra.

Era una nación que podía considerarse aislado para defenderse, ¿Sería por eso que sus reyes buscaron desesperados poner en marcha aquello llamado matrimonio?

Recordaba con dulzura, con reconfortante calidez, como logró romper con la soledad que le aterraba el día que se encontró con aquella nación: cuán importante fue el encuentro con Suiza en las faldas de los Alpes que le hizo pensar que había llegado a ese mundo para ser feliz.

—¿Lo has olvidado? —Regañó su Rey dando un golpe firme a la gruesa mesa de madera de la alcoba—. ¡Tus lecciones son tu prioridad! ¿Cómo es que eres tan irresponsable y mal agradecido como para irte a jugar por ahí? Tendré que ponerte un guardia cada que vayas a estudiar.

Aquella decisión le hizo sentir una presión en su garganta, un nudo que un poco más y le habría hecho llorar, como tantas veces hizo al principio de sus lecciones; como otras veces hizo cuando Basch se iba a luchar y tenía que esperar días para saber de él.

Pero él era una nación, y había prometido ser fuerte, aunque su persona más importante no estuviera a su lado, sería digno de defender a su gente.

—Lo comprendo perfectamente —respondió con una elegante reverencia, y un rostro que mostraba absoluto recato, expresión que había aprendido a poner a causa de que al parecer a sus reyes ese comportamiento les complacía.

Habían días en que ni siquiera podía sentarse a escribir un poco de sus pensamientos para enviar a algún mensajero, esperando llegara al otro lado de los Alpes en manos de Suiza. ¿Tal vez su amigo le estaría escribiendo ya alguna carta? ¿Esperaría la suya con la misma emoción que él? Le extrañaba mucho, y sentía que con cada día el deseo de verlo se le hacía difícil de ignorar.

A pesar de que su rutina se centraba en ser experto de ciencias y política, existían otras lecciones que le permitieron tomar alejadas de la obligación: pronto fue que se encontró con un instructor sobre música y danza; no fue difícil ver su extrema afinidad con el piano, como con muchos otros instrumentos.

Considerando el estado de su columna y piernas, era sorprendente ver lo grácil que era en el baile. A Roderich le gustaban mucho esas lecciones; a veces, cuando interpretaba alguna melodía en el piano para practicar, pensaba en lo mucho que le gustaría crear la suya; poderla elaborar llena de sus pensamientos, y dedicada a cierta existencia a la que le agradeció sus siglos más dichosos.

—Realmente me encuentro completamente sorprendido de su habilidad, joven Edelstein —reconoció el hombre al escuchar la magistral interpretación de una pieza sumamente complicada que dejó en manos de su estudiante.

—Es una melodía espléndida —murmuró con suavidad, cerrando un poco los ojos para escuchar con más atención las notas que cada uno de sus dedos lograba interpretar. Su expresión era la representación perfecta de muchos de los miembros de la realeza. Cada pieza que ejecutaba, lo hacía pensando en Basch; cada día que transcurría, le extrañaba más.

Las veces que lograba escapar para ir a ver a Suiza, o este lograba escabullirse cerca del palacio para encontrarse con él, solía prometer que le tocaría su pieza favorita con su sonrisa reservada para Basch, su auténtica, (aquella que con sorpresa aún mantenía la candidez e inocencia de un niño).

—Espero un día puedas escucharme tocar —le dijo avergonzándose un poco de la expresión sorprendida de Basch que le miraba fijamente, aunque lo disimuló con ese temple aristocrático que tanto tenía que usar para evitar reprimendas—. La verdad es que deseo componer una pieza...una solo para ti.

—Con la docena de lecciones que tienes en el día, deberías descansar —respondió en voz baja y con el rostro sonrojado; observó la dulce expresión que adornaba el rostro que ya estaba comenzando a dejar los rasgos infantiles de la otra nación—. Debes cuidar tu cuerpo, no sé ni porqué viniste si apenas has tenido tiempo de dormir.

—Siempre...siempre vendré a verte Basch, lo prometí —dijo Roderich tomando una edelweiss que estaba a medio florecimiento su lado, y la ofreció a Basch—. Lo prometí, ¿recuerdas? Y siempre he creído que una promesa es tan eterna como estas flores de nieve.

Basch tomó la flor, torciendo los labios con lo mucho que las palabras de Austria le hacían sentir cosas que desconocía cómo describir, o controlar. Y esas emociones comenzaban a angustiar, pues se sobrepusieron a sentimientos de resentimiento de su gente con las decisiones de los Habsburgo.

Pero él...él jamás podría odiar a la persona que más quería en su larga, larga, vida.




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N/A: ¡Hola! ¡Consulta! ¿Como les ha parecido el desarrollo de la historia? Sé que va un poquillo lento y que parece que pasa poco, pero en realidad todo esta en el trasfondo de la perspectiva de cada uno; en este caso tenemos un poco de lo que esta pasando Roddy :(

¿Qué piensan de las decisiones de cada personaje? Nos acercamos a la aparición de España en la historia de estos dos.

Snow flowers bloom with eternity [SwissAus | Edelweiss] [Hetalia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora